María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un Hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un Hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados 1.
Faltan pocas horas y vamos a renovar con la Iglesia de un modo a la vez misterioso y sacramental -lleno de simbolismo y lleno de eficacia- el nacimiento de Jesús.
Demos una parte de nuestro tiempo -ojalá que mucho- a nuestra última preparación para esta venida del Señor que será tanto más eficaz y fructuosa cuanto mejor estemos dispuestos para ella.
Recordemos lo que la Iglesia nos ha venido poniendo delante de los ojos, sobre todo con el ejemplo de san Juan Bautista, para que precisamente esta enseñanza se haga carne en nosotros y cuando el Señor llegue esta noche lo recibamos del modo más oportuno posible.
Los mismos textos del Santo Evangelio que nos narran los prolegómenos inmediatos, los momentos inmediatamente precedentes al nacimiento, nos están inculcando los sentimientos que tenemos que tener e invitando a desarrollarlos.
En primer lugar, recogimiento. Paradojalmente conmemoramos Navidad con un gran bullicio, con un gran ruido, con mucho movimiento. En cambio, la primera Navidad se preparó en el recogimiento: no fue en Jerusalén ni en Roma ni en el centro de Belén, ni siquiera entre amigos y conocidos; fue en un pueblito extraño a los personajes -aunque era cuna de su familia- y fue en las afueras de ese pueblo. Más aún, se preparó en el lugar donde iba a ocurrir -una cueva de animales- con profundo recogimiento y en soledad de los hombres y en silencio: allí no hay ruido, allí no hay palabras que sobren, la Virgen y san José están abismados en la contemplación del Niño que está en el seno de la Virgen y que poco después va a nacer trayendo visiblemente a Dios.
Además, todo ocurre en pobreza. Es una cosa que salta a la vista en cuanto leemos los textos: ¡en qué pobreza va a nacer el Hijo de Dios! Nadie en la tierra pudo haber nacido en condiciones más pobres que las de Jesucristo: no sólo en casa ajena sino en casa no humana, en casa de animales; la cuna del Niño Dios va a ser un comedero, un pesebre; su colchón va a ser un poco de heno, un poco de alimento de unas bestias que están alrededor.
Y eso lo elige el Niño Dios para Él y para su Madre y san José y para enseñarnos la preparación para lo que va a ocurrir. Lo elige, con plena conciencia, para hacernos desprender de las cosas de aquí abajo frente al enorme regalo que es lo de arriba y que es la venida del Hijo de Dios.
Naturalmente, esa pobreza trae mortificación. Cuando se tienen muchos medios la vida es cómoda; para los que carecen de medios la vida es dura. Allí estaban en pleno invierno, hacía frío, había viento, era duro ese colchón del Niño, era duro el colchón de la Virgen, era absolutamente inhóspito todo lo que los rodeaba.
En el silencio, en el recogimiento, en la separación de los hombres, en la separación de las cosas y en la mortificación, va a nacer el Hijo de Dios y se preparan los padres para ese momento.
Y luego, nace el Niño Dios en una profunda humildad. Decíamos que nadie ha nacido más pobre y, como consecuencia, más humillado. Se les había cerrado la puerta de la posada porque eran pobres. Se les había afrentado, por lo tanto. No había lugar para ellos.
El Niño Dios no es digno de nacer en casa de hombres, sólo es digno de nacer en casa de animales. Su Madre y san José soportan todo esto con total aceptación, con toda serenidad, con toda paz, con pleno acatamiento de la voluntad de Dios.
Y así entramos en la actitud fundamental que es la obediencia: nace el Niño Dios porque viene a obedecer a su Padre, nace porque la Virgen ha dicho “sí” en el momento de la Anunciación; nace delante de san José porque san José también dijo “sí” cuando -como leemos en Mateo- estaba por dejarla a la Virgen y el ángel le advirtió que no se fuera, que lo que ocurría en su esposa era obra del Espíritu Santo; nace allí, en Belén, porque quieren cumplir con la voluntad de Dios, que se manifiesta a través de la autoridad, cuando manda a cada uno empadronarse en el lugar original de la propia familia; y nace, así, cumpliendo las Escrituras.
Todo es obediencia en estos personajes, una obediencia que contrasta tanto con nuestro espíritu de rebelión, con nuestro espíritu moderno de autonomía.
Todo allí es fe. No hay la menor duda de que María Santísima y san José están ciertos de que el Niño que tiene la Virgen en las entrañas y que pronto van a poder contemplar y abrazar, ese Niño es el Hijo de Dios; y lo creen con toda firmeza porque Dios se los ha dicho a través del ángel, el Señor se los ha revelado internamente más y más durante los nueve meses de la gestación. Ellos creen firmemente y con esa fe obsequian a Dios.
Jesús nace en medio de una esperanza plena. María y José se sienten, evidentemente, muy por debajo de la enorme responsabilidad de ser madre y padre adoptivo, nada menos que del Hijo de Dios. Pero ellos sin embargo esperan, es decir, confían en el poder de Dios, confían en el amor y en la fidelidad de Dios a la promesa que ha hecho y, entonces, están seguros y están contentos; porque cuando uno está frente a una empresa ardua y tiene todos los medios divinos, cuanto más ardua sea la empresa, más gloriosa va a ser para Dios y más meritoria para nosotros.
María y José están llenos de amor: llenos de amor a Dios Padre a quien obedecen, al Niño a quien esperan con el corazón abierto, a los hombres a quienes saben que ese Niño viene a redimir y a quienes aprenden a amar sabiendo que Jesús los va a amar tanto que va a morir por ellos, sabiendo que ese hijo es el Hijo de Dios que se encarna precisamente para salvar a los hombres.
Finalmente están allí en total rectitud y en total disponibilidad: están allí porque Dios quiere, están como Dios quiere y están para lo que Dios quiera; están con el corazón, con la inteligencia, con la voluntad, con todas sus potencias perfectamente dispuestas; están repitiendo las palabras de la Virgen: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra 2. Ni siquiera se atreven a colaborar con Dios; le dicen que Él haga dentro de ellos todo lo que quiera: en su inteligencia, en su voluntad, en su corazón, en cada una de sus potencias, en toda su vida.
Así esperan al Niño y así quiere la Iglesia que lo esperemos también nosotros.
Durante este día terminemos de ajustar nuestra preparación en esta línea, en la línea que nos señala la misma Iglesia y los textos evangélicos y todo el espíritu de la liturgia.
La venida del Niño Dios en Nochebuena puede, debe y va a ser enormemente trascendental para el mundo y también para cada uno de nosotros. Podrá ser más o menos espectacular, podremos notar y otros inmediatamente, que tenemos una divinización mayor o menor, podrá ocurrir esto externa o sensiblemente en nuestro interior, o no -tal vez mejor que no- pero estemos ciertos de que, si nos preparamos, esa transformación se va a producir. Jesucristo nos va a informar, Él mismo nos va a cambiar nuestros pensamientos, nuestros afectos, nuestras voliciones, toda nuestra vida por la suya. Jesucristo va a nacer en nosotros y vamos a poder decir, con toda verdad, como san Pablo: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí 3.
Padre Luis María Etcheverry Boneo