Es propio de una nación cristiana creer firmemente en la intervención de Dios en la historia personal y de la sociedad. Dice un autor de los primeros siglos: “Elías, después de estar cerrado el cielo a los impíos durante tres años y tres meses, lo abrió de nuevo con su palabra divina; y esto mismo hace siempre el que con su oración obtiene para el alma la lluvia antes denegada a los hombres por sus pecados”. (Orígenes, Trat. sobre la oración, 14). Y no solo es necesario orar para conseguir cosas materiales que nos son convenientes, sino también para que los procesos históricos de las naciones sean encauzados conforme a la ley de Dios y el bien de la sociedad. “La oración viene a ser una venerable mensajera nuestra ante Dios, alegra nuestro espíritu, aquieta nuestro ánimo”. (San Juan Crisóstomo, Hom. 6, sobre la oración).
Este tiempo que vivimos es especialmente un tiempo para orar. Las circunstancias del mundo, de la Iglesia y de la Patria así lo piden. Hemos orado por la paz del mundo, oramos por la Iglesia, por sus ministros y todos los fieles, y oramos también por Chile. Nuestra nación se encuentra en un tiempo difícil. Debemos todos los ciudadanos adoptar decisiones muy importantes, que trazarán un camino para el futuro. Un camino que debe ser concorde con las verdades esenciales sobre las cuales se ha fundado la nación desde sus orígenes. Entre esos fundamentos está la dignidad de toda persona humana, que implica el absoluto respeto de la vida desde su concepción hasta su muerte natural. También se inscribe allí la familia, fundada sobre el vínculo de un hombre y una mujer, que es la base de la sociedad y de la Iglesia, cuyo origen fue establecido por el mismo Dios en los inicios de la historia, como relata el libro del Génesis. Anotamos también como un fundamento connatural a la visión cristiana de la persona humana, el derecho de los padres a educar a sus hijos sin injerencias extrañas, especialmente en los ámbitos religiosos, éticos y morales y particularmente en su educación en la vida afectiva y sexual.
Estos valores están ahora en juego. Son principios esenciales que están más allá de la política y que ningún cristiano puede cambiar por otros bienes, quizá importantes, decisivos, pero opinables, por no ser fundantes. Los cristianos debemos esforzarnos en ser factores de paz y concordia, vivir el diálogo y la amistad cívica, pero no podemos ceder en aquello que son las bases fundamentales de nuestra sociedad. No es el momento de confundirse. Los avances que pueden encontrarse en el proyecto de texto de una nueva constitución no se pueden transar por ninguno de los valores esenciales antes indicados. Cada católico, cada cristiano, debe saber que aquellas normas, de diversas materias, como la organización del Estado, el cuidado del medio ambiente, el respeto y consideración a los pueblos originarios, los derechos fundamentales y sociales, etc. deben conjugarse con los que son de una entidad superior, porque no los concede el Estado o la ley, forman parte del artesonado esencial de una sociedad cristiana.
Estamos en el mes dedicado a la Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile. A ella le pedimos que las confrontaciones políticas y las controversias ideológicas, no permitan que olvidemos aquellos bienes fundamentales que son como los constitutivos de la Patria misma, que, olvidados o perdidos, nos harán caminar hacia una sociedad más injusta y más inhumana.
+Juan Ignacio