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Domingo de Ramos: En Cristo está bendecida toda la humanidad

papa_ramosBenedicto XVI abrió ayer los ritos de Semana Santa celebrando en la Plaza de San Pedro, ante más de sesenta mil fieles, la Santa Misa del Domingo de Ramos.

El Pontífice recorrió en papamóvil la plaza hasta llegar al altar, colocado bajo el obelisco y adornado con motivo de esta festividad con 50.000 ramos de árboles, flores y arbustos mediterráneos de diverso tipo. También había 13 olivos seculares procedentes, como el resto de la decoración floral, de la región italiana de Puglia.

El Domingo de Ramos -dijo el Papa en su homilía- es el gran pórtico que nos lleva a la Semana Santa, la semana en la que el Señor Jesús se dirige hacia la culminación de su vida terrena. Él va a Jerusalén para cumplir las Escrituras y para ser colgado en la cruz, el trono desde el cual reinará por los siglos, atrayendo a sí a la humanidad de todos los tiempos y ofreciendo a todos el don de la redención.

El pontífice recordó los dos episodios que jalonan la entrada de Cristo en Jerusalén: la curación del ciego Bartimeo y el entusiasmo de los discípulos y la multitud que lo aclama con las antiguas palabras de bendición de los peregrinos: ‘¡Hosanna!, bendito el que viene en el nombre del Señor’. ?Esta alegría festiva, transmitida por los cuatro evangelistas, es un grito de bendición, un himno de júbilo: expresa la convicción unánime de que, en Jesús, Dios ha visitado su pueblo y ha llegado por fin el Mesías deseado. Y todo el mundo está allí, con creciente expectación por lo que Cristo hará una vez que entre en su ciudad?, explicó.

Pero, ¿cuál es el contenido, la resonancia más profunda de este grito de júbilo? La respuesta está en toda la Escritura, que nos recuerda cómo el Mesías lleva a cumplimiento la promesa de la bendición de Dios, la promesa originaria que Dios había hecho a Abraham, el padre de todos los creyentes: ‘Haré de ti una gran nación, te bendeciré? y en ti serán benditas todas las familias de la tierra’. Por eso, el que es aclamado por la muchedumbre como bendito es al mismo tiempo aquél en el cual será bendecida toda la humanidad. Así, a la luz de Cristo, la humanidad se reconoce profundamente unida y cubierta por el manto de la bendición divina, una bendición que todo lo penetra, todo lo sostiene, lo redime, lo santifica?.

Por lo tanto, el primer mensaje de la festividad de hoy es ¿la invitación a mirar de manera justa a la humanidad entera, a cuantos conforman el mundo, a sus diversas culturas y civilizaciones. La mirada que el creyente recibe de Cristo es una mirada de bendición: una mirada sabia y amorosa, capaz de acoger la belleza del mundo y de compartir su fragilidad. En esta mirada se transparenta la mirada misma de Dios sobre los hombres que Él ama y sobre la creación, obra de sus manos?.

Ahora bien : ¿Quién es para nosotros Jesús de Nazaret? ¿Qué idea tenemos del Mesías, qué idea tenemos de Dios? Esta es una cuestión crucial que no podemos eludir, sobre todo en esta semana en la que estamos llamados a seguir a nuestro Rey, que elige como trono la cruz; estamos llamados a seguir a un Mesías que no nos asegura una felicidad terrena fácil, sino la felicidad del cielo, la eterna bienaventuranza de Dios?

¿Cuáles son nuestras verdaderas expectativas?, se preguntó el Papa y, dirigiéndose en particular a los jóvenes, protagonistas de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebra hoy, dijo: Que el Domingo de Ramos sea para vosotros el día de la decisión, la decisión de acoger al Señor y de seguirlo hasta el final, la decisión de hacer de su Pascua de muerte y resurrección el sentido mismo de vuestra vida de cristianos. Como he querido recordar en el mensaje a los jóvenes para esta Jornada, ‘alegraos siempre en el Señor’.

Por último, manifestó el deseo de que en este día ?reinen especialmente dos sentimientos: la alabanza, como hicieron aquéllos que acogieron a Jesús en Jerusalén con su ‘hosanna’; y el agradecimiento, porque en esta Semana Santa el Señor Jesús renovará el don más grande que se puede imaginar, nos entregará su vida, su cuerpo y su sangre, su amor. Pero a un don tan grande debemos corresponder de modo adecuado, o sea, con el don de nosotros mismos, de nuestro tiempo, de nuestra oración, de nuestro estar en comunión profunda de amor con Cristo que sufre, muere y resucita por nosotros.

Benedicto XVI resumió este concepto con las palabras de san Andrés, obispo de Creta y Padre de la Iglesia: (…) Deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo (?) revistiéndonos de su gracia, es decir de Él mismo (?) como si fuéramos unas túnicas… Ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria.