Carta Pastoral a los sacerdotes y diáconos al inicio del año 2020

Queridos hermanos
Como es costumbre al iniciarse un nuevo año pastoral quisiera trasmitirles algunas breves ideas que pueden alumbrar nuestro caminar al servicio de Dios y de las comunidades que por su voluntad guiamos en su camino hacia el Señor. Son expresiones sencillas del corazón del pastor diocesano, que pido a todos tener en cuenta en su vida personal y pastoral.

Tiempos difíciles caminando junto al pueblo de Dios
1. Es evidente que vivimos tiempos muy complejos e inciertos y que nuestras comunidades, las personas y familias que las forman también están pasando momentos difíciles, no solo por la violencia e inestabilidad que venimos viviendo, sino porque ello afecta la vida ordinaria y en especial comienza a sentirse la falta de trabajo, que tan gravemente incide en la estabilidad familiar. Como dice la Carta a los Romanos, también nosotros tenemos que tener la capacidad de llorar con los que lloran (12,15), sin hacernos un lado o ver pasar desde lejos el sufrimiento ajeno, en especial de las personas que servimos. Por otra parte, no pocos de nosotros sentimos la preocupación de que en diversos lugares, nuestros sacerdotes se sienten ridiculizados y “culpabilizados” por crímenes que no cometieron y tratan de buscar en su obispo y en sus hermanos la figura del hermano mayor y del padre que los aliente en estos tiempos difíciles, los estimule y sostenga en el camino” (Cfr. Carta del Papa Francisco, en los 160º aniversario de la muerte del Cura de Ars, 4 de agosto de 2020). Es muy cierto que ser obispo, sacerdote y pastor es hoy algo muy difícil, tenso y lleno de incertidumbres si lo miramos humanamente y es posible que muchos de nosotros – yo incluido – no seamos siempre los testigos fieles y los hermanos cercanos que la Iglesia necesita. También lo es que nos cuesta tender la mano a otros hermanos, por dejación o por no percatarse de sus sufrimientos o dificultades. Pero todos hemos sido llamados a cumplir nuestra misión y todos sabemos que la gracia es suficiente y sobreabundante, de manera que si no cumplimos lo que el Señor nos ha pedido es por nuestra falta de correspondencia a la acción de Dios, por medio de su gracia.

Cuando sentimos la fragilidad y el cansancio
2. Todos pasamos por momentos difíciles en nuestro servicio sacerdotal o episcopal, algunos personales, de salud, de agobios, de dudas o incertidumbres y otros por la realidad que vive la Iglesia y el país en estos momentos. Recordemos estas palabras del Santo Padre: “En momentos de tribulación, fragilidad, así como en los de debilidad y manifestación de nuestros límites, cuando la peor de todas las tentaciones es quedarse rumiando la desolación, fragmentando la mirada, el juicio y el corazón, en esos momentos es importante —hasta me animaría a decir crucial— no sólo no perder la memoria agradecida del paso del Señor por nuestra vida, la memoria de su mirada misericordiosa que nos invitó a jugárnosla por Él y por su Pueblo, sino también animarse a ponerla en práctica y con el salmista poder armar nuestro propio canto de alabanza porque “eterna es su misericordia”(Sal 135) (Carta del Papa, ya citada).

Pero el Señor nunca nos abandona
3. Cada día hemos de ser más conscientes que, como dice la carta a los Corintios “No es que por nosotros seamos capaces de pensar algo como propio nuestro, sino que nuestra capacidad viene de Dios, el cual nos hizo idóneos para ser ministros de una nueva alianza”( 2Co 3, 6). No hemos de tener duda algunas de que nuestro Dios conoce nuestras flaquezas y dificultades: “He visto la aflicción de mi pueblo” (Ex 3,7).“Un buen “test” para conocer como está nuestro corazón de pastor es preguntarnos cómo enfrentamos el dolor. Muchas veces se puede actuar como el levita o el sacerdote de la parábola que dan un rodeo e ignoran al hombre caído (cf. Lc 10,31-32). Otros se acercan mal, lo intelectualizan refugiándose en lugares comunes: “la vida es así”, “no se puede hacer nada”, dando lugar al fatalismo y la desazón; o se acercan con una mirada de preferencias selectivas que lo único que genera es aislamiento y exclusión. «Como el profeta Jonás siempre llevamos latente la tentación de huir a un lugar seguro que puede tener muchos nombres: individualismo, espiritualismo, encerramiento en pequeños mundos…», los cuales lejos de hacer que nuestras entrañas se conmuevan terminan apartándonos de las heridas propias, de las de los demás y, por tanto, de las llagas de Jesús”.(Carta del Papa Francisco antes citada).

Un agradecimiento sincero y verdadero

4. A cada uno de los sacerdotes y diáconos de nuestra diócesis, con agradecimiento, les repito estas palabras del Romano Pontífice: “A Ustedes que, como el Cura de Ars, trabajan en la “trinchera”, llevan sobre sus espaldas el peso del día y del calor (cf. Mt 20,12) y, expuestos a un sinfín de situaciones, “dan la cara” cotidianamente y sin darse tanta importancia, a fin de que el Pueblo de Dios esté cuidado y acompañado. Me dirijo a cada uno de Ustedes que, tantas veces, de manera desapercibida y sacrificada, en el cansancio o la fatiga, la enfermedad o la desolación, asumen la misión como servicio a Dios y a su gente e, incluso con todas las dificultades del camino, escriben las páginas más hermosas de la vida sacerdotal”(Carta del Papa citada arriba). Como lo he hecho otras veces, en nombre del Señor Jesús, le doy las gracias y los aliento a seguir sin vacilar en la misión encomendada.

Adecuar los tiempos a Cristo y no al revés
5. Estamos en medio de un mundo de rápidos cambios – como los ha vivido la Iglesia y la humanidad en otras épocas – y ninguno de nosotros debe renunciar a que ese mundo cambiante, que muchas veces tiene su propio “idioma” y sus tendencias, sea alumbrado por la luz del Evangelio. Como enseñó el Papa Benedicto siguiendo las huellas de San Pablo VI: “la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre” (cfr. Benedicto XVI, Caritas in veritatis 15). Hay que pedir diariamente a Dios la sabiduría, el coraje y la prudencia para no dejarnos llevar por la tendencia de adecuar el Evangelio a los tiempos, sino al revés. Es el mundo, nuestro mundo con todas sus alegrías, tristezas y dificultades, el que debe adecuarse al mensaje del Salvador del mundo. Este fue el camino de los primeros cristianos, que hoy se nos hace más evidente a nosotros y que nos exige especialmente que nuestras raíces estén firmemente adheridas a las enseñanzas de la Iglesia “para que ya no seamos niños que van de un lado a otro y están zarandeados por cualquier corriente doctrinal, por el engaño de los hombres, por la astucia que lleva al error.Por el contrario, viviendo la verdad con caridad, crezcamos en todo hacia aquél que es la cabeza, Cristo” (Ef 4, 14-16).

Respuestas frente a los vientos huracanados
6. ¿Qué hemos de hacer para que estos vientos huracanados no nos desarraiguen de lo que siempre es necesario. Dos cosas esenciales: vivir unidos a Cristo por la íntima comunión que nos da la vida del Señor escondida en nosotros, pues hemos de morir al hombre carnal ya que “vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.”(Col 3,3). Esa vida íntima de Dios se realiza en nosotros por la oración y la comunión con Cristo Eucaristía. La oración nos ayuda a ser fuertes contra las tentaciones. En ocasiones, podremos oír cómo el Señor nos dice: ¿Por qué duermen? Levántense y oren para no caer en la tentación (Lc 22, 46). Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en los que esa oración se ha de intensificar y este es uno de esos momentos. Abandonarla sería dejar abandonado al Señor y quedar nosotros a merced de la tentación, perdiendo la huella del Maestro y con ello el camino. Pero junto con el seguimiento del Señor en la Oración y en la Eucaristía, es necesario en el tiempo presente, hacer nuevos esfuerzos, todos nosotros, para vivir una vida más fraterna, más cercana, que discurre por el camino de la comprensión, del abandono de los propios juicios sobre los demás, especialmente de nuestros hermanos sacerdotes. Tratemos de hacernos verdaderos receptores de estas palabras del Papa Francisco: “Gracias por buscar fortalecer los vínculos de fraternidad y amistad en el presbiterio y con vuestro obispo, sosteniéndose mutuamente, cuidando al que está enfermo, buscando al que se aísla, animando y aprendiendo la sabiduría del anciano, compartiendo los bienes, sabiendo reír y llorar juntos, ¡cuán necesarios son estos espacios! E inclusive siendo constantes y perseverantes cuando tuvieron que asumir alguna misión áspera o impulsar a algún hermano a asumir sus responsabilidades; porque «eterna es su misericordia”.(Carta citada al inicio)

Centralidad de Jesús en la Eucaristía
7. La unión con Cristo en la Santa Eucaristía, especialmente mediante la celebración de la Santa Misa y la adoración, son necesarios para fortalecer nuestro servicio y no desfallecer ante las flaquezas y dificultades del mundo actual. Vamos ante el Sagrario y nos encontramos de nuevo con Él, y nos ve y nos reconoce. Podemos hablarle, como hacían sus discípulos, y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa. Y siempre lo encontraremos atentísimo hacia lo nuestro. Jamás hallaremos un oyente tan atento, tan bien dispuesto para lo que le contamos o pedimos. Continuemos promoviendo con nuestro ejemplo y nuestro trabajo la Adoración Eucarística en nuestras comunidades y la asistencia a la Santa Misa, no solo el domingo y fiestas de precepto, sino durante la semana. En nuestra diócesis ha arraigado con fuerza la piedad eucarística y todos hemos de cuidar este don. “La Iglesia católica rinde este culto latréutico al Sacramento Eucarístico, no solo durante la Misa, sino también fuera de su celebración, conservando con la máxima diligencia las hostias consagradas, presentándolas a la solemne veneración de los fieles cristianos, llevándolas en procesión con alegría de la multitud del pueblo cristiano” (San Pablo VI. Enc. Mysterium Fidei, 3-1X-1965)

El trabajo pastoral ordinario y algunas prioridades.
8. Desde estas fuentes perennes de la eficacia de nuestro servicio sacerdotal, podremos emprender sin desmayo y con un optimismo sobrenatural nuestro trabajo pastoral. Estimo que junto a los trabajos de la pastoral ordinaria, durante este tiempo hemos de poner especial empeño en el trabajo con las familias, coordinando los servicios parroquiales y de las comunidades con los de la Vicaría para la Familia; los jóvenes, mediante la inserción de las actividades con ellos en la Pastoral Juvenil diocesana o zonal, que este año continuará desarrollando sus actividades, en especial ofreciendo una buena formación y actividades que permitan a nuestros jóvenes desarrollar su vocación de servicio, especialmente a los más necesitados. Creo de mucha importancia que en nuestros planes pastorales parroquiales, zonales o decanales, pongamos una especial atención a nuestros adultos mayores. Son ellos – en muchos casos – lo que más trabajan en la vida pastoral de nuestras parroquias y comunidades y son también ellos los que en este momento ayudan de manera efectiva a trasmitir la fe a los más jóvenes.

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos, siguiendo la enseñanza de Jesús, continuemos nuestra labor apostólica como siervos inútiles, porque “nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios” (Lucas. 9, 62) y pongamos toda nuestra confianza en la Madre de Dios, porque Ella es “puerto de los que naufragan, consuelo del mundo, rescate de los cautivos, alegría de los enfermos” (San Alfonso. Visitas al Stmo. Sacramento, 2) y del Sagrado Corazón de Jesús a quien hemos consagrado nuestra diócesis.

Que al recorrer juntos la Cuaresma, lleguemos gozosos al momento de la entrega de Jesús por nosotros y a su gloriosa resurrección, que asegura nuestra vida para siempre con Dios.

+Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo

 

San Bernardo, 26 de febrero de 2020, en el inicio del Tiempo de Cuaresma.