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Homilía en la dedicación de la Capilla Madre Tres veces Admirable de Schoenstatt

santuario1Queridos hermanos y hermanas de la gran familia de Schoenstatt.
Sacerdotes, religiosas, miembros de las diversas ramas, invitados de otras diócesis.

1. Un lugar donde se reproduce la visitación

Acabamos de escuchar el Santo Evangelio en el que se nos relata la visitación que la Madre de Dios hace a Santa Isabel, madre de Juan el Bautista. La presencia del Verbo Encarnado en el vientre virginal de María, llena con su gracia a Juan y hace a nuestra Madre cantar el Magnificat, uno de los cánticos de incomparable belleza que contienen los libros Santos.

Lo hemos hecho en este escenario natural en que los hijos de la familia schoenstattiana han querido levantar la pequeña Iglesia de la Mater Ter Admirabilis, para que, santificado este lugar por la presencia permanente de su Hijo, y bajo las especies del pan y de vino, sea un lugar de convocación, una iglesia doméstica y familiar, donde muchos puedan ser también visitados por la Madre de Dios y al contacto con su hijo, al igual que el Bautista, reciban la gracia de Dios; se conviertan y sean transformados en misioneros para anunciar el Evangelio.

Este lugar llamado hermosamente Valle de María, quiere ser un lugar de recogimiento, oración y contemplación, donde los peregrinos, todos nosotros, podamos venir a acogernos a la maternal protección de María y desde ella conocer y tener un encuentro personal y comunitario con Jesús, nuestro Salvador, porque como todos sabemos el ideario de todo cristiano es conocer a Cristo, amarlo y darlo a conocer, como la única y gran verdad que salva al mundo.

En 1958 el padre José Kentenich escribió, “mi tarea es proclamar a la Santísima Virgen, revelarla a nuestro tiempo como la colaboradora permanente de Cristo en toda su obra de redención y como la Corredentora y Mediadora de las gracias. Revelar a la Stma. Virgen en su profunda unión con Cristo, en unidad con Él y con la misión específica que Ella tiene desde sus Santuarios de Schoenstatt para el tiempo actual”.

Especialmente para quienes han sido llamados a vivir el carisma del fundador, en este tiempo que vive la Iglesia, con muchas luces, pero también con sombras que oscurecen el rostro de Cristo en nuestro mundo, es un tiempo de audacias, y una de ella ha sido la feliz idea de levantar aquí este santuario a María, Mater Ter Admirabilis. Más que nunca hoy día, la Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, y esposa del Espíritu Santo, es el camino de la Iglesia. Un camino divino y humano, que exige de todos nosotros la fidelidad a la Iglesia y a la llamada personal a la santidad.

2. El camino de la santidad, el verdadero camino
Escribió el fundador en los inicio del pasado siglo, cuando su patria sufría rigores y aflicciones de guerra…”El arma, la espada, aquello con lo que salvaremos la patria es la seria y severa penitencia, la disciplina, el vencimiento propio: la auto santificación.” (18-10-1914). Es un camino siempre actual, siempre necesario y que el mismo Papa Benedicto XVI nos ha recordado en su reciente viaje a Fátima, para ponerse a los pies de la Virgen. El Cardenal Newman, hace ya muchos años dijo que, “el camino para penetrar en los sufrimientos del Hijo es penetrar en los sufrimientos de la Madre” (Sermón para el Dom. III de Cuaresma.’ Ntra. Sra. en el Evangelio).

A la oración de la mente que, como escribió Santa Teresa de Jesús, “no es otra cosa, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama (Vida, 8, 2), es necesario añadir la oración de los sentidos, “que es la seria y severa penitencia” de la que habla el fundador, único camino para irse conformando con Cristo, de manera que en cada uno de nosotros, sea cual sea la vocación y servicio al que hemos sido llamados, se produzca esa transformación por la cual llegamos a tener los mismos sentimientos de Cristo, según la enseñanza paulina.

3. La devoción a María, la ruta verdadera

Enseñó San Buenaventura: “como el océano recibe todas las aguas, así María recibe todas las gracias. Como todos los ríos se precipitan en el mar, así las gracias que tuvieron los ángeles, los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, los confesores y las vírgenes que se reunieron en María (Speculi, 2). El padre Kentenich recibió esta iluminación y ha vuelto a mostrar a muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo el camino por donde se va a Cristo y se vuelve a Cristo, si uno tiene la desgracia de apartarse del camino y en los santuarios diseminados por toda la tierra quiso dejar expresado de una manera patente su amor a María y marcada para sus hijos e hijas la hoja de ruta del camino a la Santidad. Por eso escribió, “Visiten el Santuario diariamente por mí y pidan a la Santísima Virgen, en mi nombre, que Ella permanezca fiel a la Familia y nos implore -para mí en primer lugar- un ardiente amor a la cruz y al Crucificado”.

La devoción filial a la Mater es un camino no sólo de sentimientos buenos y dignos de alabanzas, es sobre todo un camino profundamente teológico, cuyo fin es encontrar a Cristo. El Concilio Vaticano II, confirmando este caminar mariano de la Iglesia y tan propio de la familia de Schoenstatt, enseñó que, “la Virgen bienaventurada, predestinada desde la eternidad como Madre de Dios, junto con la encarnación del Verbo Divino, por consejo de la Providencia divina se constituyó en esta vida como Madre Santa del Redentor divino, como asociada generosa y excepcional, y como humilde esclava del Señor (Const. Lumen gentiun, 61), porque, “María es, al mismo tiempo, una madre de misericordia y de ternura, a la que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance la virtud de la humildad que Ella tanto apreció; no tengas miedo de no ser atendido. María la pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de su Hijo, será con toda seguridad oída. Recurre a Ella en todas tus cruces, en todas tus necesidades, en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, sea María tu consuelo” (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 56).

San Bernardo, celestial Patrono de esta Iglesia particular, y de quien han salido las más bellas enseñanzas sobre la Madre de Dios, enseñó que, “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María. Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás sí es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara”. (Hom. sobre la Virgen Madre, 2).

Queridos hijos e hijas del padre José Kentenich, al bendecir y consagrar este lugar adquieren todos una mayor responsabilidad apostólica en dos sentidos muy precisos.

El primero es el amor y la devoción a la Madre de Dios, expresado en una vida mariana verdadera, que tendrá las manifestaciones propias del espíritu schoenstattiano y que son inherentes a la fe de la Iglesia. Entre esas devociones, como lo ha recordado muchas veces la Iglesia: el rezo y la meditación de la vida de Cristo mediante el Santo Rosario. En aquella preciosa carta apostólica que nos dejó el gran Papa Juan Pablo II sobre esta devoción mariana escribió: “El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: “Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad” (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».(Carta Apostólica Rosarium Virginis Maria, 12).

El otro compromiso es continuar con nueva audacia y renovado vigor la tarea misionera en la que está empeñaba toda la Iglesia de América Latina y el Caribe, fruto de la orientaciones de Aparecida y que en nuestra diócesis están llevando adelante las parroquias y demás instituciones de la Iglesia. Son muchos los que no conocen a Cristo, muchos los que dicen conocerlo y en realidad viven contrariando sus enseñanzas y muchos los que no lo conocen. A ellos hemos de llegar con nuestra vida ejemplar, nuestra acogida cercana y nuestra enseñanza fiel a la Iglesia.

4. Amar a la Iglesia

Sobre la tumba del Padre Kentenich está escrito “Dilexit Ecclesiam”, “Amó a la Iglesia”. Esta sencilla frase es la que sintetiza la vida de cualquier hombre o mujer comprometido por su fe bautismal. Cristo nos mandó evangelizar a todo el mundo, vino a iluminar a todos los pueblos (Lc 2, 31-32), mandó predicar el Evangelio a todas las gentes:(Mt 28, 19, Mc 16, 15-20; Lc 24, 47; Hech 1 8.) y que ese anuncio se realizara a todas las naciones antes del fin del mundo (Mt 24, 14; Mc 13, 10).

Como todos sabemos existe hoy en muchas personas el tópico de decir “yo sigo a Cristo, pero no sigo a la Iglesia”, separando la voluntad misionera del Señor y la misión que correspondería a la Iglesia. Como enseñó el Concilio “nacida del amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo, la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente (Const. Gaudium et spes, 40). San Ireneo, en tiempos también difíciles para la vida de la Iglesia, cuando había recién comenzado su caminar en este mundo, escribió: “allí donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia” (San Ireneo, Trat. Contra las herejías, 3, 24).

Tienen aquí, también, otra misión profunda y que debe dar sentido a vuestra vida: Mostrar el verdadero rostro de la Iglesia, no el que deformadamente tratan de presentar algunos, por desgracia también desde dentro de ella. Es necesario que en los tiempos difíciles, en los que, como dice San Juan Crisóstomo: “muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza, no temamos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús (San Juan Crisóstomo, Homilía antes del exilio)

Amar a la Iglesia implica trabajar en ella, insertándose con particular fuerza en sus estructuras pastorales, con plena unión a los pastores que el Señor ha suscitado en ella y buscando que el espíritu que anima a cada uno y a la familia schoenstattiana llegue a muchos hombres y mujeres y los transforme en levadura en medio de la masa. Hay en este caminar un proceso que ya comenzado no debe detenerse.

Querida familia de Schoenstatt, miremos con amor a la Madre Tres Veces Admirable, sigamos con alegría sus llamadas que desde hoy hace sobre este valle del Maipo, desde esta tierra de María y pidámosle a ella para que quiera derramar muchos frutos sobre todos los hombres y mujeres que viven y se santifican en nuestra tierra.

Mater ter admirabilis, ora pro nobis

+ Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo