Homilía, 13 de diciembre de 1970
La gente le preguntaba a Juan: “¿Qué debemos hacer entonces?”. El les respondía: “El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto”. Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?”. Él les respondió: “No exijan más de lo estipulado”. A su vez, unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”. Juan les respondió: “No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo”.
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible”. Y por medio de muchas otras, exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia 1 .
Este texto de san Lucas tiene la ventaja de presentarnos de modo muy concreto un camino para prepararnos – según se dio en el Antiguo Testamento y según la Iglesia quiere- para la venida inmediata de Jesucristo en Navidad.
Se presentan ante san Juan unos cuantos tipos de personas. Los campesinos de la zona, probablemente acostumbrados a transgredir la ley de Dios, sobre todo en cuestiones de justicia: quedarse con un poco de trigo ajeno, sacar unas uvas de los viñedos del vecino, trampear en alguna transacción, cerrar el corazón a algún pobre que necesita, fingir pobreza para sacar algo a los demás. A esta gente que estaba acostumbrada a proceder así, Juan bien concretamente les dice: el que tiene dos túnicas que dé una; el que tiene un poco más de comer, que lo dé. El Bautista, más allá de la justicia estricta, exige una marcha -dentro del mismo campo de las cosas materiales- hacia la caridad que llegue a compadecerse del prójimo y, lejos de defraudarlo, le dé más.
Se encuentra con unos soldados que también vienen a bautizarse y le dicen: -¿Qué debemos hacer para alcanzar la vida eterna, o para prepararnos para hacer penitencia? ¿Ustedes están acostumbrados porque tienen armas para presionar? No extorsionen. ¿Están acostumbrados a hacer falsas denuncias por venganza o para luego levantarla mediante la extorsión, etc.? No utilicen la falsa delación, la falsa denuncia. ¿Ustedes están acostumbrados, asegurados por las armas, a presionar incluso a la autoridad, exigiendo mayores pagas? Conténtense con lo que están recibiendo. Bien concretamente, a este otro grupo de personas le señala el camino de la penitencia, es decir, de la corrección, del desprendimiento de lo que está mal y de la apertura y de la aspiración a lo que está bien. Les señala el camino de acuerdo con el propio estado, de acuerdo con las propias costumbres, de acuerdo con el propio tenor de vida. Y allí les señala precisamente: que tienen que buscar el camino de la propia corrección.
Y esto tiene una enseñanza muy clara para nosotros. Nos estamos acercando a Navidad. La figura de Juan Bautista nos ha venido repitiendo el desprendimiento de las cosas de afuera, el desprendimiento de nuestras pasiones, de todo lo que sea el mundo de nuestros sentidos o el mundo de nuestra psicología, el desprendimiento sobre todo de nuestro propio yo, de nuestro orgullo, de nuestro amor propio.
¿Por qué no aplicamos a situaciones bien concretas estas enseñanzas? Nos hemos ido acostumbrando a no frenar las ganas de sentirnos por encima de los demás, o de usar nuestra prepotencia o de exigir pseudo derechos o lo que fuere. Pero ahora se nos pide que concretemos. ¿Y por qué no concretamos haciendo un examen de conciencia, precisamente frente a aquellas cosas que componen la trama diaria de nuestra vida? Un examen de conciencia respecto de lo que hacemos, respecto del contenido, del modo, de la cantidad de lo que hacemos; y de lo que dejamos de hacer cuando deberíamos hacerlo; o de lo que no está del todo bien en el momento, en las circunstancias o en las condiciones en las cuales lo hacemos. Porque precisamente la afección a las cosas de afuera, o la subordinación a nuestros apetitos, o el sometimiento a nuestro yo, nos hacen transgredir una serie de reglas en nuestra conducta: de normas estrictas de bien y de mal o reglas de perfección, de mayor bien, que para nosotros pueden ser de alguna manera obligatorias porque el Señor nos las muestra para algo. Nos las señala y nos muestra los senderos dándonos la gracia necesaria para marchar por ellos.
Entonces, es el momento de empezar a ver dentro de nuestra conciencia, por más que estemos ocupados en muchas cosas y empezar a hacer un examen un poco más minucioso que de costumbre. Es el momento de preguntarnos qué es lo que le gustaría a Jesucristo Nuestro Señor que hubiéramos cambiado para que Él pueda llegar y estar cómodo, en casa de amigos, en casa de personas muy queridas, el día de Navidad. Qué le gustaría que cambiáramos en nuestras relaciones con Él, con el Padre Eterno, con el Espíritu Santo, con la Virgen; en nuestra vida espiritual en general; en nuestras relaciones con el prójimo; en nuestras relaciones con las cosas y tareas que tenemos entre manos y que de una manera u otra nos son obligatorias. Qué es lo que tendríamos que modificar en lo que hacemos y en lo que dejamos de hacer. Preguntémonos ya, qué es lo que Jesucristo está deseando pedirnos y no nos lo pide para no exponerse a un rechazo de parte nuestra. Si fuéramos del todo sinceros y quisiéramos entrar en nuestro interior con total desapasionamiento, con total deseo de mirar las cosas como son y de tener el corazón totalmente dispuesto, qué es lo que allí veríamos que el Señor nos insinúa respecto de algo que tendríamos que hacer, o de algo que deberíamos dejar de hacer, respecto de una cosa, de una persona, de una institución, de una situación que sería mejor que abandonáramos o -por el contrario- que asumiéramos, o respecto de la cual sería mejor que cambiáramos en el modo, en la cantidad, en las circunstancias. Qué es -por lo tanto- no sólo lo que está mal en lo que hacemos sino lo que sería mejor y que, si somos muy sinceros, nos vamos a dar cuenta de que el Señor nos lo está pidiendo o, por lo menos, insinuando.
Así entonces si nos ponemos con frecuencia frente a Jesucristo en estos días de Adviento y le preguntamos realmente al Señor qué quiere que veamos, qué quiere que quitemos, qué quiere que asumamos, qué quiere que modifiquemos de una manera u otra, qué quiere mandarnos, qué quiere apenas insinuarnos, qué le gustaría que le ofreciéramos…si se lo preguntamos Él no va a dejar de respondernos. Nos va a ayudar. Nos va a ir mostrando y nos va a ir dando toda la gracia para que, ya, cuanto antes, por una parte nos arrepintamos de lo que está mal, y nos purifiquemos si es necesario por una confesión mejor hecha que de costumbre y, por otra, vayamos estableciendo los modos concretos y los plazos también concretos para un cambio respecto de todo aquello que tengamos que cambiar. Y entonces sí, en el día de Navidad, Jesucristo va a venir muy plenamente, muy gozosamente decidido a nacer dentro de nosotros, con plenitud en nuestras potencias para que empecemos una vida nueva, para que aquella palabra de san Pablo que tantas veces repetimos y, ahora, una vez más, sea verdad en cada uno de nosotros: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí 2.
Padre Luis María Etcheverry Boneo