En esa pequeñez está el inmenso amor de Dios

¿Qué hay en el Pesebre? Está Dios que viene al mundo y toma la forma más simpática, menos capaz de producir ninguna aversión, ningún rechazo. ¡Qué cosa más atractiva, qué cosa más simple, qué cosa más incapaz de producir a nadie -que tenga algo de nobleza de sentimiento- la menor oposición, que un chico, que un chiquito recién nacido! Dios toma esa forma para ver si por medio de la ternura, por medio de abajarse tanto delante de nosotros, de ponerse en nuestros propios brazos, toca nuestros corazones y nos acerca a Él para reconciliarnos.

Dios ya no podía volvernos al paraíso terrenal, porque -por el pecado original- estábamos definitivamente en este mundo en condiciones de peregrinaje por un valle de lágrimas; quiso venir a compartir nuestro peregrinaje para llevarnos de nuevo, de la mano, no al paraíso terrenal sino al paraíso eterno, al celestial, aquél que dura para siempre.

Y para que aceptemos su amistad, para que nos unamos a Él se nos pone allí, chiquito.

Si lo miramos a Jesucristo en el pesebre y comprendemos que dentro de esa pequeñez está el inmenso amor de Dios, el inmenso poder de Dios, la inmensa benevolencia de Dios a nuestro respecto, evidentemente que no encontraremos sino razones profundas para pasar de nuestra falta de gratitud al amor de reciprocidad y al deseo de pagarle a Jesucristo de un modo -aunque sea lejano- semejante al que Él tiene con nosotros.

Aquí se ubica perfectamente la fiesta de la Sagrada Familia. Jesús viene a traernos sus sentimientos y a provocarlos en nosotros inmediatamente, Él quiere que esos sentimientos que tenemos que experimentar en este momento, los expandamos a nuestro alrededor. Quiere ser hombre, hermano nuestro y por eso nos pide que esos sentimientos los extendamos inmediatamente a los otros hermanos, hijos del mismo Padre que está en los cielos y de la Virgen Madre que, con el Niño y san José, están allí, en el pesebre.

La fiesta de la Sagrada Familia nos muestra esta voluntad de Dios Padre, manifestada en Jesucristo, de que vayamos a Él por medio de nuestros hermanos. Jesús Niño nos muestra todo su amor, pero no va a ser siempre chico; sin embargo alrededor nuestro van a existir muchos chicos; no va a ser siempre adolescente, mientras a nuestro alrededor encontraremos muchos adolescentes; no va a ser siempre hombre necesitado, como lo fue tantas veces en su vida mortal, pero siempre tendremos cerca hombres necesitados; no va a ser siempre hombre en la cruz, desvalido, desprotegido de todos, incitador de nuestra compasión, pero en el camino de la vida encontraremos siempre hombres en esta situación.

Quiere que lo que debíamos pagarle a Él, se lo paguemos a través de nuestros hermanos.

Entonces, esta fiesta, inmediatamente debe provocar en nosotros la mayor benevolencia hacia los demás, sobre todo a los más prójimos, los que están más cerca, los de nuestra familia según la sangre o aquellos que por una razón u otra nos son más cercanos. Y pagarle a Jesucristo en el hermano el amor que El nos demuestra, significa pensar realmente cuál es el bien de ese prójimo; por lo tanto, qué es lo que esa persona necesita para subsistir en el orden físico, en el orden espiritual, o qué es lo que el prójimo necesita para progresar, para alcanzar una plenitud, para alcanzar el cumplimiento de su misión particular; qué es lo que necesita para cumplir tal o cual meta que, por más que no sea esencial, sí, sea elevada. Y entonces tenemos que responder al pedido explícito o implícito que pueda hacernos el prójimo; y adelantarnos al no pedido, adivinar ese no pedido siempre que pueda corresponder a algún tipo de indigencia, de necesidad, a las cuales nos referíamos: las básicas para subsistir o aquellas otras necesarias para mantenerse o para progresar, para alcanzar tal o cual meta legítima o tal o cual deseo que sea noble, por más que no sea necesario, ni siquiera importante. Responder a lo que se nos solicite y a lo que no se nos solicite. Allí está nuestra posición y éste es el modo concreto con el cual Jesucristo nuestro Señor quiere que, apenas levantemos la mirada del pesebre, apenas dejemos el encantamiento que tiene que producirnos el Hijo de Dios hecho hombre -puesto ante de nosotros en una pequeñez y en un desvalimiento total-. apenas levantemos y extendamos la mirada a nuestro alrededor, quiere que experimentemos ese verdadero amor, en tanto en cuanto veamos en el prójimo la extensión de Jesucristo, es decir, en el prójimo, lo veamos de alguna manera a Dios.

Esta fiesta de la Sagrada Familia, al multiplicar los personajes que centran nuestra atención, al pasar de Jesús a la familia de Jesús: en primer lugar, la que está junto al pesebre -la Virgen y san José- y luego la familia un poco más grande, aquella parte de familia de Jesús que está a nuestro alrededor y aquella que, aunque esté más lejos, es más necesitada de una manera u otra; esa extensión, que la Iglesia quiere que tengamos desde el objeto de nuestra adoración y de nuestro amor, nos produzca inmediatamente dentro, en el corazón, el deseo de pagarle a Jesucristo con el sentimiento más noble, más generoso, más despierto, más activo, más previsor, más capaz de adivinar, respecto de las necesidades de nuestros hermanos.

 

Padre Luis María Etcheverry Boneo