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Homilía en la Misa Crismal 2011

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Queridos hermanos sacerdotes, pueblo de Dios que hoy acompaña a sus sacerdotes

1. En este día solemne en que todos juntos renovamos nuestras promesas de servir al Señor como sacerdotes y lo hacemos en la presencia de Dios y de un grupo de fieles que representan nuestras comunidades, quisiera que volviéramos a meditar en nuestro servicio sacerdotal siguiendo las palabras del Prefacio de la Misa Crismal, que en un momento mas proclamaremos al iniciar la liturgia Eucarística

Viene con fuerza a nuestra mente la enseñanza de la Carta a los Hebreos: “Todo pontífice tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es instituido para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados. (Heb 5, 11). Hemos sido llamados por el Señor en su Iglesia para ser otros cristos, el mismo Cristo, pues como enseñó el Concilio Vaticano II “por el sacramento del orden se configuran los presbíteros con Cristo sacerdote, como ministros de la Cabeza para construir y edificar todo su Cuerpo, que es la iglesia, como cooperadores del Orden episcopal. (Decr. Presbyterorum Ordinis, 12).

Constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva

2. “Realmente es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Tú constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna y por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, que su único sacerdocio se perpetuara en la Iglesia”

Queridos hermanos, el nuestro es el sacerdocio de Cristo, el mismo Hijo de Dios hecho hombre. Con San Ignacio de Antioquia podemos decir, con humildad de corazón “los sacerdotes fueron elegidos por Dios para esta dignidad suprema entre todas las dignidades creadas”. (Epístola a los de Esmirna). Pese a nuestra condición pecadora, a nuestras debilidades, el Señor nos ha elegido y nosotros con nuestra libertad hemos aceptado el llamado para ser en medio de mundo el mismo Cristo, y perpetuar en la vida del mundo su único sacerdocio. “El sacerdote es el intercesor público y oficial de la Humanidad cerca de Dios, y ha recibido el encargo y el mandato de ofrecer a Dios en nombre de la Iglesia no sólo el real y verdadero Sacrificio del Altar, sino también el sacrificio de alabanza (cfr. Sal 49, 14). Con salmos, preces y cánticos tomados en gran parte de los libros inspirados ofrece a Dios cada día varias veces el debido tributo de adoración y cumple el necesario deber de rogar por la Humanidad, hoy más afligida que nunca, y más que nunca necesitada de Dios. ¿Quién podrá decir cuántos castigos aparta de la humanidad la plegaria del sacerdote y cuántos beneficios consigue para ella?”, escribió el Papa Pío XI. (Ad catholici sacerdotii, 20-XII-1935).

Hermanos míos, al recibir la ordenación dejamos de pertenecernos para pertenecer sólo a Cristo y por la Gracia recibida llegar a ser el Señor en medio de los hombres, pues es “es tal la condición del sacerdote que no puede ser bueno o malo sólo para sí, pues el modelo de su vida influye poderosamente en el pueblo. El que cuenta con un buen sacerdote, ¡qué bien tan grande y precioso tiene! (San Pío X, Exhortac. Haerent animo, 4-VIII-1908).

Dios elige a algunos hombres para hacerlos participar de su sacerdocio ministerial mediante la imposición de las manos.

3. Sigue el prefacio de la Misa de hoy diciendo que “por la unción del Espíritu Santo determinaste, en tu designio salvífico, que su único sacerdocio se perpetuara en la Iglesia. Él no sólo enriquece con el sacerdocio real al pueblo de los bautizados, sino también, con amor fraterno, elige a algunos hombres para hacerlos participar de su sacerdocio ministerial mediante la imposición de las manos”

Este designio salvífico de Dios sobre la humanidad se expresa en las palabras del Señor en el Evangelio de San Juan: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”. (Jn 10, 10).
¿De que vida nos habla el Señor? Se trata de la vida en el espíritu, de la llamada de todos nosotros a vivir en plena comunión con Dios por la gracia divina, que tiene su primera expresión en el deseo serio y profundo de cada uno de buscar siempre y en todo la santidad, imitando al Supremo Sacerdote, hasta poder decir, como el Señor Jesús, “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra”. (Jn 4, 34). Estamos, pues, comprometidos en la salvación del mundo y nuestra vida debe buscar siempre ese horizonte. Es cierto, estimados hermanos el en sacerdocio, que esta misión de Cristo que nosotros continuamos, muchas veces no es bien acogida por el mundo moderno, pero también los es que el mismo Señor, a quien servimos, nos advirtió que así como a El lo persiguieron, también los mismo pasará con nosotros. San Pablo, reafirmando esta idea central de nuestra vida nos dice que “es necesario tomar parte en los sufrimientos de Nuestro Señor para ser glorificado con El” (Rom 7, 18). “Inmolemos cada día nuestra persona y toda nuestra actividad, imitemos la pasión de Cristo con nuestros propios padecimientos, honremos su sangre con nuestra propia sangre, subamos con empeño a la Cruz. Si quieres imitar a Simón de Cirene, toma la cruz y sigue al Señor” (San Gregorio Nacianceno, Disertación 45).

“Ellos deben renovar en nombre de Cristo el sacrificio de la redención humana, preparar a tus hijos el banquete pascual”.

4. “Ellos – sigue diciendo el Prefacio de la Misa – deben renovar en nombre de Cristo el sacrificio de la redención humana, preparar a tus hijos el banquete pascual”.

En esta renovación del sacrificio redentor de Cristo, que cada día se realiza sobre nuestros altares, está el centro de la vida personal y comunitaria de la Iglesia. “El sacerdote que sube al altar presta a Jesucristo su gesto y su voz pues el sacerdote consagra este sacramento hablando en la persona de Cristo” dice el Concilio. Florentino en la Bula. Exsultate Deo). “Por el Sacramento del Orden, el sacerdote se capacita efectivamente para prestar a Nuestro Señor la voz, las manos, todo su ser; es Jesucristo quien, en la Santa Misa, con las palabras de la Consagración, cambia la sustancia del pan y del vino en su Cuerpo, su Alma, su Sangre y su Divinidad. En esto se fundamenta la incomparable dignidad del sacerdote. Una grandeza prestada, compatible con la poquedad mía. Yo pido a Dios Nuestro Señor que nos dé a todos los sacerdotes la gracia de realizar santamente las cosas santas, de reflejar, también en nuestra vida, las maravillas de las grandezas del Señor. (San Josemaría Escrivá, Homilía. Sacerdote para la eternidad, 13-4-73).

Agradezco a Dios el amor y cariño a Jesús Eucaristía que se manifiesta en todos los sacerdotes de nuestra diócesis en la devoción eucarística que ha arraigado en todas nuestras comunidades y parroquias, mediante la adoración semanal y exposición y bendición con el Señor Sacramentado y en participación en el Jubileo Circulante. Una expresión de este amor al Señor será la Capilla para la Adoración perpetua que prontamente queremos inaugurar en los patios de la Iglesia Catedral.

Junto a la adoración, pongamos particular empeño en cuidar la celebración, siguiendo en ello las precisas indicaciones del Santo Padre.
“Por consiguiente, al subrayar la importancia del ars celebrandi, se pone de relieve el valor de las normas litúrgicas. El ars celebrandi ha de favorecer el sentido de lo sagrado y el uso de las formas exteriores que educan para ello, como, por ejemplo, la armonía del rito, los ornamentos litúrgicos, la decoración y el lugar sagrado. Favorece la celebración eucarística que los sacerdotes y los responsables de la pastoral litúrgica se esfuercen en dar a conocer los libros litúrgicos vigentes y las respectivas normas, resaltando las grandes riquezas de la Ordenación General del Misal Romano y de la Ordenación de las Lecturas de la Misa. En las comunidades eclesiales se da quizás por descontado que se conocen y aprecian, pero a menudo no es así. En realidad, son textos que contienen riquezas que custodian y expresan la fe, así como el camino del Pueblo de Dios a lo largo de dos milenios de historia. Para una adecuada ars celebrandi es igualmente importante la atención a todas las formas de lenguaje previstas por la liturgia: palabra y canto, gestos y silencios, movimiento del cuerpo, colores litúrgicos de los ornamentos. En efecto, la liturgia tiene por su naturaleza una variedad de formas de comunicación que abarcan todo el ser humano. La sencillez de los gestos y la sobriedad de los signos, realizados en el orden y en los tiempos previstos, comunican y atraen más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas. La atención y la obediencia de la estructura propia del ritual, a la vez que manifiestan el reconocimiento del carácter de la Eucaristía como don, expresan la disposición del ministro para acoger con dócil gratitud dicho don inefable” (Exh.Post Sinodal Sacramentum caritatis, 40)

Guiar en la caridad a tu pueblo santo, alimentarlo con tu palabra y fortalecerlo con tus sacramentos.

5. Debemos “guiar en la caridad a tu pueblo santo, alimentarlo con tu palabra y fortalecerlo con tus sacramentos”

Queridos hermanos, en la reciente Exhortación sobre la Palabra de Dios, el Santo Padre ha querido volver a recordarnos con renovadas luces las enseñanzas del Concilio sobre la importancia y la centralidad de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. “La palabra del Señor permanece para siempre. Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos» (1 P 1,25: cf. Is 40,8). Esta frase de la Primera carta de san Pedro, que retoma las palabras del profeta Isaías, nos pone frente al misterio de Dios que se comunica a sí mismo mediante el don de su palabra. Esta palabra, que permanece para siempre, ha entrado en el tiempo. Dios ha pronunciado su palabra eterna de un modo humano; su Verbo «se hizo carne» (Jn1,14). Ésta es la buena noticia. Éste es el anuncio que, a través de los siglos, llega hasta nosotros”( n.1). Guiar al pueblo de Dios es mostrarle y enseñarle la Palabra, descubrir al pueblo cristiano el deseo de salvación que Dios nos comunica el enviarnos a su Verbo y dejarnos las escrituras, como la expresión de Dios que nos habla, que habla a cada uno y a la Iglesia.” (n.1) Es necesario continuar en el esfuerzo de enseñar a meditar en la palabra de Dios.

Como ha señalado el Santo Padre es necesario insistir más “en la exigencia de un acercamiento orante al texto sagrado como factor fundamental de la vida espiritual de todo creyente, en los diferentes ministerios y estados de vida, con particular referencia a la lectio divina. En efecto, la Palabra de Dios está en la base de toda espiritualidad auténticamente cristiana. «Todos los fieles… acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual, o bien en otras instituciones u otros medios, que para dicho fin se organizan hoy por todas partes con aprobación o por iniciativa de los Pastores de la Iglesia. Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración», recordando las palabras de Origenes “cuando lees, Dios te habla; cuando oras, hablas tú a Dios».

“Por eso, en la lectura orante de la Sagrada Escritura, el lugar privilegiado es la Liturgia, especialmente la Eucaristía, en la cual, celebrando el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el Sacramento, se actualiza en nosotros la Palabra misma. En cierto sentido, la lectura orante, personal y comunitaria, se ha de vivir siempre en relación a la celebración eucarística. Así como la adoración eucarística prepara, acompaña y prolonga la liturgia eucarística, así también la lectura orante personal y comunitaria prepara, acompaña y profundiza lo que la Iglesia celebra con la proclamación de la Palabra en el ámbito litúrgico. Al poner tan estrechamente en relación lectio y liturgia, se pueden entender mejor los criterios que han de orientar esta lectura en el contexto de la pastoral y la vida espiritual del Pueblo de Dios” (n. 86).

Tus sacerdotes, termina señalando el Prefacio, Padre, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, deben esforzarse por reproducir en sí la imagen de Cristo y dar testimonio de fidelidad y de amor.

Queridos hermanos sacerdotes, unidos en el presbiterio de nuestra diócesis, en comunión afectiva y efectiva con quien ha sido puesto por el Espíritu Santo para ser cabeza de esta comunidad diocesana y fieles todos a la enseñanza de la Iglesia, en plena comunión con el Sucesor de Pedro, nuestro Papa Benedicto, continuemos sin desfallecer nuestro misión de mostrar a los hombres y mujeres de hoy a aquel que es el camino, la verdad y la vida.

Que María la Madre de los sacerdotes, nos consiga de su hijo el don de la fidelidad y la capacidad de vencer las dificultades y temores que los tiempos actuales ponen en nuestro camino y que la fraternidad verdadera, vivida heroicamente entre nosotros, venza cualquier fisura que el Maligno quiera provocar entre nosotros.

Así sea.

+ Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo

Miércoles 20 de abril. Catedral de San Bernardo