contraportada2

El Beato Juan Pablo II, un Papa Grande

contraportada2Editorial escrita por Monseñor Juan Ignacio para la revista Iglesia en San Bernardo del mes de mayo.

La Iglesia y el mundo han vivido un momento de gracia particular con la beatificación del Papa Juan Pablo II, como ha quedado patente en la participación de más de un millón de fieles en las ceremonias en Roma y de cientos de millones que se unieron a través de los medios de comunicación. El mundo lo consideraba un santo y la Iglesia, recogiendo el sentir universal, ha declarado, luego del proceso propio, que Juan Pablo II fue un hombre totalmente de Dios, que habiendo vivido las virtudes cristianas en grado heroico, está gozando ya de la gloria de los cielos, reservada para quienes fueron fieles a su vocación.

Para todos fue un hombre fiel, admirado y seguido, que expresaba de una manera muy singular al mismo Señor Jesús que volvía a pasar por los caminos de nuestra tierra. Pocas naciones se vieron privados de su presencia física y de su enseñanza evangélica que, como pregonero del único Maestro, fue sembrando por doquier en sus más de cien viajes por el mundo. Testigo privilegiado de mundos que ya se fueron, vivió las más grandes calamidades morales que han existido en el siglo pasado, el marxismo y el nazismo. Fue uno de los Obispos que participó en el más grande acontecimiento eclesial de ese siglo; el Concilio Vaticano II. De una nación profundamente católica y que a lo largo de toda la historia más reciente ha sufrido mucho, Juan Pablo II fue un hombre de Dios preparado por la Providencia para reencausar los caminos de la historia y volver a poner los fundamentos para una autentica y fiel interpretación de las enseñanzas del Concilio. Lo hizo con humildad y sabiduría, sabiendo escuchar al hombre moderno, pero mostrando, desde los inicios, que sólo en Cristo y desde Él, era posible fundar una civilización del amor.

Desde su primer gran documento, la Encíclica “Redentor hominis”, el nuevo Beato se trazó un recorrido cuya finalidad era volver a poner a Cristo en el centro de la vida del mundo y hacerlo así cruzar el umbral de la esperanza, llevando a la Iglesia hacia el inicio del tercer milenio, al que nos preparó con especial cuidado, dedicando a tres Personas Divinas los años que precedieron la llegada del año jubilar del 2000.

Su enseñanza a toda la Iglesia y al mundo no dejó aspecto alguno que no fuera reenfocado desde la perenne sabiduría de la Iglesia. “Entre los documentos principales, se encuentran 14 encíclicas, 15 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas, 45 cartas apostólicas, además de las catequesis propuestas en las audiencias generales y de las alocuciones pronunciadas en todas las partes del mundo. Con su enseñanza, Juan Pablo II ha confirmado e iluminado al Pueblo de Dios sobre la doctrina teológica (sobre todo en las primeras tres grandes encíclicas (“Redemptor hominis”, “Dives in misericordia”, “Dominum et vivificantem”), antropológica y social (encíclicas “Laborem exercens”, “Sollicitudo rei socialis”, “Centesimus annus”), moral (encíclicas “Veritatis splendor”, “Evangelium vitae”), ecuménica (encíclica “Ut unum sint”), misiológica (encíclica “Redemptoris missio”), mariológica (encíclica “Redemptoris Mater”)”. Dió a la Iglesia y al mundo el Catecismo, que a la luz de la Tradición, autorizadamente interpretada por el Concilio Vaticano II, ha sido el camino seguro en tiempo de confusión. Su magisterio ha culminado en la encíclica “Ecclesia de Eucharistia” y en la carta apostólica “Mane nobiscum Domine”, durante el Año de la Eucaristía” ya en el tiempo cercano a su partida al cielo.

Quisiera resaltar entre sus enseñanzas su particular amor a Jesús en la Eucaristía y todas las enseñanzas y ejemplos que nos dejó acerca del cuidado y delicadeza con que debemos tratar al Señor en el Santísimo Sacramento y que en esta diócesis intentamos poner en práctica en la vida litúrgica, personal y comunitaria. Asimismo, para todos fue patente su amor a María. Fue un hombre plenamente fiel a Cristo y a la Iglesia y para todos fue siempre evidente su entrega heroica, hasta el agostamiento de sus fuerzas físicas, en bien de toda la Iglesia y del mundo. Nosotros como Nación le debemos la paz con Argentina y haber recibido de su propia boca la enseñanza de Jesús, en aquella histórica visita apostólica de 1987.

La historia irá profundizando en su vida y su Magisterio y el paso de los años harán que pueda ser reconocido como una de los más grandes Pontífices que el Señor ha querido dar a su Iglesia. Acojámonos a su intercesión, pidámosle su sabiduría y prudencia y que Dios nos conceda ser fieles a las enseñanzas de Jesús, que la Iglesia nos trasmite.

+ Juan Ignacio, Obispo de San Bernardo