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Reflexiones frente al Bicentenario de la Patria anhelada

imagen5Con las celebraciones de este 18 de septiembre, Chile entra en el año de su Bicentenario. El recuerdo de los acontecimientos que nos dieron vida como nación independiente y soberana y de los hombres y mujeres que forjaron ese caminar es motivo de acción de gracias a Dios, como lo expresaremos al cantar el Te Deum, el mismo día 18 en la Iglesia Catedral. Será un año lleno de significado y acontecimientos memorables. Un año para volver a pensar en la patria que nos legaron los mayores, aquellos que con su esfuerzo y con su vida nos regalaron esta tierra, “fuerte, principal y poderosa”, como escribió el poeta español. Quizá no haya una definición tan antigua y nueva de nuestra tierra como la que él mismo plasmo: “Es Chile de norte a sur de gran longura, costa del nuevo mar, del Sur llamado, tendrá del este a oeste de angostura cien millas, por lo más ancho tomado; bajo del polo Antártico en altura de veinte y siete grados, prolongado hasta donde el mar Océano y chileno mezclan sus aguas por angosto seno”.

Será también un tiempo de reflexión acerca de nuestra propia identidad, de mirar los caminos recorridos, los aciertos alcanzados y los errores cometidos, con una mirada siempre puesta en el bien común de esta casa y familia de todos que es una patria y una nación. Al mismo tiempo que debemos alegrarnos de tantos bienes alcanzados, debe también ser este un tiempo valiente, porque la autocomplacencia puede nublar la vista y el halago tapar los errores propios de todos sendero humano.

¿Será la patria soñada por nuestros antepasados la que nosotros estamos construyendo? ¿Será la nuestra la tierra de la concordia y el amor mutuo, donde reina la caridad y la solidaridad entre los hermanos? O seguirán en nuestro horizonte las advertencias de aquel hombre de los inicios del siglo pasado, que en tiempos de bonanza escribió: “Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad”. Son preguntas y palabras para la reflexión.

Desde la perspectiva de la fe cristiana, que explica y da fundamentos a nuestra existencia como nación, es necesario afirmar que como nos ha señalado el Papa Benedicto XVI, cuando el hombre abandona la centralidad de Dios y el sentido de servicio al Creador y al prójimo, todo se vuelve confuso. “La comunidad humana puede ser organizada por nosotros mismos, pero nunca podrá ser sólo con sus propias fuerzas una comunidad plenamente fraterna ni aspirar a superar las fronteras, o convertirse en una comunidad universal. La unidad del género humano, la comunión fraterna más allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca. Al afrontar esta cuestión decisiva, hemos de precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad”.

Resulta evidente que nuestra patria ha logrado grandes progresos materiales, que, poco a poco, han llegado a una mayoría de sus habitantes.¿Pero habremos avanzado en el crecimiento moral que puede sostener en el tiempo los logros sociales, económicos y políticos? Porque, como escribió San Alberto Hurtado “una Nación, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua, o sus tradiciones, es una misión que cumplir. Y Dios ha confiado a Chile esa misión de esfuerzo generoso, su espíritu de empresa y de aventura, ese respeto del hombre, de su dignidad, encarnado en nuestras leyes e instituciones democráticas”. Su juicio certero en otra época sigue resonando en la nuestra: “Pero esta misión ha dejado de cumplirse porque las energías espirituales se han debilitado, porque las virtudes cristianas han decaído, porque la Religión de Jesucristo, en que fuera bautizada nuestra Patria y cada uno de nosotros, no es conservada, porque la juventud, sumida en placeres, ya no tiene generosidad para abrazar la vida dura del sacerdocio, de la enseñanza y de la acción social. Es necesario, antes que nada, producir un reflotamiento de todas las energías morales de la Nación: devolver a la Nación el sentido de responsabilidad, de fraternidad, de sacrificio, que se debilitan en la medida en que se debilita su fe en Dios, en Cristo, en el espíritu del Evangelio”

Quizá estas consideraciones pueden aparecer un tanto pesimistas, pero la época que vivimos debe fundarse en un realismo sin contemplaciones, desde el cual deben resurgir nuevas fuerzas que reimpulsen a Chile por el verdadero camino. Y ese camino es el que le ha marcado Dios en el concierto de las naciones. No seguirlo ya ha probado sus nefastos efectos. Para seguirlos necesitamos nuevas generaciones de héroes, como los padres de la Patria, los Alberto Hurtado, las Teresitas de los Andes y tantos otros silenciosos y olvidados que han forjado la patria anhelada.

+ Juan Ignacio, Obispo de San Bernardo