Un mes para conocer a Jesús

La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados”, enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, (2669). En este mes de junio celebramos el Mes del Sagrado Corazón de Jesús. Quisiera que intentáramos profundizar en su significado más hondo en nuestra vida cristiana.

El Corazón de Jesús expresa que la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo de Dios, se encarnó, es decir, tomó nuestra naturaleza, sin dejar la Divina, para hacerse hombre e igual a nosotros en todo, menos en el pecado. El corazón expresa de una manera muy particular los sentimientos que se encuentran en lo más íntimo del ser de cada persona. Por esta razón la devoción al Corazón de Jesús, que el mismo Señor quiso promover en diversas apariciones y mensajes, quiere mostrarnos su amor, su afecto y su deseo de que todos nosotros vivamos en su amistad. Es necesario comprender que “la plenitud de Dios se nos revela y se nos da en Cristo, en el amor de Cristo, en el Corazón de Cristo. Porque es el Corazón de Aquel en quien habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente. Por eso, si se pierde de vista este gran designio de Dios -la corriente de amor instaurada en el mundo por la Encarnación, por la Redención y por la Pentecostés-, no se comprenderán las delicadezas del Corazón del Señor”. (San Josemaría Escrivá).

Sin embargo, pese al amor que Dios nos ha manifestado enviándonos a su Hijo, es necesario reconocer que nuestro corazón muchas veces se ha endurecido para poder captar estas delicadezas divinas y aceptar que somos salvados por el misterio de la Encarnación de Jesús. Donde está tu tesoro allí esta tu corazón, enseñan la Escritura. El gran tesoro que alumbra la existencia de toda persona es Jesús y de ahí el empeño misionero de la Iglesia por dar a conocer a los hombres de todo tiempo y lugar a Jesús, el Señor. El Beato Juan Pablo II en su primer documento solemne a la Iglesia, en la primera línea, nos enseñó: “El Redentor del Hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia”. Sólo cuando llegamos a conocer a Jesucristo, a tener un encuentro personal con él, a vivir la vida divina que el nos trajo con su encarnación, cada uno de nosotros puede llegar a descubrir su propia dignidad y su misión en esta tierra y su destino eterno. Sólo cuando dejamos que el Señor Jesús alumbre nuestra vida podemos intentar alumbrar con su enseñanza la vida del mundo y de cada hombre. Por eso la vida cristiana consiste en vivir cada uno en comunión con Cristo, tener sus sentimientos, sus actitudes, su mirada y su amor y compasión por todos.

¿Cómo entrar en esta comunión con el Señor? Primero aceptando su suave y exigente reinado en nuestra vida, lo cual supone la humildad de aceptar también que somos criaturas amadas por Dios, pero que no nos pertenecemos. Luego cultivando su cercanía mediante la vida de la Gracia que nos viene de modo ordinario por los sacramentos de la Fe y particularmente por la Eucaristía, en que al recibir el mismo Cuerpo y la Sangre del Señor, nos unimos de la manera mas íntima que es posible imaginar con el mismo Dios, por medio de su Hijo Jesucristo. Revestidos así de la gracia de Cristo, tendremos los ojos abiertos para descubrir en los demás al mismo Cristo y cambiar nuestras relaciones con ellos, sirviendo a todos, especialmente a los más cercanos y los más pobres.

Así, entonces, el reinado de Cristo no es algo sólo íntimo y personal, sino que tiene sus expresiones en la vida familiar, social, laboral, política, etc. pues todo lo que vivimos forma parte del camino de santidad de los cristianos. Nuestra fe no algo desencarnado, para ser vivido en unos momentos determinados y parciales, sino que inunda con su luz todo el quehacer humano y transforma nuestro mundo, haciéndolo mas justo, mas digno y restableciendo el designio primitivo de Dios sobre el hombre.

La misión del Señor ha sido encomendada a su Iglesia, que misteriosamente obra la salvación de Dios, dándole culto y adoración a la Trinidad, primer mandamiento de la ley y luego anunciando sin cesar el amor de Dios a los hombres por medio de su Hijo Jesucristo. Muchos lo aceptan y llenos de gozo procuran vivir en su amistad y cercanía. Otros miran de lejos. Desearían vivir así, pero piensan que ello es difícil, porque confían en suspropias fuerzas y no en la del mismo Dios que llama. Otros, por desgracia, rechazan esa cercanía de Dios al hombre y desconocen a Jesucristo y andan, como enseña el libro santo, como enemigos de Dios.

En este mes del Sagrado Corazón, hagamos a Jesús la ofrenda de nuestra vida, con todos sus aciertos y también errores, por los cuales le pedimos perdón. Pidámosle perdón por nuestros pecados, que son siempre un rechazo de su amor y también aprendamos a pedir perdón por los pecados de tantos que lo miran con desprecio o pasan por esta tierra sin querer escuchar sus llamados. Y hagamos un propósito: durante este mes orar especialmente por una persona – que cada uno puede conocer – para que el Señor le conceda el don de la conversión y responda a ella. Sagrado Corazón de Jesús en ti confío, dulce Corazón de María, se la salvación mía.

+ Juan Ignacio, Obispo de San Bernardo

(Editorial Revista Iglesia en San Bernardo, junio 2012)