Cantan los ángeles en esta noche

En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Y mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial que alababa a Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra, paz a los hombres amados por Él!” 1.

Cantan los ángeles en esta noche: Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres amados por Él . Sabemos que la gloria se da cuando los méritos de una persona que merece esa gloria se publican, se patentizan, son luego valorados y finalmente esta valoración de los méritos se expresa públicamente con palabras o con hechos.

¿Dónde está la gloria de Dios en esta noche, cuando precisamente Dios se oculta? ¿Dónde está nuestra valoración de las grandes maravillas de Dios, cuando la sabiduría de Dios se esconde en un chico, en un niño que no sabe hablar, cuando el poder de Dios se oculta en una criatura aparentemente impotente, cuando no vemos los milagros que van a aparecer después en la vida pública de Jesucristo, cuando tampoco se manifiesta la sabiduría del Señor que luego va a maravillar a las turbas? ¿Dónde está la gloria de Dios? ¿Qué es lo que en esta noche se nos revela para que podamos valorar, para que podamos apreciar a Dios, para que podamos traducir en palabras o en hechos esa valoración y ese aprecio? ¿Dónde está? En la Revelación del amor de Dios. ¿Qué otra cosa muestra un chico sino el amor? ¿Qué otra cosa puede expresar un chico en sus caricias, en sus gestos, en el abrazarse fuerte a su madre? No puede expresar sino ese amor, al mismo tiempo que la confianza, la donación, la incondicional dependencia de esas personas a quienes quiere.

Paradojalmente eso es lo que Dios nos revela.

Y, precisamente, para que no tengamos ninguna duda, para que no se nos confundan las cosas, para que no cambiemos la jerarquía de valores, y no pongamos más alto algo que no debe estarlo, para que Dios esté encima de todo, san Juan nos va a decir que Dios es amor 2.

Dios, cuando entra en el mundo se nos presenta, entonces, expresando sólo amor, lo cual significa, nada menos, que la abismante reducción de la omnipotencia y de la fecundidad maravillosa de la inteligencia divina, al estado de impotencia, precisamente para depender de nosotros, para estar junto a nosotros, hacerse semejante y estar a nuestra total disposición, y más tarde para servirnos.

La Revelación del amor de Dios en esta noche es triple.

Primero se nos revela que Dios es amor, y ese Niño que nace allí y que en ese momento sólo puede expresar afecto a su Madre, está traduciendo en lenguaje y en expresión humana su actitud eterna, la que le cabe en el seno de la Trinidad: amor a su Padre, total dependencia, total devolución del amor que su Padre eternamente le da.

En segundo lugar, revela su amor a nosotros. ¿Qué otra cosa nos muestra el maravilloso prodigio de reducirse Dios, infinito, a las pequeñas dimensiones de una criatura y encerrarse allí para estar con los hombres?

Y revela, en tercer lugar, otra cosa no menos maravillosa, que es la valoración que Él quiere que tengamos de su amor y la traducción y expresión que nos pide de esa valoración. ¿Cómo quiere Dios que le mostremos nuestro amor? Amando a los hombres.

Apenas entra Jesucristo en este mundo, apenas está en el seno de su Madre, Ella corre a servir a su prima y la ayuda en las cosas temporales y, sobre todo, en las cosas espirituales, y al niño que Isabel lleva en su seno le quita el pecado original y lo hace empezar a vivir la gracia de Dios.

¿Cómo quiere Dios que le paguemos el amor que Él nos demuestra? Amando a los hombres y haciéndoles a ellos el bien espiritual, en primer lugar, y luego el temporal como expresión precisamente del amor a Él mismo.

La esencia del misterio de Navidad es la revelación del amor de Dios en sí, del amor a nosotros y del modo con el cual quiere que le paguemos ese amor, que es amando a nuestros hermanos.

¿Cómo podemos hacernos lo menos indignos posible en esta noche? Con la actitud de los personajes que ahí están. Hay algo común en todos ellos.

Lo primero es la humildad. La humildad de la Virgen, que dice: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho 3; ya lo dijo en el momento de la Encarnación, ¡cuánto más tiene que decirlo ahora, luego de nueve meses de docencia interior de Jesucristo dentro de Ella! Humildad de san José, que acepta sin preguntar nada el que venga ese Hijo que no es suyo, y acepta pasar toda su vida cumpliendo el papel de simple custodio -aunque maravilloso honor- de esa Mujer y de ese Niño 4. Humildad de los pastores, como la gente más simple y más sencilla que jamás haya existido 5. Humildad de los magos, hombres sabios que vienen desde lejos a postrarse delante de un chiquito y a presentarle su homenaje, viendo en ese Niño un enviado de Dios 6. Humildad de los ancianos del Templo, que lo van a recibir a Jesucristo cuando Él sea presentado allí según la ley, como expresa Simeón cuando dice: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz7, a tu servidor que no ha querido otra cosa que ver este Mesías prometido. Humildad de todos ellos.

Y luego rectitud. Rectitud de la Virgen que, apenas sabe que el Señor le pide que acepte la enorme misión de Madre de Dios, dice: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho 8, cúmplase la palabra de Dios. Rectitud de san José, a quien la Escritura llama varón justo 9. Rectitud de los pastores, a quienes -nos dice el texto- los ángeles revelan que ha nacido el Mesías prometido y corren a adorarlo 10. Rectitud de los magos que hacen el enorme camino del desierto, vencen ese arduo obstáculo siguiendo la voz de sus conciencias que les dice que allí está la voluntad de Dios 11. Rectitud de los santos ancianos que se han pasado años y años de sus vidas en el Templo esperando el Mesías prometido, también según la voluntad de Dios 12.

Humildes. Rectos. Y amantes y disponibles; sobre todo la Virgen, que le ofreció al Niño su corazón para que el Señor dispusiera totalmente de él y transmitiera ese amor que traía del cielo; para que llenara su corazón de ese amor y lo volcara, entonces, en un camino de retorno a Dios a través de un amor inmenso hacia los hombres.

Dispongámonos así en esta noche. Pidámosle a la misma Virgen en primer lugar. Y a san José. También a los pastores, que en este momento están en el cielo y son nuestros grandes intercesores en Navidad: ellos pasaron por la primera Navidad y saben cómo hay que vivirla, son modelos e intercesores de la actitud interior que nosotros necesitamos. Pidámosle a los magos, que también intercedan por nosotros. Pidámosle a los ancianos del Templo, que nos ayuden a tener en este momento la actitud de humildad, de rectitud y sobre todo de amor y de disponibilidad.

Y acordémonos de todos aquellos para los cuales no ha llegado todavía la Navidad: de aquéllos a los cuales no les llegó porque están en el paganismo; de aquéllos para los cuales tampoco llegó la Navidad verdadera porque ven en ella sólo una fiesta temporal; o de aquéllos que en otro tiempo vivieron la Navidad y hoy ya no la viven porque creen que el Señor viene a la tierra como jefe revolucionario o con cualquier otra misión, sin darse cuenta de que Jesús viene a traernos la vida divina y hacernos amar a todos los hombres: a los pobres y a los ricos, a todos; viene para darnos a todos esa vida divina y, con ella, las cosas temporales de la añadidura. Pidamos por todos ellos.

Y hagamos caso al mandato de los ángeles cuando dicen: Les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo 13, porque viene Dios a unirse con nosotros, se hace Hombre para hacernos “dioses”, nos trae su vida divina, viene a hacernos sus hermanos, viene a hacernos hijos de su Padre y herederos de los bienes eternos de ese Padre y de Él mismo. ¡Alegrémonos!

¿Cómo no nos vamos a alegrar si Dios viene a visitarnos, a quedarse con nosotros, a ponerse en contacto con cada hombre y en una actitud tan humilde que de ninguna manera nos puede producir algún escozor o alguna lejanía? ¿Qué temor le vamos a tener a Dios hecho una criatura, dispuesto frente a nosotros de tal modo que podamos siempre acercarnos a Él y recibir los bienes que nos trae?

Dispongámonos, entonces, así. Alegrémonos profundamente, pidámosle a Jesucristo que el gozo y el beneficio de la Navidad llegue a muchos hombres, a aquellos cristianos que olvidaron la Navidad y a aquellos paganos que nunca la recibieron; que llegue a todos, para que los hombres podamos tener verdaderamente esa paz que el canto de los ángeles nos anuncia; ese aquietamiento de todas las potencias aquí en la tierra por la vida divina y la buena relación con Dios y, en consecuencia, la mejor relación con los hombres, como anticipo de esa quietud, de esa paz y de ese gozo inefable que Jesucristo nos viene a señalar allá arriba en el cielo.

 

Padre Luis María Etcheverry Boneo