Mensaje a los Presbíteros en la Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

Queridos sacerdotes que gastan su vida en el servicio a la Diócesis de San Bernardo.

Al llegar la fiesta litúrgica de Jesucristo Sumo y Eterno sacerdote, tengo para cada uno de ustedes verdaderos sentimientos de agradecimiento sincero por el servicio que prestan al Pueblo de Dios que camina con nosotros. Son tiempos difíciles los que nos toca vivir y en los cuales debemos servir. Solo desde la fidelidad a la gracia recibida por el Sacramento del Orden podremos cumplir nuestro caminar terreno según la voluntad del Señor, y todos sabemos que esa fidelidad se funda en la profunda y verdadera unión con Jesús, fuente de nuestra propia llamada y destino final de nuestro caminar.

La ordenación sagrada confiere el más alto grado de dignidad a que una persona puede ser llamado. Por ella, el sacerdote es constituido ministro de Dios y dispensador de sus tesoros, como le llama S. Pablo (1Co 4, 1). Los tesoros de Dios son: la divina Palabra que expone en la predicación; el Cuerpo y la Sangre de Jesús que expone en la Misa y en la Comunión; y la gracia de Dios que comunica en los sacramentos. Al sacerdote se le encomienda, “la más divina de las obras divinas” (S. Dionisio), como es la salvación de las almas. Además, por la ordenación, los sacerdotes somos mediadores entre Dios y los hombres. Entre Dios, que está en el cielo, y las personas que como viatores, están en la tierra; el sacerdote con una mano toma de los tesoros de la misericordia de Dios, con la otra los distribuye a los hombres. Es posible que estas verdaderas de la fe católica hoy estén desdibujadas en muchos fieles, en parte por la ignorancia religiosa, en parte por nuestras propias debilidades y malos ejemplos. Pero siguen siendo tales y el fundamento de nuestro vivir y la razón de nuestro existir.

De manera especial, el sacerdote es, en el sentido más elevado de la palabra, el representante de Dios por el doble servicio que le ha sido conferido de absolver a los fieles y de consagrar la Sagrada Eucaristía. En el día de la ordenación, el obispo nos impuso las manos sobre la cabeza y nos dijo: “Recibe el Espíritu Santo: aquellos a quienes perdonares los pecados, les serán perdonados”. Se nos ha conferido una autoridad-servicio que Dios no tiene ni los Ángeles, ni la Santa Madre de Dios; una autoridad-servicio respecto de la cual observaban los judíos: “¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?” (Mc 2, 7).

Además, en la ordenación se nos dijo: “Recibe la potestad de ofrecer el sacrificio a Dios y de celebrar la Misa por los vivos y por los difuntos”. Al celebrar la Santa Misa llamamos a Jesús del cielo al altar con solo decir una palabra omnipotente que pronunciamos en nombre del Salvador: Esto es mi Cuerpo. Siempre y en cada momento, sin excepción, que el sacerdote habla y obra en sus ministerios, es Jesucristo quien habla y obra en él. No dice: “Este es el Cuerpo de Jesús”, sino: “Esto es mi Cuerpo”. No dice “Jesús te absuelve”, sino “Yo te absuelvo”. A él ha dado Jesús su misión, sus títulos, sus poderes, su servicio, la participación en sus padecimientos y en su gloria y su dignidad. Ha dicho: El que les escucha a ustedes me escucha a Mi, y el que les desprecia a Mi me desprecia.

Queridos hermanos, pero llevamos estos tesoros de Dios para los hombres en vasijas de barro y solo somos el sobre de las cartas y mensajes divinos para los hombres y mujeres de nuestro mundo. No somos dignos de lo que somos y eso debe llevarnos a un profunda humildad, a una oración constante y a un servicio total y permanente, que nos haga olvidarnos de nosotros mismos. Como enseña el Concilio

“Mucho contribuyen a lograr este fin las virtudes que con razón se estiman en el trato humano, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, el continuo afán de justicia, la urbanidad y otras”. (PO, 3)
Que el Señor y su Madre del cielo bendiga a cada uno y lo haga ser siempre fidelísimo en su ministerio. ¡Gracias hermanos – en el nombre del Señor Jesús – por su servicio y compañía!

Ruego a todos, con humildad, meditar estas breves palabras.

+ Juan Ignacio

Jueves 13 de junio de 2019