¿Qué hacer con nuestra decadencia televisiva?

Cada vez son más continuas las quejas de los padres de familia en contra de nuestra pobre y elemental programación televisiva en los canales nacionales. La venta y cambio de mano de algunos de los canales pareciera haber significado una mayor decadencia moral respecto del tiempo anterior tiempo, no exento ya de serias falencias. ¿Cuál es el sustrato de la queja?

Primero la frivolidad y la farándula -todos entendemos que es– que se ha convertido en un contendido central de la programación. Algo muy decadente, pero que se sabe que atrae y cautiva la atención de muchos. Todo ello adobado con desnudos, el uso habitual de los garabatos, las aventuras sentimentales y sexuales de los personajes del mundo de la TV y el espectáculo, etc. En resumen, una televisión muy fácil de hacer, de bajo costo y preparación, donde se nota la improvisación y se promueve la espontaneidad sensual de los jóvenes. Una televisión que se asegura entradas millonarias, pero que produce otras pérdidas muchos más graves. Esto comienza habitualmente por la tarde y va subiendo de tono con el paso de las horas, hasta llegar a los calibres más gruesos luego que los canales pasan el consabido aviso de que a partir de las 10:00 PM pueden trasmitir programas para mayores de 18 años, según las exigencias de la ley. Nuestros programas de farándula son, en opinión de algunos, un termómetro del estado moral de la nación. Y hay fiebre alta y sostenida.

Luego viene el capítulo de las teleseries, producidas por nuestras llamadas áreas dramáticas. Naturalmente no sigo sus argumentos. Pero hay personas que si lo hacen y tienen buen criterio para discernir. Resultado del análisis. Uso del sexo en forma habitual, no a manera de insinuaciones, sino muchas veces explicito. Ambientes casi siempre torcidos y lujuriosos. Avidez del dinero fácil y negocios turbios. Enredos sentimentales por doquier, que implican a casados, solteros, etc. Desacreditar la familia, siempre cruzada de conflictos insolubles, luchas intestinas de poder, dinero y herencias etc. Uso mañoso de la historia pasada y más cercana, dando interpretaciones unilaterales, etc. Son teleseries fáciles de hacer y con ingresos seguros. Otro camino fácil, con segura destrucción de los fundamentos más elementales de la familia.

Tercer capítulo, el cine. Ya se ha entrado directamente en el cine que contiene materiales altamente nocivos, de contenido erótico y de violencia. Una onda más nueva son las películas new age, o cosas parecidas, donde se lleva al espectador a épocas remotas de la historia en las cuales abundas espíritus malignos, ídolos y diosecillos, y toda clase de poderes espirituales ocultos y siniestros. En el fondo, películas que tienden a disolver la revelación del Dios cristiano.

Todo esto es lo que esta sucediendo en nuestra TV abierta. Evidentemente no siempre es así, pero en muchos casos. Las reacciones son difíciles, porque este proceso se da en un contexto en que el reclamo por la libertad es absoluto y quien se permita levantar la voz para criticar es acallado y condenado al olvido.Pero hay un detalle. Nuestros jóvenes, incluso los de corta edad, están siendo cambiados, diría inoculados, por todos estos males. De allí se están siguiendo muchas consecuencias, que descubrimos en nuestro trabajo pastoral. El desprecio por los valores de respeto mutuo, manifestado en el uso habitual del garabato, la enorme facilidad para llegar a la violencia, primero verbal y luego física, la incontinencia en materia sexual, que transforma la amistad en casi necesaria intimidad a edades cortísimas, con las consecuencias que todos conocemos, el trato cada vez mas difícil entre padres e hijos. Pero, se dirá, y ¿tanto tiene que ver nuestra TV? Muchísimo. Así como enseñamos que el ejemplo es el gran predicador, los malos ejemplos predican con tanta eficacia como los buenos. Y nuestra TV da, habitualmente, muy malos ejemplos.

¿Qué hacer me han preguntado varias personas? Difícil respuesta, pero no imposible. Primero, que los padres -algunos lo han hecho- se unan para reclamar por las vías legales. Una de ellas el Consejo Nacional de Televisión. http://www.cntv.cl/denuncias/prontus_cntv. Otra, no comprar aquellas marcas y empresas que ponen sus avisos en esas trasmisiones televisivas. Una compleja: darse el trabajo -que resulta esencial para unos papás preocupados de los hijos- de saber qué ven los hijos o las hijas y conversar. Y la más importante y esencial, dar el ejemplo. Si el papá o la mamá siguen esas telenovelas, ven esas películas y programas de farándula, no hay casi nada que hacer. Fray ejemplo es el mejor predicador.

+ Juan Ignacio

(Revista Iglesia en San Bernardo, septiembre 2012)