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La Confesión

confesion5Artículo escrito por Monseñor Juan Ignacio González para la sección Enfoques de la Fe, de la Revista Iglesia en San Bernardo.

La pieza oscura y mis pecados
Entraron en una pieza muy oscura dos amigos. Uno de ellos preguntó al otro ¿tienes las manos limpias? Creo que si respondió. Pues veamos, y encendió la luz y sus manos estaban muy sucias. Es lo que nos pasa cuando vivimos lejos de Dios, lejos de la Luz Divina: no vemos nuestras propias suciedades. Tampoco podemos descubrir aquellos que en nuestra vida es ofensas a Dios y al prójimo cuando estamos lejos de El. Vivir cerca de Dios y aceptarlo en nuestra vida en una necesidad de cualquier persona.

“Me cuesta mucho confesarme padre”. Es una afirmación habitual y conocida, porque en realidad es difícil reconocer los pecados y faltas contra Dios y contra el prójimo. Algunos incluso creen que no es siquiera posible ofender a Dios. ¡”Que le va a preocupar a Dios lo que yo haga!, exclaman”. Otros dicen que no saben de que confesarse o que aunque han tratado de mirarse a si mismos, no tienen de que hacerlo. No hay duda que el sacramento de la confesión no esta de moda, aunque se está poniendo. Depende en parte importante de nosotros los sacerdotes. Sentarse a confesar cuesta. Además, ya lo dijo un Papa hace muchos, muchos años, en pleno siglo XX, que uno de los problemas mas graves del mundo era la perdida del sentido del pecado. Pero el Catecismo lo sigue definiendo: “El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación”.

Algo nos pasa entonces porque hay pecados pero falta los pecadores. Lo que nos pasa a todos es que nos cuesta reconocer y aceptar la presencia y acción de Dios en nuestra vida y entonces nos parece que El tiene que ver sólo con los grandes temas, no se mete en lo pequeño. Menos aceptamos, por lo menos algunas veces, que nuestro Padre Dios quiera mostrarnos cómo hemos de comportarnos. Y, particularmente, que El mismo por medio de su Iglesia pueda decirnos que algo esta mal o esta bien.

Pero la cosa no es tan fácil de resolver. Por eso San Agustín escribió al inicio de una de sus principales obras: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón permanece inquieto mientras no descanse en ti”. Y es que cada uno de nosotros lleva dentro un deseo de eternidad, de durar, de permanecer, porque todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios y el hombre busca siempre la verdad, la bondad, la belleza. Lo busca donde está, en Dios, o lo inventa donde no está; en los bienes, los placeres, el dinero, el sexo, el poder, etc. Y es lógico que si yo mismo me invento mis diosesillos yo mismo le doy mis propias morales reglas al diosecillo, que nunca será exigente y que me tranquiliza siempre mi conciencia. La experiencia concreta demuestra que muchas veces al final de esas vidas se sigue buscando al verdadero Dios, al Padre de todas las bondades. Por eso hay tantas conversiones en los finales de muchas vidas.

La realidad verdadera es que el hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso. Viniendo de Dios y yendo hacia Dios vive una vida plenamente humana. El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien encuentra su dicha. “Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, no habrá ya para mi penas ni pruebas, y mi viva, toda llena de ti, será plena”, escribió el mismo San Agustín.

Bien, quiero acercarme a Dios, porque sólo desde la luz que de El emana podré conocer mi propia vida y cambiar aquellas maneras de ser y conductas que yo mismo me doy cuenta que no van bien. Quiero cambiar mi carácter, quiero aprender a querer a los que me quieren, quiero se fiel a mis compromisos, etc. Para ello es necesario pedir con humildad, pues así se abren las puertas del alma a Dios. Quizá digas es que no se orar. Decírselo al Señor ya es orar. Por este camino te darás cuenta que el sacerdote, aunque sea un pecador, es otro Cristo, dispuesto siempre al perdón en nombre de Dios y te acercarás a él con los ojos de la fe. Esta Cuaresma es un buen momento para dejar entrar a Dios en nuestra vida y si lo dejas El te perdonará todos tus pecados.

+ Juan Ignacio González E.
Obispo de San Bernardo