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Chile a cinco años del Bicentenario

imagen5“La revolución del 18 de septiembre de 1810 fue el primer esfuerzo que hizo Chile para cumplir esos altos destinos a que lo llamaba el tiempo y la naturaleza”, como era su plena independencia y su nacimiento como nación libre y soberana. Estas palabras son parte de la declaración de nuestra Independencia. Y desde esa época viene recorriendo Chile los caminos de su propia historia, sobrellevando tiempos de muchas glorias y victorias, dificultades y crisis, unidad y divisiones. Pero no puede olvidarse que esta patria nace marcada por los valores de la fe cristiana y católica. Por más que se empeñen muchos pensadores y hombres públicos en querer separar la nación de su fe, aquella unión es de tal profundidad y recorre con tanta fuerza sus nervios, que difícilmente se logrará ese objetivo. Más aún, los esfuerzos que en este sentido desplegaron con inusitada fuerza los ideólogos agnósticos del siglo XIX y que hoy continúan los de la centuria presente, han producido efectos muy negativos. Uno de ellos, cuando casi llevábamos recorrido un siglo lo describió con fuerza y claridad al advertir acerca de la crisis moral de la República: “Voy a hablaros sobre algunos aspectos de la crisis moral que atravesamos; pues yo creo que ella existe y en mayor grado y con caracteres más perniciosos para el progreso de Chile que la dura y prolongada crisis económica que todos palpan. Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan. La holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía para la lucha en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen la intranquilidad.(Enrique Mac-Iver).

Es cierto que al acercarnos al bicentenario notamos progresos materiales, carreteras, escuelas, industrias, y tantas cosas, pero lo es también que hay un sostenido decaimiento de nuestra vida como personas, de nuestro actuar moral, de nuestras familias y del orden social. En poco tiempo hemos conocido leyes y políticas gubernamentales abiertamente contrarias a la ética cristiana y están en tramitación en el parlamento propuestas que vulneran nuestros principios esenciales. Hemos asistido a la aprobación del divorcio sin haber sido capaces de generar un diálogo serio sobre sus consecuencias para la familia chilena. El número de matrimonios ha bajado de 104.000 en 1989 a 64.000 en 2001. Lo mismo cabe anotar para los matrimonios religiosos. Un 31% estima que el matrimonio es una institución en crisis, un 28% estima que el matrimonio es un lugar donde se generan crisis y problemas y un 15% solamente, lo estima como un lugar de amor.

Esta misma caída en la moralidad pública se expresa en la pornografía abierta en canales de TV; la vulgaridad en el lenguaje; la promiscuidad sexual entre nuestros jóvenes, con índices de embarazo juvenil alarmantes, en una falta de respeto por las maneras y las formas de tratarnos. La drogadicción y el alcoholismo siguen su curso progresivo, afectando, sobre todo, a los más pobres y a los jóvenes. El abuso sexual de menores se ha detectado en amplias capas de nuestra sociedad. Perdiendo casi la capacidad de reacción, hemos visto a miles de chilenos correr desnudos por nuestras calles y prestarse a ser fotografiados, como si se tratara de héroes de una cruzada de moralidad. El 50% de los niños que nacen en Chile lo hacen de relaciones de pareja no formales. En 1990 era sólo el 30%. Los problemas de muestra educación son graves y expresan una falencia muy seria en nuestros métodos y objetivos. También nos vamos acostumbrando a la violencia intra-escolar, con hecho de sangre protagonizados por nuestros jóvenes. La Iglesia sigue organizando comedores populares y obras de caridad, porque es una necesidad imperiosa. Para quienes trabajamos en sectores populares, las políticas de vivienda llevadas adelante en las últimas décadas han provocado una alta tasa de promiscuidad sexual dentro de los hogares, que incluye -aunque se quiera esconder- un altísimo número de jóvenes que son abusados sexualmente por sus padres o parientes. A eso se agrega una política pública de prevención del Sida que consiste en la distribución masiva de preservativos, conociendo tanto quienes las llevan adelante como lo estudiosos, que con ellas no se frena la posibilidad de contagio y se fomenta una sexualidad promiscua y degradante de muchos jóvenes, y la distribución de la píldora abortiva. Asimismo, no puede olvidarse que desde hace muchos años se llevan adelante políticas de educación sexual de nuestra juventud que han sido motivo de reparos graves por parte de los estudiosos y de la Iglesia. Se ha ido instalando en nuestra tierra la cultura del robo, como nos los muestran día a día las informaciones.

Se trata de problemas morales, es decir, apuntan a una forma de concepción de los comportamientos personales que contrarían muchas veces los fundamentos de una sociedad fundada en el “aporte original de la Fe cristiana”, como hemos señalado los Obispos de Chile. En el fondo, las dificultades que antes se han señalado se deben a una concepción de la persona humana que ha hecho abandono de la verdad esencial de la fe cristiana sobre el hombre y sobre la capacidad del ser humano de conocer el bien y el mal.

Es posible que alguien frente a las anteriores evidencias crea necesario mostrar los aspectos positivos de estos tiempos. Evidentemente los hay. Pero no están en el orden moral, del comportamiento o de las buenas y sanas costumbres con que Chile ha vivido y que heredamos de nuestros mayores. “En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin Él”.(Benedicto XVI). Olvidarnos de Dios es como borrar nuestro pasado y no comprender qué celebramos el 18 de septiembre. Es querer hacer otro Chile.

+ Juan Ignacio, Obispo de San Bernardo

Nota: Editorial escrita por Monseñor Juan Ignacio en la Revista Iglesia en San Bernardo, septiembre del 2005