La Encarnación como paradigma

Toda la cultura cristiana y toda la civilización cristiana no es sino una extensión de la Encarnación. Si estudiando el hecho de ese Dios-Hombre, Jesucristo, percibimos, entendemos bien qué es lo que hay en Él de unidad en la Persona, qué hay de diversidad de naturalezas, qué hay de relaciones recíprocas entre esas dos naturalezas, tenemos la base para entender lo que tiene que ser, en lo fundamental, una cultura y una civilización cristiana.

La Encarnación es un hecho cultural y de civilización trascendental, que define y diferencia substancial y radicalmente la cultura y la civilización cristiana de cualquier otra. No es un hecho histórico que aparece y se va. Es un hecho histórico generador de una fuerza, y por otra parte, ejemplarizador, en virtud de lo cual todo después de la presencia de Jesucristo en el mundo, toda tarea cultural y de civilización se hace a partir de Jesucristo, según y a imitación de Él, y con la fuerza, con el ejemplo, con las ideas y con la incorporación, de alguna manera, a Jesucristo.

Y todas las relaciones que Jesucristo va a tener con las otras Personas divinas, con los hombres, con la sociedad y con las cosas, nos van a dar el paradigma y la fuerza vital para las relaciones que los hombres tenemos que tener entre nosotros. Y no nos va a dar sólo el modelo, sino además la fuerza necesaria, tanto en el plano sobrenatural como en el natural, para poder realizar la civilización y la cultura de acuerdo con ese arquetipo. Más aún, en Jesucristo vamos a tener el paradigma no sólo de lo social sino también de lo individual para cada hombre. En Jesucristo vamos a tener el ideal humanista de una civilización cristiana. Jesucristo va a ser el hombre perfecto por antonomasia, el modelo acabado, tanto en el orden individual, personal, como en el orden social.

Más aún, todas las dimensiones de la vida social, en virtud de lo cual los hombres se van integrando a esa vida en sus distintos sectores, cumpliendo diversas funciones, por mandatos o misiones diversas, las cuales han sido precedidas por distintas vocaciones. Todo llamado a la vida, es sobre la base de venir al mundo a cumplir como papel fundamental la expresión de una dimensión que se dio en Jesucristo. Él es hombre y Dios, es una síntesis de toda la humanidad y toda la humanidad no tiene que dar sino una explicitación, una amplificación de las dimensiones y del paradigma humanístico que es la humanidad misma de Jesucristo. Y esto vale para cada hombre, cada comunidad y cada sociedad. Esto vale para las sociedades destinadas al desarrollo del hombre sólo aquí abajo y para la Iglesia, sociedad destinada al desarrollo del hombre en relación con el más allá.

El hecho fundamental de la historia de la cultura y de la civilización es la presencia en la tierra de ese Theos y Antropos a la vez, de ese ser teándrico, de ese ser hombre y Dios: Jesucristo. Y el momento culminante de su vida, que es su muerte en la cruz y su Resurrección, sella el centro de toda la historia de la cultura y de la civilización. Esta afirmación, no es una declamación teórica, ni sólo teología, sino que la filosofía de la historia y la teología de la historia, y la filosofía de la cultura y la filosofía y la teología de lo social, todas ellas -basadas en los datos empíricos iluminados por la fe- van a coincidir en mostrarnos, precisamente, el papel y el lugar absolutamente central y fontal, liminar y conductor, que tiene la presencia de esta realidad -Jesucristo- en el mundo de la civilización y de la cultura.

 

Padre Luis María Etcheverry Bone