Con el correr de los días, en medio de verdaderas batallas para detener el flagelo del virus que azota al mundo, aparecen los efectos que la pandemia tendrá en la vida concreta de las personas y sus familias. Es una realidad la llegada de un período de dura contracción económica, cuyo efecto quizá más grave será el desempleo que afectará a cientos de miles de personas y provocará que muchos hermanos y hermanas nuestras queden en situación de vulnerabilidad. Las autoridades económicas han tomado medidas para evitar en lo más posible el colapso y, en general, estas medidas han encontrado la aprobación de la ciudadanía. A la Iglesia le corresponde su parte. Estar junto a los que sufren con los auxilios espirituales y procurar que a nadie le falte la cercanía del Señor. Pero también ir en ayuda material de los que están sufriendo, especialmente con alimentos y abrigo.
Esta será una tarea esencial de los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los agentes pastorales y de los fieles en los meses futuros. En estos días difíciles hemos asistido a una explosión maravillosa de creatividad pastoral, al ver las formas nuevas en que muchas parroquias han logrado llegar a los fieles. Entramos ahora en una segunda etapa que será larga y fatigosa, pero que expresará de forma real que deseamos que el evangelio se encarne en las realidades concretas que estamos viviendo.
Se requiere ahora una explosión de generosidad, que tiene siempre su fuente en la gracia de Dios. “Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: ¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos? Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.» Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos? (Juan 6, 1-15.) Asistiremos, como en los tiempos del Señor, a una multiplicación de los panes y peces, de manera que todos puedan comer. Pero, así como Jesús preguntó a Felipe y de su respuesta vino el milagro, hoy también necesita de cada uno de nosotros. Unos aportando económicamente, otros trabajando como voluntarios, otros orando con intensidad por esta misión cristiana y humana y todos unidos férreamente en el servicio del Señor y de los hijos de Dios, sin distinción alguna. Dios nunca abandona a su pueblo, especialmente cuando sufre, nos ha recordado el Papa Francisco recientemente.
Siempre la caridad ha sido uno de los pilares esenciales de la vida de la Iglesia. Hoy es necesario que ella se transforme en una fuerza de Dios, que nos hace despojarnos de nosotros mismos, de lo poco o mucho que tenemos, para ir en ayuda del otro, de tender la mano al que sufre necesidad. En las páginas de la revista encontrarás las maneras de ayudar.
Es un tiempo en que todos creceremos en el Amor a Dios, pero lo haremos de la mano del servicio silencioso, humilde y generoso con los hermanos más necesitados. ¡Que nadie se reste de aportar su pan, para que el Señor haga también hoy el milagro!
+ Juan Ignacio