Descubrir en nuestra sociedad la corrupción de las costumbres y estilos de vida es siempre un acicate para escudriñar sus causas. Hemos sido golpeados por el caso de las “licencias médicas”. Muchos miembros de institución públicas han caído en esta corrupción; pedir una licencia médica, con razones verdaderas o falsas y luego aprovechar esos días para salir, viajar y descansar. No conocemos lo que ha sucedido en las entidades privadas, ni la responsabilidad de quienes las otorgan. También sabemos de los enormes costos económicos que implican estos fraudes.
¿Qué se esconde detrás de un comportamiento así? La falta de honradez y la mentira. La honradez es la cualidad de ser honesto, íntegro y justo en el actuar y en el hablar. Implica actuar con rectitud, sinceridad y respeto a los valores éticos, evitando la falsedad, el engaño y la injusticia. Se relaciona con la honestidad, la verdad y la justicia y con la integridad en el actuar y en el decir. En esta línea se inscriben otras conductas habituales (no dar boleta, no pagar el Transantiago y muchas otras ya aceptadas)
Este tipo de conducta descubre un tema grave presente en nuestra sociedad, que Jeremías sintetiza así: “Esta es tu suerte, la porción que ya he medido para ti, dice el Señor porque me has olvidado, y has confiado en la mentira. “El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad”. San Agustín lo expresa de una manera sintética: “La mentira consiste en decir falsedad con intención de engañar”. El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica: “Vuestro padre es el diablo porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8, 44).
Cuando en una sociedad comienza a arraigar la mentira como forma más o menos habitual de conducir nuestras mutuas relaciones, el camino se tuerce, la verdad desaparece y vienen todos los males. Cuando empezamos a decir que algo es “una mentira blanca”, porque aparentemente no hace mal, el camino ya se ha equivocado. Cuando el falso testimonio lo hacemos ante la autoridad o lo hace ella misma, los signos de corrupción ya están carcomiendo el tejido social y hemos de reaccionar. La mentira, por ser una violación de la verdad es una verdadera violencia hecha a los demás y contiene en germen la división de los espíritus y todos los males que ésta suscita.
Es propio de las sociedades que abandonan la ley natural, no escrita por mano humana, sino reconocida como universalmente válida en todo momento, el uso habitual de la mentira que separan la verdad de la realidad y que muchos de sus miembros comiencen a vivir para sí mismos. El caso “licencias médicas” ha sido una muestra trágica de este proceso y denota, sin duda, que en muchos otros ámbitos ya hemos normalizado la mentira. ¿Qué se debe hacer? Una breve frase de San Agustín nos puede dar luces: “Retorna a tu conciencia, interrógala. Retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al testigo, Dios”. No basta con cambiar las leyes, hay que cambiar el corazón y si una sociedad olvida a Dios y lo excluye no se puede cambiar el corazón.
+Juan Ignacio