Ven Señor, no tardes

Una y otra vez la Iglesia nos llama a volver a Cristo y toda la vida litúrgica nos hace mirar el milagro de la presencia de Dios entre nosotros. El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí.” (Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: “Escuchadle” (Mc 9, 7; cf. Dt 6, 4 – 5). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34). (Catecismo,459).

Con la llegada del tiempo de Adviento, una vez más se nos insta a mirar al Señor y preparar su llegada en la Navidad. Es posible que el ajetreo propio de estos meses nos haga perder lo esencial. Enseña San Agustín: “¿Qué felicidad más segura que la nuestra, siendo así que quien ora con nosotros es el que da lo que pide? Porque Cristo es hombre y Dios; como hombre, pide; como Dios, nos da lo que le pedimos” (Sermón 217).

“El Creador del tiempo nació en el tiempo, y Aquel por quien fueron hechas todas las cosas empezó a contarse entre las criaturas” (San León Magno.Carta 31, 2-3). Pero nosotros, muchas veces distraídos por las realidades presentes, tantas veces no atinamos a poner la mente y el corazón en esta vida de Dios escondida en cada uno.

El tiempo litúrgico que se inicia el Domingo 27 de noviembre, es una ocasión propicia para que este año estemos mas atentos. Una buena manera de prepararse para la llegada del Señor es leer meditadamente los Evangelios que relatan en nacimiento de Jesús en Belén, y acostumbrarnos en estas cuatro semanas a repetir muchas veces las palabras de la liturgia hecha canción. Ven, ven, Señor, no tardes. Ven, ven, que te esperamos. Ven, ven, Señor, no tardes. Ven, pronto, Señor. ¡Maranatha! ¡Ven, Señor (1 Cor 16,22)

+Juan Ignacio