¿Qué fueron a ver al desierto? (Mt. 11, 7)

Juan el Bautista, oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de escándalo!”

Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: “¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquél de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino” 1.

Dejemos un instante el sentido profundo de la vida de san Juan Bautista y fijémonos, en cambio, en su figura que, es tan indicadora de cómo tenemos que ser. Esa figura del Bautista que aparece a través de las palabras de Jesucristo, con las cuales le paga a Juan el hecho lindo de haberle enviado a sus discípulos. ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Un hombre vestido con refinamiento -dice el texto-, un hombre vestido y rodeado de lujo? No. ¿Un sibarita? No. Ésos están en las casas de los reyes. ¿Salisteis a ver un hombre sin firmeza, un hombre versátil, un hombre veleta que va de un lado para otro, que se acomoda permanentemente a las últimas teorías, a las doctrinas, a las últimas modas? No. Salisteis a ver no una caña agitada por el viento, sino un hombre firme.

Un hombre firme no quiere decir un hombre intolerante, pero sí capaz de adecuarse a su pueblo y de preparar a ese pueblo para recibirlo a Jesucristo. Juan no era un hombre que viniera de “ultratumba” y que por eso no tuviera capacidad de adecuarse a los hombres de su tiempo. Por el contrario, todos corrían tras él, iban a recibir el bautismo de penitencia, aunque no fuera un hombre que los halagaba. Era un hombre que se imponía por su autoridad moral, por su verdad, por su conducta.

Entonces, no es un sibarita, no es un hedonista, que hace de la vida un vivir cómodo, no es un hombre acomodaticio, de ninguna manera; finalmente, tampoco habla para su propio halago, para quedar bien, para tener tal o cual prestigio frente a tal o cual auditorio. Es un profeta, es un hombre que habla con la palabra de Dios, habla de aquello que ha recibido, de lo que, le guste a él o no le guste, le guste al auditorio o no, es lo que Dios Nuestro Señor quiere que transmita al pueblo. Eso es lo que hicieron los profetas y generalmente acabaron lapidados por el pueblo, al cual no le agradaban muchas veces las palabras, los mensajes, las indicaciones de esos mensajeros en nombre de Dios.

Sí, es un profeta -dice Jesucristo- y es más que un profeta. En otro momento Jesucristo llega a decir de Juan que es el hombre más grande que ha nacido de mujer 2. ¿Por qué? Porque es un profeta que viene a anunciar de parte de Dios nada menos que la presencia de Jesús, a quien tenemos que adherirnos con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas. La misión más grande que se puede tener en la tierra es la de mostrarlo a Jesucristo y llevar a los hombres al encuentro con Él.

San Juan Bautista es un hombre austero, firme, desprovisto de toda vanidad, de toda mira propia, que no busca sino transmitir las palabras de Dios y, sobre todo, llevar a los hombres hacia el Señor, con total desprendimiento de sí.

De la figura del Bautista, aquello que sirve para cualquier persona que quiere en la vida cumplir una misión de apostolado, una misión de bien hacia el prójimo, sirve también en lo relativo al encuentro personal con Jesucristo. Si queremos encontrarnos con el Señor tenemos que ser, ante todo, abnegados respecto de las cosas y respecto de nosotros mismos.

Si vivimos muy adheridos a las cosas de este mundo como lo estamos en esta época moderna, en la cual hay una enorme máquina destinada a crear más y más comodidades, más y más bienes -con aquella fórmula famosa de la economía contemporánea: “producir más para vivir mejor”- dificilmente nos acercaremos a Jesucristo. El que vive muy aferrado, muy tomado por la dialéctica del mundo moderno, el que vive preocupado sólo por mejorar su standard de vida material, difícilmente pueda acercarse a Jesucristo Nuestro Señor, quien teniendo todo en sus manos eligió la pobreza, la total carencia de medios. Nadie nació más pobre que Jesucristo, nadie ha nacido en un comedero, en un establo, teniendo por cuna unas pajas que servían de alimento a los animales.

Entonces, en primer lugar, para encontrarlo a Jesucristo se necesita desprendimiento de las cosas de aquí abajo. En segundo lugar, se necesita un poco de firmeza en la adhesión al Señor, a lo que Dios manda.

san Juan Bautista dirige a sus discípulos hacia Jesucristo. Es un hombre que no quiere transmitir sino la palabra de Dios. Es un profeta y un profeta destinado a señalar la presencia del Mesías y a mandar a los hombres hacia Él. Y eso con toda firmeza, con esa firmeza que luego van a imitar y van a reproducir los Apóstoles cuando los del Sanedrín les quieran prohibir que prediquen a Jesucristo y ellos dirán: Juzgad vosotros mismos a quién tenemos que obedecer, si a Dios o a los hombres, si a Dios o a vosotros 3. Se necesita esa firmeza interior.

Y nosotros tenemos a qué adherirnos con firmeza. Conocemos perfectamente la palabra de Dios que nos viene por la Escritura, a esa palabra la ha recibido la Tradición y nos la ha enseñado durante veinte siglos el Magisterio de la Iglesia. Tenemos que adherirnos a ella, con firmeza, con la constancia que tuvo san Juan Bautista y como lo hicieron tantos profetas; aunque pueda costarnos el tener que vivir a contrapelo, aunque pueda costarnos algún disgusto, como a los Apóstoles, y antes a los profetas y al mismo Juan el Bautista; claro está que a ellos les costó la misma vida.

Entonces, tenemos que renunciar a las cosas de acá abajo y adherirnos con rectitud a lo que Dios quiera, nos guste o no nos guste, esté de moda o no lo esté, satisfaga tales o cuales aspiraciones nuestras o no las satisfaga. Tenemos que adherirnos a la palabra de Dios, a lo que nos consta que Dios nos pide, nos guste o nos cueste.

Así entonces, con el desprendimiento de las cosas de afuera y el desprendimiento de nuestra conveniencia, con adhesión total a Jesucristo y con mucha humildad -esa humildad que tiene Juan Bautista, en virtud de la cual dice que no es digno de atar las correas de los zapatos del Señor, que es necesario que Jesucristo crezca y que él disminuya y en virtud de la cual se desprende de sus discípulos y los envía al Señor- también nosotros iremos al encuentro de Jesucristo, pasaremos muy bien nuestro Adviento, Él vendrá plenamente en Navidad y tendremos la garantía de caminar por la tierra derecho hacia nuestro destino final.

Y esa marcha no sólo va a ser exitosa para el más allá, sino también para el más acá. No nos olvidemos nunca de las palabras de Jesucristo: Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura 4. Busquemos con rectitud al Señor y sus fines eternos y no nos vamos a arrepentir de ello ni siquiera para las cosas de aquí abajo.

 

Padre Luis María Etcheverry Boneo