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Misa en sufragio por los fallecidos en el terremoto de febrero de 2010

Catedral de San Bernardo, 19 de marzo de 2010
HOMILIA

misa_terremoto21. Ofrecer el Sacrificio de Cristo por los difuntos
Queridos sacerdotes y diáconos, hermanas y hermanos.

Nos reunimos alrededor del altar de Dios para ofrecer el sacrificio de su hijo Jesucristo- el Santo Sacrificio del Altar- en sufragio por el alma de todos nuestros compatriotas que han fallecido como consecuencia del terremoto y la sucesiva destrucción ocurrida a finales del mes de febrero.

Tal como señala el prefacio de las Misas de difuntos, creemos firmemente que la vida nuestra no termina, sino que se transforma y al morir adquirimos una morada eterna en el cielo, junto a Dios, a Jesucristo, a su Madre y los Santos, si durante nuestro caminar terrenos hemos procurado vivir en la fidelidad a Dios y a su Evangelio. Esa es nuestra meta y a ella caminamos movidos por la gracia que nos precede y acompaña en nuestro caminar. Esa tierra y patria definitiva es la que hoy pedimos al Señor para los compatriotas que en circunstancias dolorosas han partido.

Muchos compatriotas han perdido la vida en el reciente terremoto. La Patria llora su partida y sus seres cercanos intentan quizás comprender lo ocurrido. Por ellos ofrecemos hoy aquel único y sobreabundante sacrificio de Jesús, que aplicado por sus almas los purifica de sus pecados y les concede la salvación eterna. Oramos también por sus parientes, para que el Señor les conceda aceptar la voluntad de Dios, amarla y descubrir en este momento de dolor, la expresión del amor divino, que como un jardinero experimentado corta cada rosa en el momento oportuno.

2. La voluntad de Dios y el mal
Nosotros no conocemos todas las leyes de la naturaleza. Pero su autor sí. Y como señala la Escritura, todo lo que sucede lo quiere o lo permite siempre para el bien de sus hijos. Mientras nosotros no podemos hacer o desear el mal para que de allí salga un bien, Dios puede permitirlo para suscitar bienes mayores. Dice el libro del Génesis “Y vio Dios que (la creación) era buena” (Gn. 1.4.10.12 etc). Como enseña el Catecismo, realizada la creación, Dios no abandonó sus criaturas a ellas mismas (301). No sólo les da el existir, sino que las mantiene en el ser en cada instante, les da el obrar y lo lleva a su término” (301).

En estos días el Santo Padre ha dado a los seminaristas de Roma una “Lectio Divina” y en ella ha señalado, a propósito de la bondad Divina: “Hace poco me escribió un profesor de Ratisbona, un profesor de física, que había leído con gran retraso mi discurso en la Universidad de Ratisbona, para decirme que no podía estar de acuerdo con mi lógica o podía estarlo sólo en parte. Dijo: ‘Ciertamente me convence la idea de que la estructura racional del mundo exija una razón creadora, la cual ha hecho esta racionalidad que no se explica por sí misma’. Y proseguía: ‘Pero si bien existe un demiurgo -se expresa así-, un demiurgo me parece seguro que exista por lo que usted dice, no veo que exista un Dios amor, bueno, justo y misericordioso. Puedo ver que existe una razón que precede a la racionalidad del cosmos, pero lo demás no’. Y de este modo Dios permanece escondido. Es una Razón que precede a nuestras razones, a nuestra racionalidad, a la racionalidad del ser, pero no existe un Amor eterno, no existe la gran misericordia que se nos da para vivir”. Proseguía el Papa : “Y en Cristo, Dios se ha mostrado en su verdad total, ha mostrado que es razón y amor, que la razón eterna es amor y así crea. Lamentablemente, también hoy muchos viven alejados de Cristo, no conocen su rostro y, así, la eterna tentación del dualismo, que se esconde también en la carta de este profesor, se renueva siempre, es decir, que quizá no existe sólo un principio bueno, sino también un principio malo, un principio del mal; que el mundo está dividido y son dos realidades igualmente fuertes: el Dios bueno es sólo una parte de la realidad. También en la teología, incluida la católica, se difunde actualmente esta tesis: Dios no sería omnipotente. De este modo se busca una apología de Dios, que así no sería responsable del mal que encontramos ampliamente en el mundo. Pero ¡qué apología tan pobre! ¡Un Dios no omnipotente! ¡El mal no está en sus manos! ¿Cómo podríamos encomendarnos a este Dios? ¿Cómo podríamos estar seguros de su amor si este amor acaba donde comienza el poder del mal?”( Benedicto XVI, “Lectio Divina” a los seminaristas de Roma, 12 de febrero de 2010)

Queridos hermanos, ¡que palabras tan precisas para el momento que vivimos, especialmente cuando incluso desde ámbitos católicos y eclesiásticos se confunde a muchos, con ideas y opiniones que nada tienen que ver con la enseñanza de nuestra fe!

Porque “Dios ya no es desconocido: en el rostro de Cristo crucificado vemos a Dios y vemos la verdadera omnipotencia, no el mito de la omnipotencia. Para nosotros, los hombres, la potencia, el poder siempre se identifica con la capacidad de destruir, de hacer el mal. Pero el verdadero concepto de omnipotencia que se manifiesta en Cristo es precisamente lo contrario: en él la verdadera omnipotencia es amar hasta tal punto que Dios puede sufrir: aquí se muestra su verdadera omnipotencia, que puede llegar hasta el punto de un amor que sufre por nosotros. Y así vemos que él es el verdadero Dios y el verdadero Dios, que es amor, es poder: el poder del amor. Y nosotros podemos encomendarnos a su amor omnipotente y vivir en él, con este amor omnipotente.”(Ibidem)

Como enseña el Catecismo, “la omnipotencia divina no es en modo alguno arbitraria: “En Dios el poder y la esencia, la voluntad y la inteligencia, la sabiduría y la justicia son una sola cosa, de suerte que nada puede haber en el poder divino que no pueda estar en la justa voluntad de Dios o en su sabia inteligencia” (S. Tomás de A., s.th. 1,25,5, ad 1). (CEC 270)

“La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es “poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres” (1 Co 2, 24-25). En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre “desplegó el vigor de su fuerza” y manifestó “la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes” (Ef 1,19-22).(CEC 272) Por eso “sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2 Co 12,9; Flp 4,13) (CEC 273)

La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada “en estado de vía” (“In statu viae”) hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, “alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura” (Sb 8, 1). Porque “todo está desnudo y patente a sus ojos” (Hb 4, 13), incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003). (CEC 302)

3. La Providencia de Dios y el mal.

Es posible que en algunas personas haya surgido la pregunta: “Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible, pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea en parte una respuesta a la cuestión del mal. (CEC 309)

O quizá otros se pregunten “Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal?” La respuesta de la fe dice que: “En su poder Infinito, Dios podría siempre crear algo mejor (cf S. Tomás de A., s. th. I, 25, 6). Sin embargo, en su sabiduría y bondad Infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo ‘en estado de vía’ hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección (cf S. Tomás de A., s. gent. 3, 71).(CEC 310) Enseña San Agustín que “el Dios Todopoderoso… por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal” (S. Agustín, enchir. 11, 3). Y Santa Catalina de Siena dice a “los que se escandalizan y se rebelan por lo que les sucede”: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin” (dial.4, 138)”. “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor” (Santo Tomás Moro, carta).

4. Aprender de la pedagogía de Dios, sabia y misteriosa

Una de las consecuencias espirituales más profundas de los acontecimientos dolorosos que han ocurrido entre nosotros es reconocer esta dependencia completa con respecto al creador, fuente de sabiduría, de libertad, de gozo y de confianza. “Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: “No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber?… Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6, 31 33; cf 10, 29 31).(CEC 305)

Repitamos en nuestro corazón las palabras del libro de la sabiduría- “Señor, como podría subsistir cosa que no hubieras querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Más todo lo perdonas, porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (Sab. 11,24-26). La carta a los Hebreos nos dice que “Todo está desnudo y patente a sus ojos” (4,13) incluidas todas nuestras acciones y los acontecimientos físicos del mundo.

Queridos hermanos y hermanas. El momento presente es tiempo de humildad y confianza en nuestro Dios y de cercanía cada vez mayor a su hijo Nuestro Señor Jesucristo. “La solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia (CEC 303). Por eso, también es este un tiempo para ejercitar un abandono filial en la providencia del Padre celestial, que cuida de las más pequeñas necesidades y se preocupa de cada uno, como enseña Jesús en San Mateo.

Dios se sirve para realizar su designio del concurso de todas las criaturas y ello es manifestación de su bondad, pues quién podrá negar que de los hechos que hemos presenciado no han surgido grandes bienes, tanto espirituales como materiales y vendrán otros aún mayores.

5. El camino de la humildad, el camino del hombre

La humildad nos lleva a aceptar que no somos los señores de la creación, que sabemos de ella sólo lo que Dios quiere que sepamos. Que la soberbia humana de querer manejar las leyes de la física o la biología a su antojo se encuentre en la necesidad de reconocer a Dios como Señor de la creación. Sólo desde El podemos reconstruir la armonía de la primera creación, transformándonos en “colaboradores” de Dios, según la expresión paulina (1 Cor. 3,9; 1 Ts. 3,2).

Al reconocer nuestra debilidad, nuestra total dependencia de Dios, “en quien vivimos, nos movemos y somos”, es necesario también volver a poner la ley de Dios en el centro de nuestra vida personal y comunitaria, social, política y económica. Vivimos una etapa de exclusión de Dios. También en nuestra Patria lo hemos puesto de lado: las leyes contra la familia, el establecimiento de un fácil divorcio, el intento de regular las uniones entre personas sin vinculo matrimonial, incluso del mismo sexo, la defensa abierta de la homosexualidad, la experimentación con embriones humanos, las políticas llevadas adelante en materia de afectividad y sexualidad, especialmente con nuestra juventud, la insistencia en el uso de fármacos que pueden afectar la vida concebida, son algunas de las expresiones mayores de una sociedad que intenta construirse a sí misma, sin referencia al Creador ni a las leyes profundas y sabias que el mismo Dios ha inscrito en nuestra naturaleza y que con la ayuda de la gracia, debemos conocer y descubrir.

Queridos hermanos, Dios Nuestro Señor quiere siempre el bien de sus hijos. Incluso cuando permite acontecimientos tan dolorosos y destructivos como los que hemos vivido, quiere que de ello saquemos un impulso renovador en nuestro deseo de servir a Jesucristo en la Iglesia, quiere que comprendamos que una sociedad sin Dios no es capaz de explicar nada de lo que sucede, quiere que en nuestra Patria, El tenga el lugar central, que por justicia le corresponde, quiere ser el Padre amoroso y cercano, justo y misericordioso, que busca siempre nuestro bien y nuestra eterna salvación.

En estos días de dolor y aflicción, sigamos de cerca a Jesús. Ya pronto inicia su agonía y entonces comprenderemos que más que los movimientos de la tierra, el Señor quiere un gran movimiento de las almas, en el seguimiento heroico de Jesús y en el servicio generoso a los hermanos que sufren, a quienes hemos expresado nuestro amor y solidaridad en este tiempo.

Dales el Señor a los que han fallecido el descanso eterno y a sus familiares el consuelo y la paz del alma.

Auxilia con tu sabiduría a las autoridades que recientemente han tomado la conducción de la nación, para que sepan enfrentar con audacia el difícil momento que vive nuestra amada tierra chilena.

Concédenos a nosotros ser fieles a la llamada a la santidad en el sacerdocio, y que a ejemplo de los Santos, sobre todo de San José, el Glorioso Patriarca, cumplir con fidelidad nuestro servicio sacerdotal, en un tiempo muy difícil de la vida de la Iglesia.

San Bernardo, ruega por nosotros

Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile, sé nuestro amparo

Así sea.

+Juan Ignacio, Obispo de San Bernardo