La humildad en la liturgia

La humildad de celebrar la liturgia tal como la Iglesia lo pide es una de las expresiones de esta virtud más difíciles de vivir. Varias veces, a raíz de matrimonios de personas católicas, me han consultado acerca de los cantos que se están proponiendo a los novios. En una ocasión durante la entrada de los novios se quería interpretar una parte de la opera Tannhauser, de Wagner (que se refiere a los antiguos dioses germanos), en otra era canciones de Violeta Parra o de Morricone y mas allá una cueca alusiva al matrimonio, o “Una furtiva lagrima” de Donizetti o “Va Pensiero” de Verdi. etc. Bellísimas músicas y letras, si se quiere, pero no son música ni religiosa ni sagrada. Y la propuesta es para una ceremonia religiosa, para la cual la Iglesia tiene los más preciosos y diversos cantos, de todas las épocas y estilos.En otras ocasiones me han consultado sobre la posibilidad de celebrar el matrimonio en un centro de eventos, que ofrecen el “paquete completo” incluido el matrimonio religioso. El argumento más habitual es que los novios quieren casarse en contacto con la naturaleza. Pero la Iglesia siempre ha señalado que el lugar para la celebración del matrimonio, y en general de los sacramentos, es el templo o capilla, destinados y construido para ello. Sólo por razones graves se puede hacer de otra manera. En otro caso que hace poco llegó a mis oídos, los mismos novios dieron la comunión sacramental a los asistentes y así, podríamos hacer un largo elenco de iniciativas que expresan, por decir, lo menos, una cierta incomprensión del sentido de la liturgia y son parte del llamado “creacionismo litúrgico”.

Tomando algunas ideas del actual Papa, que ha dedicado desde siempre una particular atención a estos temas, es necesario tratar de comprender que la relación con Dios es imprescindible para relacionarnos adecuadamente con los demás hombres y con el resto de la creación y la liturgia nos hace partícipes del mundo de Dios, de la forma de existencia en el «cielo», y hace irrumpir la del mundo divino en nuestro pequeño mundo humano. La liturgia, con sus símbolos, signos y gestos, silencios y cantos, abre a la persona a la trascendencia y le descubre la alianza entre Dios y el hombre, que se verifica en el culto de la liturgia, como una participación anticipada del hombre histórico, a través de la creación, en la eternidad de Dios. Todo ser humano necesita de esta dimensión, pues sólo se identifica plenamente a sí misma cuando acepta libremente la relación personal con Dios para la que fue creada. El culto tiene también esa dimensión reparadora de la herida causada por el alejamiento de Dios. Damos gracias, pedimos perdón y solicitamos a Dios su ayuda y sus dones.

Pero ¿no podemos dar ese culto a Dios en Jesucristo en cualquier lugar, puede alguien preguntarse y no sólo en un templo? ¿Todavía necesitamos de un espacio sagrado, de un tiempo sagrado, de unos símbolos mediadores? Sí, – responde el teólogo Ratzinger – los necesitamos, precisamente para que aprendamos, por medio de la «imagen», por medio del signo, a ver el cielo abierto, para que lleguemos a ser capaces de reconocer el misterio de Dios en el corazón traspasado del crucificado. La liturgia introduce el tiempo terrenal en el tiempo de Jesucristo y en su presencia. La celebración litúrgica es entonces una identificación de la vida de cada uno con la entrega de Cristo y particularmente con la Encarnación del Hijo de Dios y su Resurrección, a través del camino de la cruz. En realidad en la liturgia es Dios mismo el que actúa nosotros nos sentimos atraídos hacia esta acción y por ello la participación en la liturgia es principalmente una participación existencial, que requiere un cierto esfuerzo para que cada uno se ofrezca a sí mismo a Dios y a los demás, con todas sus potencias, también corporales. De aquí que lo “entrenido o menos” de la liturgia no puede confundirse con parte de su esencia.

En el fondo es creer “que la fuerza de la Palabra no depende, en primer lugar, de nuestra acción, de nuestros medios, de nuestro «hacer», sino de Dios, que esconde su poder bajo los signos de la debilidad, que se hace presente en la brisa suave de la mañana (cf. 1 R 19, 12), que se revela en el árbol de la cruz. Debemos creer siempre en el humilde poder de la Palabra de Dios y dejar que Dios actúe”, ha dicho el Papa. En esto consiste la humildad en la liturgia.

+JIGE

(Revista Iglesia en San Bernardo, noviembre 2012)