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Que no lo engañen con las leyendas negras

obispo_121Artículo escrito por Monseñor Juan Ignacio González para la sección Enfoques de la Fe, de la Revista Iglesia en San Bernardo

Desde los inicios, la Iglesia Católica ha sufrido ataques. Esto ya lo advirtió el mismo Señor Jesús. Por eso, también desde los orígenes, existieron mártires, es decir, hombres y mujeres que por la defensa de la fe dieron su vida. Cuando uno asiste a misa y el sacerdote viste los colores rojos, es porque se celebra el recuerdo de algún santo que murió mártir.

Pero hay otro tipo de ataques que no mata el cuerpo pero afecta el espíritu de los creyentes. Son las llamadas leyendas negras; cuentos, inventos, cosas sospechosas de las que algunos culpan a la Iglesia. Esos cuentos, las mayoría de la veces, lo que hacen es cambiar la historia verdadera por mentiras. Las llamadas leyendas negras consisten en sembrar desinformación a través de la presentación tendenciosa de los hechos históricos, bajo la apariencia de objetividad y de rigor histórico o científico. Su finalidad es procurar crear una opinión pública que sea anticatólica. No se trata de una crítica, una denuncia honesta y rigurosa de los errores cometidos por los miembros de la Iglesia, sino de dar una imagen voluntariamente distorsionada del pasado o presente de la Iglesia, para convertirla en una descalificación global de su misión.

Las leyendas negras sobre la Iglesia no son un asunto sencillo que deba ser objeto de preocupación sólo para los historiadores. Todos los católicos nos jugamos mucho en la lucha contra estas manipulaciones. Y es que la descalificación de esta institución religiosa a largo de toda su historia compromete seriamente ante la opinión pública su legitimidad social y moral de cara al futuro. Un fenómeno reciente como la polvareda social levantada por la novela El Código Da Vinci, resulta ser un magnífico ejemplo del peligro que la manipulación de la historia de la Iglesia entraña para su acción pastoral actual.

Las polémicas anticatólicas se acentuaron y cobraron una especial violencia en la segunda mitad del siglo XVI, cuando las discusiones entre católicos y protestantes invadieron también el campo de la historia y la literatura, surgiendo entonces todo un modelo de difamación sistemática de la Iglesia.

El anticatolicismo se desarrolló especialmente en Inglaterra, Holanda y en los países escandinavos. Algunos escritores se esforzaron por inventar mil ejemplos de vileza y maldad, culpando al Papa, a los Obispos y curas de cosas falsas y escandalosas, habitualmente relacionadas con el poder, el dinero o el sexo, difundiendo la idea de que la Iglesia católica era la sede del Anticristo, de la ignorancia y del fanatismo. Tal idea se extendió en el siglo XVIII, a lo largo y ancho de Europa señalando a la Iglesia como causa principal de la degradación cultural de los países que habían permanecido católicos.

Todos hemos oído hablar de la Cruzadas y muchas veces sólo nos han señalado que eran fruto del deseo de poder, de riqueza, dominio y pocos se atreven a decir que su finalidad era recuperar los lugares históricos donde vivió Jesús, a los cuales los cristianos no podían ir en peregrinación. Para que decir los fábulas sobre la inquisición, que habría quitado la vida de cientos de miles de personas por ser herejes. Y nadie nos dice que la inquisición era, esencialmente, una investigación, para determinar si existía alguna herejía y que la Iglesia nunca quito a nadie la vida por sus convicciones. Muchos creen todavía que Galileo Galilei, un gran científico, murió en manos de la inquisición, pero nadie nos dice que murió en su casa, rodeado de sus amigos, algunos de ellos sacerdotes. Otros creen que la Iglesia es una fábrica de riquezas y que ellas están acumuladas en el Vaticano y que habría que venderlas todas para dar de comer a los pobres. Y nadie nos dice que en dos mil años muchas personas han ido regalando cosas a la Iglesia y que hoy ellas pueden ser visitadas en museos abiertos a todo el público y que son propiedad de todos los católicos. Y así, suma y sigue.

Alguien dijo que si uno miente y miente algo quedará. Pero si somos católicos conocedores de la Iglesia, de su historia y su finalidad, deberíamos tener ser capaces de informarnos para que no nos cuenten mentiras.

+Juan Ignacio González E.