Se cuenta que el evangelista San Juan acariciaba apaciblemente una perdiz. De pronto ve venir hacia él a cierto filósofo con los instrumentos de un cazador. Este se maravilla de que un varón que gozaba de tanta reputación se entretuviera en cosas insignificantes y de tan poco relieve. ¿Eres tú –le dice– ese Juan cuya insigne fama y celebridad había suscitado en mi tan gran deseo de conocerte? ¿Por qué, pues, te entretienes en tan insignificantes diversiones? Por toda respuesta…