“Vimos su estrella en Oriente…” (Mt. 2, 2)

Pongámonos en actitud de oración. Démosle vigencia existencial a nuestra convicción de que Dios Nuestro Señor, y en particular Jesucristo, está dentro de nosotros. Descansemos en Él, digámosle en una sola mirada nuestra adoración humilde, nuestro afecto confiado, nuestro descanso en Él, nuestra disponibilidad, el deseo de que nos hable un rato, para que nuestro interior se vaya transformando a su imagen, con la comunicación y la participación de su propia vida. Digámosle, para avalar nuestro pedido, que se lo pedimos por medio de la Santísima Virgen, para que nos hable, nos inunde de luz, de amor, de fuerza, a propósito del texto de san Mateo:

Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” 1.

Jesús, qué importancia tiene esta referencia al tiempo y al lugar en los cuales naciste, y cómo nos hablan de tu encarnación en la naturaleza humana. Como todo hombre, naces en una patria, en un siglo, en una época. Por otra parte, esta misma referencia nos habla del gobierno sapientísimo de Dios Uno y Trino sobre el mundo: ibas a encarnarte, Jesús, no en cualquier momento, sino en el momento prefijado por la sabiduría del Padre en la plenitud de los tiempos, en las circunstancias propicias para el fin propuesto por esa sabiduría y ese amor. Ibas a nacer, además, no en cualquier lugar sino en el lugar predeterminado y en la estirpe prefijada, en los tiempos de Herodes, en la tierra de Belén. Ibas a nacer de la tribu de Judá y de la estirpe del rey David.

El texto nos pone delante esos personajes tan ejemplares: unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”2.

¡Qué maravilla nos describen estas pocas palabras, qué maravilla de actitud y de conducta frente a Dios! Son hombres no del pueblo de Israel, no aquéllos que tienen los libros santos, no los que tienen más o menos vigente la promesa del Redentor. Son hombres que viven en el paganismo y, sin embargo, tienen el alma permanentemente dispuesta a atisbar cualquier signo de la voluntad de Dios; están a la expectativa de cualquier señal que les pueda expresar o de alguna manera sugerir la voluntad de Dios. Por eso, porque atisban, porque buscan, porque investigan, porque no están pasivos, porque no sólo no rechazan si se les presenta con evidencia esa voluntad, sino que también están dispuestos a aceptarla y la inquieren y la buscan; por eso se pasan las noches y los días mirando el cielo para ver, en lo que en él ocurre, cualquier signo de la voluntad de Dios.

¡Qué ejemplo para nosotros! ¡Cuántas veces no estamos ni siquiera dispuestos a aceptar la voluntad de Dios que se nos presenta con evidencia, si ella no nos resulta grata! ¡Qué ejemplo para nosotros que a lo mejor rezamos, examinamos, reflexionamos mucho menos para conocer esa voluntad, aunque no somos paganos como ellos, ni estamos en el Antiguo Testamento, sino que somos cristianos.

Y porque estos gentiles preguntan con rectitud de corazón la voluntad de Dios, Él se les manifiesta; les habla a través de un signo nuevo, de extraordinaria elocuencia para ellos, que se les aparece en el firmamento y con su movimiento hacia el poniente los invita a seguirlo. Y porque son rectos, Dios les manda esa señal exterior y, simultáneamente, les envía la luz interior necesaria para interpretarla adecuadamente y para seguirla con generosidad. Rectitud anhelante de parte de ellos, respuesta maravillosa de luz, de amor y de fuerza por parte de Dios.

Pero los magos no sólo buscan la voluntad de Dios, y Tú, Jesús, con tu Padre y el Espíritu Santo, se la muestras, sino que al punto obedecen y la siguen. Y pasando por encima de las dificultades que podían interponerse: distancia y largo viaje, incomodidad, medios precarios de entonces -se trata de marchar en camello y a través del desierto-; no obstante las dificultades inherentes a un viaje en estas condiciones: cansancio, hambre, sed, peligro de ladrones; no obstante la necesidad de tener que dejar las propias actividades, las ocupaciones de cada día, las personas queridas, el hogar y la patria; no obstante el tener que ir a otro pueblo, a otra raza, a otra nación no siempre amiga, muchas veces beligerante, en todo caso en muchos aspectos hostil; no obstante todo eso, el texto sintetiza la actitud de los magos en dos palabras: vimos y vinimos, oímos la voz de Dios y al punto obedecimos.

De nuevo, ¡qué magnífica lección, Jesús Nuestro, complementaria de la anterior!: buscar siempre con rectitud tu voluntad y cumplirla apenas conocida, con prontitud, perseverancia, fortaleza y en todo caso con generosidad.

En medio de eso, Tú, con tu Padre y el Espíritu Santo, que son los dadores de esa disposición y de esa misma actitud en los magos, muestran el enorme amor, la generosidad, la prontitud y la grandeza, y hasta el celo con el cual Dios responde con nuevas gracias a los hombres, apenas ellos muestran la menor acogida a la primera gracia. Porque esperaban, les hablaste; porque obedecieron, los condujiste hasta Jerusalén. Más adelante, los vas a guiar hasta Belén.

Y hay otro detalle lindo: Vimos, vinimos con el fin de adorarle. Así lo proclaman los magos. Preguntan abiertamente, no esconden su vasallaje a Dios, no disimulan, confiesan plena y gozosamente el móvil de su actuación que los ha llevado hasta Jerusalén.

Sigue el texto: Al enterarse el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén 3. ¡Qué diferencia, Jesús nuestro! Alegría, ánimo, gozo, fuerza en los rectos y turbación en los tortuosos. ¡Pobre mundo, cuántos tortuosos! Precisamente venías a traer la verdadera justicia y la verdadera rectitud. Y se iban a necesitar unos años para que Juan Bautista llamara a los hombres a enderezar los caminos y así pudieran acogerte con gozo, con amor, con gratitud, con rectitud, como los magos. Mientras tanto: Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén 4. La ciudad capital de tu pueblo escogido no quería saber nada de que vinieras a salvarla, sus habitantes estaban demasiado acostumbrados a los bienes de aquí abajo.

También hoy, Señor, mucha gente se turba con cualquier signo de tu presencia en este mundo. La Cruz, por ejemplo, que te simboliza, o se trivializa y se la separa de Ti, o molesta. Queremos muchas veces humanizar, poner al día la Iglesia, quitarle su “excesiva” sacralidad, no sólo con la recta intención de hacernos, como san Pablo, “todo a todos” para ganar a todos para Ti, sino que a veces lo hacemos para quitar del mundo y también de nuestra propia conciencia el “exceso” o el llamado irritante o urticante de lo sagrado, de la necesidad de cumplir con tu ley en medio de las cosas de aquí abajo, en medio de nuestras propias actividades en apariencia sólo temporales. También hoy nos molesta y nos turba tu presencia en el mundo. Que no confundamos, Jesús Nuestro, la recta intención de llegar a todos, con la molestia de tu presencia en el mundo y con la peor molestia: la de representarte en el mundo, para poder librarnos de una conducta y de una toma de posición que pueda resultar molesta a nuestra cobardía.

Que cualquier signo tuyo, Jesús, siempre sea bienvenido para nosotros, gozosamente bienvenido por más que implique, en el acto, una toma de posición, un ejercicio inmediato de conducta que nos cueste.

Gracias, Jesús. Te agradecemos este rato de charla. Te pedimos que sigas en nuestro interior hablándonos de todo lo que creas oportuno. Te pedimos que nos des la gracia de estar siempre dispuestos a atisbarte, a escucharte y a seguirte. Te lo pedimos de un modo particular por la intercesión de tu Madre y Madre nuestra y de los santos protectores que nos acompañan en esta fiesta.

 

Padre Luis María Etcheverry Boneo