Sumario
1. El bien común, fin de toda comunidad política
2. La Justicia se funda sobre hombres y mujeres justos
3. Perdida del sentido de Dios y sentido del testimonio
4. Oscurecimiento de la conciencia moral. Abrirse a la escucha
5. Un orden social nuevo, que reconozca la trascendencia y se funde en la caridad y la gratuidad
6. La búsqueda de la perfección y del bien y el amor a la patria
7. Invocación al Señor y a Maria del Carmen
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Queridos hermanos y hermanas, autoridades religiosas, políticas, municipales, militares y policiales y de las organizaciones civiles que nos acompañan. Amigos de otras naciones que nos honran con su presencia. Miembros de nuestras comunidades parroquiales, chilenos y chilenas que hoy repletan nuestra Iglesia Catedral y quienes nos escuchas por la radio y por nuestro canal de Televisión
Venimos aquí delante de Dios nuestro Señor a levantar nuestro agradecimiento a Dios en un momento privilegiado y único que El nos permite vivir. La celebración de los 200 años del inicio de nuestro proceso de emancipación política como nación independiente.
Dejemos a los historiadores encontrar las explicaciones de ese proceso emancipador, sus causas e ideario. Vayamos nosotros, a la luz de las enseñanzas de la fe, a aquellos aspectos centrales que significan el nacimiento de una patria, de una nación asentada en un determinado territorio como espacio físico y espiritual donde millones de hombres y mujeres han vivido, viven y vivirán, donde sucesivas generaciones de ciudadanos van dejando la huella de sus pasos y marcan la dirección del futuro. Hijos de “Chile, fértil provincia y señalada en la región antártica famosa, de remotas naciones respetada por fuerte, principal y poderosa” (Alonso de Ercilla. La Araucana)
1. El bien común, fin de toda comunidad política
¿Cual es la razón fundamental de que este espacio físico y moral que llamamos la Patria amada haya sido dado a nosotros hoy, y ayer a nuestros antepasados y que mañana pase a las nuevas generaciones?
Queridos hermanos y hermanas, la respuesta a esa pregunta tiene en la Doctrinal Social de la Iglesia una expresión clara: “La responsabilidad de edificar el bien común” que compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política”(CDSI, 168) y puede decirse de la misma existencia de una nación. “El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión, de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios -materiales, culturales, morales, espirituales- para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable”, enseña con claridad la Iglesia (CDSI, 168)
Esta nación chilena es, entonces, mucho mas que un espacio físico, un gran esfuerzo común que a todos acoge y a nadie excluye, para realizar una “correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos” (CDSI 169) en lo cual una de las funciones más delicadas corresponde al poder público. “En un Estado democrático, – enseña la Iglesia – en el que las decisiones se toman ordinariamente por mayoría entre los representantes de la voluntad popular, aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según las orientaciones de la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de la comunidad civil, incluidas las minorías”.(cfr CDSI, 169).
Una nación es entonces un lugar de progreso material y moral, donde el Bien Común es la ruta a seguir, bien común que “no es un fin autárquico, sino tiene valor sólo en relación al logro de los fines últimos de la persona y al bien común de toda la creación. Dios es el fin último de sus criaturas y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión trascendente, que excede y, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión histórica”(CDSI, 169).
Esta perspectiva alcanza su plenitud a la luz de la fe en la Pascua de Jesús, que ilumina en plenitud la realización del verdadero bien común de la humanidad. Nuestra historia -el esfuerzo personal y colectivo para elevar la condición humana- comienza y culmina en Jesús: gracias a Él, por medio de Él y en vista de Él, toda realidad, incluida la sociedad humana, puede ser conducida a su Bien supremo, a su cumplimiento. Una visión puramente histórica y materialista – como la que se ha venido imponiendo muchas veces entre nosotros – terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de finalidad trascendente, es decir, de su más profunda razón de ser.
2. La Justicia se funda sobre hombres y mujeres justos
Todos queremos y buscamos una sociedad mas justa, donde a cada cual se le reconozca lo que es suyo, donde exista mayor igualdad de oportunidades y equidad verdadera, pero junto con el Papa, es necesario señalar que “no se puede crear la justicia en el mundo sólo con modelos económicos buenos, aunque son necesarios. La justicia sólo se realiza si hay justos. Y no hay justos si no existe el trabajo humilde, diario, de convertir los corazones, y de crear justicia en los corazones. Porque,(…) si no hay justos, la justicia sería sólo abstracta. Y las estructuras buenas no se realizan si se opone el egoísmo incluso de personas competentes” (Benedicto XVI, 26.II-09).
Este es el gran desafío de una patria y de sus hijos: crear un orden social de tal naturaleza y armonía que contribuya a que sus hijos e hijas sean cada día más justos. Todos sabemos que en el lenguaje de la Sagrada Escritura justo significa santo, es decir hombres y mujeres que viven en la cercanía de Dios y que procuran vivir sus mandatos y que siguiéndolos se hacen servidores de sus hermanos
He aquí, queridos hermanas y hermanos, el fundamento de una sociedad justa y solidaria, el amor a Dios del cual nace y revive el amor a los demás, la capacidad de entrega y comprensión, el sentido del perdón y la reconciliación, porque sólo desde el sabernos hijos del mismo Dios nos hacemos verdaderos hermanos.
3. Perdida del sentido de Dios y sentido del testimonio
Vivimos en una sociedad que va perdiendo paulatinamente el sentido de Dios y de la trascendencia, es decir, la capacidad de descubrir y conocer que nuestra vida se desarrolla en esta tierra, pero culmina en la vida eterna. Realizar la justicia hoy significa que debemos ser hombres y mujeres capaces de dar testimonio de nuestra fe en un mundo donde todo es relativizado, mas aún donde las mismas leyes y el orden social, político y cultural que nos hemos dado han perdido, muchas veces, su sentido verdadero, conduciéndonos a errores sobre la misma naturaleza del ser humano. Una de las más graves, sin duda, aquella que permite quitar la vida al que esta en seno materno, mal que, con la ayuda de Dios, nunca ha sido aprobado en nuestra Patria.
El mundo necesita el testimonio. ¿Quién puede negar que el momento actual sea decisivo no sólo para la Iglesia en América, sino también para la sociedad en su conjunto? “Es un tiempo lleno de grandes promesas, pues vemos cómo la familia humana se acercar cada vez mas, de diversos modos, haciéndose cada vez más interdependiente. Al mismo tiempo, sin embargo, percibimos signos evidentes de un quebrantamiento preocupante de los fundamentos mismos de la sociedad: signos de alienación, ira y contraposición en muchos contemporáneos nuestros; aumento de la violencia, debilitamiento del sentido moral, vulgaridad en las relaciones sociales y creciente olvido de Cristo y de Dios. También la Iglesia ve signos de grandes promesas en sus numerosas parroquias sólidas y en los movimientos vivaces, en el entusiasmo por la fe demostrada por muchos jóvenes, en el número de los que cada año abrazan la fe católica y en un interés cada vez más grande por la oración y por la catequesis. Pero, al mismo tiempo, percibe a menudo con dolor que hay división y contrastes en su seno, descubriendo también el hecho desconcertante de que tantos bautizados, en lugar de actuar como fermento espiritual en el mundo, se inclinan a adoptar actitudes contrarias a la verdad del Evangelio. (Benedicto XVI, 17-IV.08)
4. Oscurecimiento de la conciencia moral. Abrirse a la escucha
Chile, como muchas otras naciones, sufre hoy un grave y paulatino oscurecimiento de la conciencia moral de muchos ciudadanos. “Hoy prevalece la idea de que sólo sería racional -parte de la razón- lo que es cuantificable. Las otras cosas, es decir, las materias de la religión y la moral, no entrarían en la razón común, porque no son comprobables (…). En esta situación, donde la moral y la religión son expulsadas por la razón, el único criterio último de la moralidad y también de la religión es el sujeto, la conciencia subjetiva, que no conoce otras instancias. En definitiva, sólo decide el sujeto, con su sentimiento, con sus experiencias, con los criterios que puede haber encontrado. Pero de esta forma el sujeto se convierte en una realidad aislada.” (…) Pero todos comprendemos que “en la profundidad de nuestro ser no sólo podemos escuchar las necesidades del momento, las cosas materiales, sino también la voz del Creador mismo; así se conoce lo que es bien y lo que es mal. Pero, naturalmente, esta capacidad de escucha debe ser educada y desarrollada. Y precisamente este es el compromiso del anuncio que nosotros hacemos en la Iglesia: desarrollar esta importantísima capacidad, dada por Dios al hombre, de escuchar la voz de la verdad y así la voz de los valores. (Benedicto XVI, 24-7-07)
“Por consiguiente, un primer paso consiste en hacer que las personas perciban que nuestra misma naturaleza lleva en sí un mensaje moral, un mensaje divino, que debe ser descifrado y que nosotros poco a poco podemos conocer y escuchar mejor si desarrollamos en nosotros una capacidad de escucha interior. Ahora bien, el problema concreto consiste en cómo educar para la escucha, en cómo lograr que el hombre sea capaz de escuchar, a pesar de todas las sorderas modernas, en cómo hacer que se vuelva a escuchar, en cómo conseguir que se haga realidad el effeta del bautismo, la apertura de los sentidos interiores. (Benedicto XVI, 24-7-07)
En este día de reflexión y acción de Gracias, podemos preguntarnos, especialmente quienes estamos llamados a orientar la vida de nuestras comunidades en los diversos órdenes:
¿Estaremos dando lugar a que esa escucha de Dios en nuestra conciencia y que ella sea percibida por nuestros hermanos?
¿Estaremos educando a las nuevas generaciones en esa capacidad de descubrir al mismo Dios que nos habla en nuestra conciencia? O quizá con nuestros ruidos, discusiones, disensiones y desencuentros permanentes, lo que trasmitimos es tal cantidad de ruido que aumentamos la sordera de nuestro mundo.
¿Son nuestras leyes y nuestra conducta, el camino para conocer el bien y hacernos mas justos?
5. Un orden social nuevo, que reconozca la trascendencia y se funde en la caridad y la gratuidad
Hemos escuchados atentos la lectura del Evangelio: “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así.- nos dice el Señor-. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, Yo estoy entre ustedes como el que sirve”.
Los padres de la Patria tuvieron plena conciencia que Dios ocupaba un lugar central en sus vidas y en la vida de los pueblos que comenzaban su emancipación. Su sacrificio por Chile fue un servicio a la Patria. La lectura atenta de su correspondencia y la propia vida que llevaron la mayoría de ellos lo atestigua: querían una sociedad fundada en los principios esenciales del cristianismo. Buscaban en la enseñanza de Cristo una sociedad que fuera más justa.
“La justicia es la primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su «medida mínima», parte integrante de ese amor «con obras y según la verdad» (1 Jn 3,18), al que nos exhorta el apóstol Juan. Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón. La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo. (Benedicto XVI. Enc. Caritas in veritate, n. 7)
Una sociedad fundada en los principios del amor y la gratuidad significa que toda ella queda armonizada por estas esenciales articulaciones. No es posible alcanzar una sociedad justa, sin dar un especio amplio y generoso al principio de la gratuidad y del don. “Se requiere, por tanto, un mercado en el cual puedan operar libremente, con igualdad de oportunidades, empresas que persiguen fines institucionales diversos. Junto a la empresa privada, orientada al beneficio, y los diferentes tipos de empresa pública, deben poderse establecer y desenvolver aquellas organizaciones productivas que persiguen fines mutualistas y sociales. De su recíproca interacción en el mercado se puede esperar una especie de combinación entre los comportamientos de empresa y, con ella, una atención más sensible a una civilización de la economía. En este caso, caridad en la verdad significa la necesidad de dar forma y organización a las iniciativas económicas que, sin renunciar al beneficio, quieren ir más allá de la lógica del intercambio de cosas equivalentes y del lucro como fin en sí mismo”(Ibidem 38)
Es, por ello, necesario articular un desarrollo económico y social donde la gratuidad y el don sean parte de la expresión de servicio y entrega a los más pobres y desamparados a aquellos que son la porción mas amada de la Iglesia y que deben ser también el gran motivo de acción de las políticas publicas y del servicio publico. Dar hasta que duela, por amor, podríamos decir con el padre Hurtado, es el lema de este nuevo tiempo que empezamos a vivir.
Una vida política fundada en la gratuidad y el don requiere que se haga patente a los ojos de todos que el servicio a los demás – expresión de la gratuidad – es el gran motor que mueve de participar en la vida política. Pero, por desgracia, no es eso lo que percibe nuestro pueblo sencillo, que a cada paso descubre que son intereses de poder e influencia los que mueven a muchos. Quien no tenga rectitud de intención para servir sólo por amor a los demás, a los mas desvalidos y a los pobres, es mejor que no nos de el triste espectáculo de su falta de generosidad y su pequeñez.
6. La búsqueda de la perfección y del bien y el amor a la patria
“Ser perfectos, como mi padre celestial es perfecto”, es la enseñanza del Señor.
Queridos hermanos y hermanas, toda la vida social, política, económica y cultural debe estar permeada por esta realidad de la entrega a los demás sin condiciones, porque el ser humano es por su propia naturaleza un ser para el Otro, con mayúsculas y para los otros, nuestros hermanos y compatriotas.
Pero ello sólo es posible de alcanzar con una vida que acepte y descubra la finitud de la existencia y la trascendencia del ser humano, que comprenda con humildad la soberanía de Dios sobre todas las cosas y las personas y disponga su vida a cumplir esa voluntad. Por desgracia no ha sido siempre nuestro camino. Un Dios olvidado es lo mismo que una patria fracasada. Y ninguno de nosotros desea aquello. Pero si somos honestos hemos de reconocer que lo hemos ido dejando de lado. Con San Alberto Hurtado debemos decir hoy de nuevo: “Es necesario, antes que nada, producir un reflotamiento de todas las energías morales de la Nación: devolver a la Nación el sentido de responsabilidad, de fraternidad, de sacrificio, que se debilitan en la medida en que se debilita su fe en Dios, en Cristo, en el espíritu del Evangelio”.
En estos días hemos traído en solemne ceremonia a esta Iglesia Catedral los restos de Fundador de nuestra ciudad y de una mujer y siete hombres que, en diversas posiciones, expresaron un amor a Chile que les llevó a poner en riego su vida y sus bienes por amor a la Patria. Hemos escuchados emocionados los testimonios de sus parientes, acerca de los sacrificios y dolores de todo tipo pasados en esas aguerridas campañas. Preguntémonos hoy nosotros:
¿Serán los heroísmos de esos hombres y mujeres los heroísmos nuestros, capaces de cualquier sacrificio, hasta la entrega de la vida, por los demás?
¿Qué ha sucedido con nuestro amor patrio?
¿Qué ha sido del recuerdo emocionado de nuestro pasado, ya casi olvidado para las generaciones hoy jóvenes, incapaces, la mayoría de las veces de identificar a los grandes personajes de la historia?
No es el momento de las respuesta, pero si el de la reflexión.
Cumplimos doscientos años del inicio de nuestro proceso de emancipación y elevamos nuestro corazón agradecido a Dios por esta Patria que nos ha regalado.
Pero Chile es siempre una tarea no cumplida, porque “una Nación, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua, o sus tradiciones, es una misión que cumplir. Y Dios ha confiado a Chile esa misión de esfuerzo generoso, su espíritu de empresa y de aventura, ese respeto del hombre, de su dignidad, encarnado en nuestras leyes e instituciones democráticas”. (San Alberto Hurtado, discurso de acción de gracias por la Patria, el 18 de septiembre de 1948, aniversario de la independencia nacional)
Cumplirla no depende sólo de nosotros, sino de cumplir nosotros la voluntad de Dios, para lo cual hemos de restablecer una visión del hombre y de la sociedad donde Dios nuestro Señor ocupe el lugar central que por justicia le corresponde.
Este proceso pasa por el hecho que cada uno de nosotros tome conciencia de su propia vocación – llamada a la perfección del amor – y desde ella y con la fuerza que de ella surge – que es de Dios – dedique toda su existencia a servir al Creador y los demás. “Dice el Salmo que hemos proclamado: “Servid a Dios con júbilo, venid gozosos a su presencia”. (Sal 99, 2)
7. Invocación al Señor y a Maria del Carmen
Pongamos, una vez mas esta Patria amada en las manos de nuestro Padre Dios, de nuestra Protectora la Virgen del Carmen, a quienes la confiaron los Padres de la Patria y de nuestro celestial patrono, San Bernardo, cuya figura presidirá, en unas días mas, la entrada a nuestra ciudad.
Para nuestros gobernantes, legisladores y jueces, pidamos aquellos que en la primera lectura, con humildad, pidió el Rey Salomón. Hemos leído: “Porque no has pedido para ti una larga vida, ni riquezas, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, Yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no hubo nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti.
Y que nuestra oración se eleve humilde, pidiendo por el éxito de las labores de rescate de nuestros hermanos mineros del norte y la pronto solución al conflicto de nuestros hermanos mapuches en el sur.
Asi sea.
+ Juan Ignacio González E.