Cuaresma: camino exigente para abandonar el pecado

El camino de la cuaresma ya va corriendo. El tiempo de vacaciones ha distraído a muchos de su seguimiento. Por ello hay que retomar la fuerza de Dios y sentirse convocado a la conversión propia de este tiempo. El Papa en su mensaje de este año nos ha vuelto a poner frente del mismo, recordándonos “que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones”.

Quizás hay que intentar salir de los formalismos y cumplimientos de las etapas y exigencias del camino cuaresmal, para preguntarse en este tiempo por nuestras propias esclavitudes. Cada uno tiene las suyas. Así como el pueblo de Israel las sufrió y el largo caminar por le desierto fue un ir dejando atrás esa esclavitud, lo mismo para cada uno de nosotros, el caminar cuaresmal debe ser momento de dejar atrás aquello que nos aparta de Dios y de su suave dominio. Israel, en medio de su caminar recibe la llamada vigorosa a vivir conforme a los mandamientos, que de la misma manera hemos recibido nosotros, porque “también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.”

Enseña el Papa que “el camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad”

Estas palabras del Papa reflejan muy bien nuestra actual situación. Nos hemos acostumbrado al confort, a una cierta posición, a seguridades de muchos tipos, desde las materiales, hasta la capacidad de ofender a Dios y al prójimo, sin temer y sobre seguro. Una nacion en que se ha perdido el temor de Dios, que una mala teología ha hecho desparecer bajo una misericordia tan amplia, que pasa por encima el pecado, la infidelidad, la avaricia, la injusticia, la impureza y la falta de pudor, e incluso el atentado contra la vida humana. Una sociedad que se ha cansado de Dios. Pero “Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos”. El desierto – la cuaresma- es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud”, en aquellas ofensas a Dios y al prójimo, que cada uno conoce en el fondo de su conciencia. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido”.

+Juan Ignacio