Obedecer

Hay virtudes que están desprestigiadas. Una de ellas es la obediencia. Dice San Juan Crisóstomo que Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia”. La obediencia “tiene por compañeras la honra y la dignidad, porque no es esclavitud o servidumbre de hombre a hombre, sino sumisión a la voluntad de Dios, que reina por medio de los hombres”, decía el Papa León XIII. El mismo Señor Jesús fue en todo ejemplo de obediencia; a sus padres en la tierra, a Dios el Padre Eterno, a las leyes de los hombres, etc.

Pero hoy no siempre esta de moda obedecer. Y lo vemos en la relación de los padres con los hijos, en los jóvenes en sus escuelas, en la incapacidad de muchos para aceptar las ideas ajenas, en proclamar una libertad que no tiene limites. Pero, sobre todo, en no reconocer a Dios como el Señor de la historia de cada uno, que siendo un Padre amoroso, quiere que vivíamos bien nuestra libertad y descubramos que ella siempre tiene limites. Hay muchas personas que no quieren esos limites, porque piensan que el hombre es el centro de la historia y cada uno puede hacer lo que quiera. San Francisco de Sales escribió sobre esta virtud: “Has de obedecer cuando te manden cosas agradables, como es el comer y divertirse, pues aunque entonces no parece gran virtud el hacerlo, el no hacerlo seria gran defecto; has de obedecer en las cosas indiferentes, como ponerte tal o tal vestido, ir por tal o por cual camino, cantar o callar, y ésta será una obediencia muy loable; has de obedecer también en las cosas difíciles, ásperas y duras, y ésta será obediencia perfecta; has de obedecer, finalmente, con dulzura, sin enojo y, sobre todo, por amor”. Con mucha sabiduría se escribió: que ninguno manda con seguridad sino el que aprendió a obedecer de buena gana” (Imitación de Cristo, 1, 20, 3)

También en la Iglesia cuesta obedecer. No obedecen lo que sostiene abiertamente pensamientos contrarios a la enseñanza de la Madre Iglesia, sea del lado que sean. Los que sabiendo que viven en su vida práctica pasando a llevar los mandamientos no se esfuerzas por cambiar. No obedece el teólogo que escribe o habla contra las enseñanzas de la Iglesia, donde no debe y cuando no debe. No obedece el lefebrista que no quiere aceptar permanecer unido a la Sede de Pedro e insiste en que un concilio no tiene valor, etc. No obedece el sacerdote que pasando a llevar las disposiciones de la liturgia se “inventa” su misa y predican sus ideas y no las que enseña la Iglesia o callan las que deben enseñarse. No obedecen los sacerdotes de Austria que llaman a no hacer caso a lo que dispone la Iglesia y sus Obispos y que ha recibido una reprimenda publica del misma Papa. Por esta razón estamos en el tiempo de “redescubrir el valor de la obediencia, dejarse atraer por Jesucristo, comprender que Su “camino” está en la Iglesia, con el sucesor de Pedro y los obispos en comunión con él; considerar estas verdades como más importantes que nuestros proyectos acerca de la fe y la Iglesia, es el verdadero desafío que tenemos ante nosotros. Como dijo Benedicto XVI en la Misa crismal: “La desobediencia, ¿es verdaderamente un camino? ¿Se puede ver en esto algo de la configuración con Cristo, que es el presupuesto de toda renovación, o no es más bien sólo un afán desesperado de hacer algo, de transformar la Iglesia según nuestros deseos y nuestras ideas?”

Es necesario volver a descubrir el valor de la obediencia y su eficacia. “¡Oh poder de la obediencia! – El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano. – Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron “piscium multitudinem copiosa”. -una gran cantidad de peces- Créeme: el milagro se repite cada día (San J. Escrivá, Camino, 629). Meditémoslo.

+Juan Ignacio, Obispo de San Bernardo