Benedicto XVI presidió ayer, Miércoles de Ceniza, la tradicional procesión penitencial desde la Iglesia de San Anselmo en el Aventino hasta la basílica de Santa Sabina, donde presidió la celebración eucarística.
El Papa recibió la ceniza del cardenal Jozef Tomko, titular de la basílica y la impuso a los cardenales y obispos presentes, así como a varios fieles.
“Hoy comenzamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma con el sugestivo ritual de la imposición de la ceniza, a través del cual nos comprometemos a convertir nuestro corazón a los horizontes de la Gracia”, dijo el Papa al principio de su homilía. “No es una conversión superficial y transitoria, sino un camino espiritual que atañe en profundidad a la conciencia y supone una sincera enmienda”.
“Se trata -prosiguió- de poner en práctica una actitud de verdadera conversión a Dios – volver a El-, reconociendo su santidad, su potencia y su majestad. Y esta conversión es posible porque Dios es rico en misericordia y grande en el amor. Su misericordia es regeneradora. (…) Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Nos ofrece de nuevo su perdón (…) para darnos un corazón nuevo, purificado del mal que lo oprime, para que compartamos su alegría. Nuestro mundo necesita ser convertido por Dios, necesita su perdón, su amor, necesita un corazón nuevo”.
“La llamada de Cristo a la conversión -nos dice el Catecismo de la Iglesia católica- sigue resonando en la vida de los cristianos. (…) Es un compromiso permanente con toda la Iglesia, que incluye en su seno a los pecadores y que a la vez es santa y siempre necesitada de purificación, busca sin cesar la penitencia y la renovación.Este esfuerzo de conversión no es sólo obra humana. Es el movimiento del “corazón contrito”, atraído y movido por la gracia para responder al amor misericordioso de Dios”.
“¡Todos pueden abrirse a la acción de Dios, a su amor!”, exclamó el pontífice. “Con nuestro testimonio evangélico, los cristianos debemos ser un mensaje vivo; más aún, en muchos casos somos el único Evangelio que la gente de hoy lee todavía. (…) He aquí una razón más para vivir bien la Cuaresma: ofrecer el testimonio de fe vivida a un mundo en dificultad que necesita volver a Dios, que necesita conversión”.
El Santo Padre se refirió por último al evangelio de hoy en que Jesús relee las tres principales obras de piedad de la ley mosaica: limosna, oración y ayuno, y “pone de relieve en ellas una tentación común: el deseo de ser admirados y estimados por una buena acción. (…) El Señor Jesús no pide un cumplimiento formal de una ley ajena al hombre, (…) sino que invita a redescubrir estas tres obras de piedad viviéndolas de una manera más profunda, no por amor propio, sino por amor de Dios, como medios en el camino de la conversión”.
“Limosna, ayuno y oración: son los camino de la pedagogía divina que nos acompañan, no sólo en Cuaresma, hacia el encuentro con el Señor Resucitado; un camino que hay que recorrer sin ostentación, ciertos de que nuestro Padre Celestial también sabe leer y ver en el secreto de nuestros corazones”, finalizó el Papa.