Sobre la caída de las vocaciones

Pregunta: – Santo Padre, soy Anthony Denton, sacerdote, vengo de Oceanía, de Australia. Esta noche somos muchísimos sacerdotes aquí. Pero sabemos que nuestros seminarios no están llenos y que, en el futuro, en varias partes del mundo, nos espera una baja incluso brusca. ¿Qué hacer por las vocaciones que sea verdaderamente eficaz? ¿Cómo proponer nuestra vida, en lo que de grande y bello tiene, a un joven de nuestro tiempo?

Respuesta Santo Padre: – Realmente usted toca un problema grande y doloroso de nuestro tiempo: la falta de vocaciones, a causa de la cual Iglesias locales están en peligro de volverse áridas, porque falta la Palabra de vida, falta la presencia del sacramento de la Eucaristía y de los otros sacramentos. ¿Qué hacer? La tentación es grande: de tomar nosotros la cosa en nuestras propias manos, de transformar el sacerdocio – el sacramento de Cristo, el ser elegido por él – en una profesión normal, en un “job” que tiene sus horas, y por lo demás uno pertenece solamente a sí mismo; y de ese modo transformándolo en una vocación como cualquier otra: hacerlo accesible y fácil.

Pero es una tentación, esta, que no resuelve el problema. Me hace pensar en la historia de Saúl, el rey de Israel, que antes de la batalla contra los filisteos espera a Samuel para el necesario sacrificio a Dios. Y cuando Samuel, en el momento esperado, no viene, él mismo cumple el sacrificio, aunque no era sacerdote (cfr. 1Sam 13); piensa resolver así el problema, que naturalmente no resuelve, porque asume en sus propias manos lo que él mismo no puede hacer, se hace a sí mismo Dios, o casi, y no puede esperarse que las cosas vayan realmente según Dios.

Así, también nosotros, si desempeñáramos sólo una profesión como otras, renunciando a la sacralidad, a la novedad, a la diferencia del sacramento que da solamente Dios, que puede venir solamente de su vocación y no de nuestro “hacer”, no resolveremos nada. Tanto más debemos – como nos invita el Señor a hacerlo – orar a Dios, tocar la puerta, al corazón de Dios, para que nos dé las vocaciones; rezar con gran insistencia, con gran determinación, con gran convicción, porque Dios no se cierra a una plegaria insistente, permanente, confiada, aunque deje pasar las cosas, esperar, como Saúl, más allá de los tiempos que hemos previsto. Esto me parece el primer punto: alentar a los fieles a tener esta humildad, esta confianza, este valor de rezar con insistencia por las vocaciones, de tocar al corazón de Dios para que nos dé sacerdotes.

Aparte de esto yo agregaría tres puntos. El primero: cada uno de nosotros debería hacer lo posible por vivir el propio sacerdocio de manera tal que resulte convincente, de manera tal que los jóvenes puedan decir: esta es una verdadera vocación, así se puede vivir, así se hace una cosa esencial para el mundo. Pienso que ninguno de nosotros se habría hecho sacerdote si no hubiese conocido sacerdotes convincentes en los cuales ardía el fuego del amor de Cristo. Por lo tanto, este es el primer punto: busquemos ser nosotros mismos sacerdotes convincentes.

El segundo punto es que debemos invitar, como ya he dicho, a la iniciativa de la oración, a tener esta humildad, esta confianza de hablar con Dios con fuerza, con decisión.

El tercer punto: tener el valor de hablar con los jóvenes si pueden pensar que Dios los llama, porque frecuentemente una palabra humana es necesaria para abrir la escucha a las vocación divina; hablar con los jóvenes y sobre todo ayudarles a encontrar un contexto vital en el cual puedan vivir. El mundo de hoy es tal que casi parece que excluye la maduración de una vocación sacerdotal; los jóvenes tienen necesidad de ambientes en los que se vive la fe, en los que se presenta la belleza de la fe, en los que se presente esto como un modelo de vida, “el” modelo de vida, y por lo tanto ayudarles a encontrar movimientos, o la parroquia – la comunidad en la parroquia – u otros contextos donde realmente estén circundados por la fe, por el amor de Dios, y puedan por lo tanto estar abiertos para que la vocación de Dios llegue y los ayude. Por lo demás, agradezcamos al Señor por todos los seminaristas de nuestro tiempo, por los jóvenes sacerdotes, y recemos. El Señor nos ayudará.