El día 8 de noviembre iniciamos el Mes de María, siguiendo una larga y arraigada costumbre en la fe de la Iglesia que camina en Chile. Es un tiempo en que todo el pueblo de Dios, con mayor devoción que la que es habitual, recurre a los auxilios de la Madre de Dios para que interceda ante Dios por el mundo, la Iglesia, nuestra Patria y por cada uno de nosotros. La seguridad de que la Virgen María tiene un papel esencial en la vida de la Iglesia y en la de cada cristiano, forma parte de la fe católica desde los primeros tiempos de nuestra fe. Y a lo largo de la historia su presencia y acción no ha hecho sino comprobar reiteradamente este cuidado maternal sobre los hijos de Dios.
Particularmente su presencia se hace presente en este hora de la historia la humanidad y en especial desde las apariciones en Fátima, en 1917, año desde el cual pueden contarse muchísimos acontecimientos que no tiene una racional explicación, sino por una intervención ante Dios de la Madre de Jesús. A esos pastorcitos, quizá ignorantes de los momento que vivía el mundo en esos años, la Virgen pidió tres cosas esenciales: oración por la salvación del mundo, sacrificios para el perdón de los pecados y el rezo del Santo Rosario, arma poderosa con que se vencen todas las batallas y a los enemigos que pretenden arrancar la fe de los vida de las naciones o en cada uno de nosotros. Desde el caída de la ideología comunista, que se extendió por el mundo a partir de la revolución en Rusia, en octubre de 1917, con la desaparición del telón de acero y la recuperación de la libertad religiosa para muchas naciones, hasta la contención en diversos momentos de un conflicto nuclear que terminaría por destruir la tierra, desde la mano oculta que desvió la bala que intentó asesinar al Papa Juan Pablo II en la misma plaza de San Pedro, hasta los momentos de distensión que hoy se viven respecto de naciones que hasta hace poco intentaban la supremacía con la amenaza del poder nuclear, y con ello la posibilidad de una tercera guerra mundial de nivel global, son muchas la expresiones del cuidado de la Madre de Dios sobre el mundo.
También en la historia nacional hay muchos acontecimientos, pasados y presentes, que expresan ese cuidado de la Madre de Dios sobre sus hijos, tanto en la vida personal, familiar y social, como en los grandes acontecimientos. “Con su poder delante de Dios, nos alcanzará lo que le pedimos; como Madre quiere concedérnoslo. Y también como Madre entiende y comprende nuestras flaquezas, alienta, excusa, facilita el camino, tiene siempre preparado el remedio, aun cuando parezca que ya nada es posible” (San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 292).
El Pueblo de Dios, que expresa de un manera tan expresiva el amor y la confianza en María, es una manifestación de esa fe, como queda demostrado en las grandes expresiones de fe popular a lo largo de todo el país. Una de ella es el Mes de María, que llega a todos los hogares y comunidades y tiene su expresión máxima en la gran fiesta de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, en que cientos de miles de devotos visitan sus santuarios acogiéndose a la protección de la Madre de todos.
“Nuestra Señora es descanso para los que trabajan, consuelo de los que lloran, medicina para los enfermos, puerto para los que maltrata la tempestad, perdón para los pecadores, dulce alivio de los tristes, socorro de los que rezan” (San Juan Damasceno, Homilía. en la Dormición de la B. Virgen María). Por un designio de Dios, la Madre – como ocurre en la vida de todo hijo- es siempre un camino y auxilio para todos los cristianos y quienes – desde la humildad recurren a Ella – no son nunca olvidados y siempre atendidos en sus necesidades. Por eso el Papa Francisco en estos días ha pedido a toda la Iglesia orar a la Virgen María con una oración muy antigua que dice: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡Oh Virgen gloriosa y bendita! Amén”.
El Mes de María, junto a las oraciones que lo acompañan al inicio y al final y al rezo de Santo Rosario, es el mejor camino para acércanos con filial devoción al Padre Dios y pedirle por todas las necesidades de nuestra vida. Recemos en nuestras iglesias y capillas, en nuestras casas, en medios de nuestros desplazamientos y viajes, en los tiempos de alegrías y en medio de las dificultades de cualquier tipo, porque “María es el tesoro de Dios y la tesorera de todas las misericordias que nos quiere dispensar (San Alfonso María de Liborio, Visitas al Stmo. Sacramento, 25).
+ Juan Ignacio González E.
Obispo de San Bernardo