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Parroquias y lugares de cultos en la historia de Chile

iglesiaLa arquidiócesis de Santiago contaba, al comenzar el episcopado de Valdivieso, con 63 parroquias, las que habían llegado a la fecha de su muerte a 73. De las nuevas, dos eran urbanas. El aumento, acaecido en treinta y tres años, era corto, pero el prelado no había podido erigir más. La creación de una parroquia exigía entonces la concordancia de voluntades del prelado y del gobierno, el cual, de acuerdo con los antiguos usos patronales, se reservaba el derecho de aprobar la creación determinada por el obispo. Por otra parte, al fundarse un nuevo curato era indispensable dotar al sacerdote que estuviese al frente de ello de los recursos necesarios para una vida decorosa.

De 1865 data un cuadro preparado por el arzobispo para ser presentado al gobierno, que había manifestado voluntad de mejorar el sistema de remuneración parroquial. Allí señalaba que el censo de 1854 asignaba a la arquidiócesis 772.819 diocesanos, que en ese año 1865 se repartían en 71 parroquias, lo que daba 11.000 habitantes por cada una.

Pero se leía en el documento del arzobispo, “lo que aumenta considerablemente las dificultades para el servicio de los fieles, es la extensión del territorio que habitan, porque aunque alcance el tiempo al cura para soportar las fatigas que le impone el cuidado de su parroquia, si los fieles no pueden acudir a él, y a éste no les es dado buscarlos, naturalmente se hace necesario multiplicar los sacerdotes para acercarlos a sus feligreses. Desde este punto de vista la desproporción entre una diócesis y las de cualquier país europeo es monstruosa, pues que los 772.189 diocesanos que da al arzobispado el censo de 1854, se hallan desparramados en un territorio que tendrá más de 30.000 millas cuadradas”.

Esta situación era tan clara que el prelado llegaba a considerar, en atención a la extensión de algunos curatos, que ellos “eran como una misión de infieles, en donde el sacerdote hace lo que alcanza, deja a Dios el cuidado de lo más y con eso logra un gran mérito, a pesar de todo lo que deja de hacer porque no alean”.

El clero secular era insuficiente para atender la feligresía en debida forma, y esto no había mejorado.

Ha de considerarse, no obstante, que había otros centros de atención espiritual que contribuían de algún modo a aliviar la tarea de los curas: las viceparroquias y las capillas privadas.

Una viceparroquia era una superficie acotada, incluida dentro de un territorio parroquial, en que existía una iglesia, a cuyo servicio estaba un sacerdote o vicepárroco que ejercía allí casi todas las funciones parroquiales. La iglesia era de propiedad institucional. La viceparroquia era dirigida por el prelado, y el sacerdote debía ser aprobado por éste. La remuneración del vicepárroco provenía de los ingresos parroquiales. Aunque insertadas dentro de la estructura diocesana, las viceparroquias tenían algo de precario.

En la mente del arzobispo las viceparroquias obedecían a un objetivo claro. Las parroquias eran, como se ha visto, escasa en relación con la extensión que constituía generalmente su territorio. Pero su erección era difícil. No podían entregarse a sacerdotes jóvenes y sin experiencia. Siempre este ministerio era una labor pesada, y requería un buen conocimiento práctico y teórico de las labores pastorales. El mismo trato campesino para un hombre urbano, como eran casi siempre los nuevos ordenados, no era cosa fácil. No cualquiera, por lo tanto, podía hacerse cargo de una parroquia.

Pero como los curas necesitaban auxiliares, y éstos no podían salir de otra fuente que de los nuevos sacerdotes, a ellos correspondía el ejercicio del ministerio viceparroquial. Este debía hacerse, en la mente del prelado, bajo la vigilancia y ordenación del cura. La parroquia debía parecerse; a una suerte de pequeña diócesis: en su centro residía el párroco, el cual organizaba las tareas. La formación de los vicepárrocos quedaba confiada a sus cuidados, y debía ejercerse en forma responsable y paternal. Existía en lo posible un contacto regular entre todos ellos, para que hubiese unidad en las labores y mutua colaboración.

rostroDurante su episcopado el arzobispo estableció treinta y dos viceparroquias, de las cuales fueron urbanas dos en Santiago.

Otro lugar de culto, y en cierto modo de adoctrinamiento y tarea pastoral, eran las capillas particulares, erigidas en sitios o lugares de propiedad privada. Tales centros podían constituir un elemento importante de cooperación a la tarea parroquial, pero ello dependía en buena parte de la estabilidad y permanencia del servicio religioso que en ellos se prestaba.

Para efectos prácticos se pueden dividir en dos categorías principales: las iglesias levantadas en lugares poblados, destinadas al cuidado de los feligreses que allí habitasen, y las capillas levantadas junto a las casas patronales de las haciendas o fundos importantes. En este caso su propósito era el de facilitar a los habitantes del predio respectivo la asistencia más o menos regular a la misa dominical y el cumplimiento pascual durante las misiones que se tenían regularmente.

El arzobispo, al aprobar las capillas de haciendas, imponía a los dueños la obligación de constituir un fondo para la mantención del culto. De hecho, había en aquellos una preocupación de buscar capellanes que oficiasen misas dominicales en el curso del año, y eran además tales lugares los centros en que se efectuaban misiones anuales, que atraían a menudo a los moradores de los predios aledaños.

Durante los años del episcopado de Valdivieso se registran aproximadamente cuarenta autorizaciones de funcionamiento de capillas construidas en predios rurales, a las cuales deben sumarse las existentes con anterioridad.

No era común que en ellas se celebrasen misas ni otros actos religiosos en días que no fuesen festivos, dado que no siempre era fácil asegurarse el concurso de capellanes más allá de estas ocasiones. En lugares cercanos a la capital o en poblaciones que contaran con conventos (los regulares eran a menudo buscados para capellanes), las capillas podían ser servidas en forma regular, pero en lugares alejados ello era más difícil.

Al dar cuenta del estado de su Iglesia en la visita ad limina de 1857, Valdivieso exponía que, exceptuadas las iglesias parroquiales, había en la arquidiócesis doscientas seis capillas y oratorios públicos, sin contar los que estaban en construcción; además, en sus casas y conventos los religiosos tenían cuarenta y cinco lugares de culto, y las religiosas quince.

Fuente: extracto del libro “Vida Rural en Chile durante el siglo XIX”, Cáp. “Las parroquias y la vida religiosa campesina de la zona central. Episcopado de Rafael Valentín Valdivieso”, del autor Javier González Echenique.