“Nuestras comunidades cristianas y nuestras sociedades tienen que afrontar, en primer lugar la secularización, que no sólo empuja a prescindir de Dios y de su proyecto, sino que acaba por negar la misma dignidad humana, en una sociedad regulada sólo por intereses egoístas”. Ver Video
Benedicto XVI asistió ayer en el Aula Pablo VI a un concierto en honor de su cumpleaños (16 de abril) y del quinto aniversario de su elección al solio pontificio ofrecido por Su Santidad Kirill I, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias. El concierto, con música de compositores rusos de los siglos XIX y XX fue interpretado por la Orquesta Nacional Rusa, dirigida por el maestro Carlo Ponti, con la participación del Coro Sinodal de Moscú y de la Capilla de Cuernos de Petersburgo.
Al final del evento, que se coloca en el marco de las “Jornadas de cultura y espiritualidad rusa en el Vaticano”, y después de escuchar el mensaje del Patriarca Kirill, y saludar al Metropolitano Hilarion de Volokolamsk, presidente del Departamento de Relaciones Eclesiásticas Exteriores del Patriarcado de Moscú y autor de una de las sinfonías interpretadas, Benedicto XVI pronunció un breve discurso.
“En estas obras -dijo- está presente de forma profunda el alma del pueblo ruso y con ella la fe cristiana, que encuentran una extraordinaria expresión precisamente en la Liturgia Divina y en el canto litúrgico que la acompaña siempre. Efectivamente hay un estrecho ligamen originario entre la música rusa y el canto litúrgico: es en la liturgia y a partir de la liturgia donde se manifiesta e inicia gran parte la creatividad artística de los músicos rusos para dar vida a obras maestras que merecerían ser más conocidas en el mundo occidental”.
El Papa afirmó después que los compositores rusos de los siglos XIX y XX, como Mussorgsky, Rimski-Korsakov, Tchaikovsky y Rachmaninov “supieron atesorar el rico patrimonio musical-litúrgico de la tradición rusa, reelaborándolo y armonizándolo con motivos y experiencias musicales de Occidente y más cercanos a la modernidad. (…) En la música, por tanto, ya se anticipa y en cierto sentido se realiza la confrontación, el diálogo, la sinergia entre Oriente y Occidente, así como entre tradición y modernidad”.
“En una visión análoga, unitaria y armoniosa de Europa, pensaba el venerable Juan Pablo II cuando recurriendo a la imagen de Vjaceslav Ivanovich Ivanov de los “dos pulmones” con los que hay que volver a respirar, auspiciaba ser de nuevo conscientes de las profundas y comunes raíces culturales y religiosas del continente europeo, sin las cuales la Europa de hoy estaría como privada de un alma y marcada, de cualquier forma, por una visión reductora y parcial”.
“La cultura contemporánea y particularmente la europea -advirtió el Santo Padre- corre el riesgo de la amnesia, del olvido y, por tanto, del abandono del extraordinario patrimonio suscitado e inspirado por la fe cristiana, que constituye la espina dorsal de la cultura europea, y no sólo de ella. Las raíces cristianas de Europa están formadas, además de por la vida religiosa y el testimonio de tantas generaciones de creyentes, por el inestimable patrimonio cultural y artístico, orgullo y recurso precioso de los pueblos y de los países en que la fe cristiana, en sus diferentes manifestaciones, ha dialogado con las culturas y las artes”.
“Hoy también esas raíces son vivas y fecundas, en Oriente y en Occidente, y pueden, es más, deben inspirar un nuevo humanismo, una nueva estación de auténtico progreso humano, para responder eficazmente a los numerosos y, a veces, cruciales retos que nuestras comunidades cristianas y nuestras sociedades tienen que afrontar, en primer lugar la secularización, que no sólo empuja a prescindir de Dios y de su proyecto, sino que acaba por negar la misma dignidad humana, en una sociedad regulada sólo por intereses egoístas”.
“¡Volvamos a hacer que Europa respire a plenos pulmones, a devolver el alma no sólo a los creyentes sino a todos los pueblos del continente, a promover la confianza y la esperanza, enraizándolas en la experiencia milenaria de fe cristiana!”, exclamó Benedicto XVI. “En este momento, no puede faltar el testimonio coherente, generoso y valiente de los creyentes para que podamos mirar juntos al futuro común, como a un porvenir donde la libertad y la dignidad de cada hombre y de cada mujer se reconozcan como un valor fundamental y se valore la apertura al Trascendente, la experiencia de fe como dimensión constitutiva de la persona”.