San Bernardo, 4 de agosto de 2009
Queridos sacerdotes y diáconos
Como ya he hecho en la carta anterior, seguiremos en esta comentado la que el Santo Padre nos envío con ocasión del inicio del año sacerdotal. Esas palabras del Papa son una fuente maravillosas para ir recorriendo nuestro servicio sacerdotal y para que cada uno de nosotros concluya en nuevos propósitos de fidelidad y de celo pastoral.
Dice el Papa que en cuanto San Juan María llego a su nueva parroquia – a los 31 años de edad – emprendió en seguida la humilde y paciente tarea de armonizar su vida como ministro con la santidad del ministerio confiado “viviendo incluso materialmente en su iglesia parroquial” que llego a considerar como su casa. “Entraba en la iglesia antes de la aurora y no salía hasta después del Ángelus de la tarde. Si alguno tenía necesidad de él, allí lo podía encontrar”
Cuando un Obispo es nombrado para servir a una diócesis o un sacerdote destinado a la atención de una parroquia o de un grupo determinado de fieles, se produce un vínculo especial y sobrenatural de tal fuerza e intensidad, que ese trabajo pastoral con el pueblo de Dios pasa a ser el centro y punto de atención principal que compromete toda la vida y la acción de ese obispo o sacerdote, dejando de lado muchas otras posibilidades – lícitas por cierto- en el orden personal, profesional, del descanso y de las distracciones, etc. El ejemplo del Curas de Ars es notable y actual, particularmente cuando por la movilidad del mundo moderno y por las posibilidades que abre a cada persona, podemos desplazarnos con gran facilidad u ocupar el tiempo en muchas actividades, incluso sin movernos desde nuestro lugar. Sin embargo, nuestro pueblo cristiano nos necesita a nosotros en cuerpo y alma, al cien por ciento, sin tomar compensaciones que resten el tiempo y esfuerzos al que los fieles tiene derecho: “si alguien tenia necesidad de él, allí – en la iglesia – lo podía encontrar”. Que frase tan sugerente y exigente cuando algunas veces descubrimos o nos llegan las quejas de nuestros fieles frente a la dificultad de encontrar al Obispo o al sacerdote. Que frase tan punzante, para examinar nuestra completa y total dedicación al ministerio sacerdotal y el cumplimiento delicados de nuestros horarios de atención a los fieles, que todos deben conocer y nosotros siempre respetar
Queridos sacerdotes, estas enseñazas del Cura de Ars han de hacernos reflexionar acerca de nuestra propia dedicación al ministerio sacerdotal o diaconal. Una primera consideración es preguntarnos si nuestro corazón y nuestra mente – nuestra vida entera con todas sus potencialidades – está 100% dedicada al Señor y al ministerio que nos ha sido confiado. O acaso quedan tiempo “míos”, intocables; actividades que exigen gastar horas, esfuerzos, desplazamiento, mente y corazón, que de alguna manera le robamos al ministerio parroquial y al estar a disposición de nuestros fieles, y que realizo sin el conocimiento y la autorización de quienes son nuestros superiores. El Pastor de nuestras almas, Jesús el Señor, no pedirá estrecha cuenta del uso que dimo al tiempo que, después de nuestra ordenación se ha convertido en Su tiempo, porque nosotros somos otros cristos, el mismo Cristo en medio de los hombres y mujeres de nuestro mundo. Fuera de los tiempo dedicados al descanso o a la formación, que todos necesitamos y cada uno organiza como le parezca mas oportuno y adecuado y fuera de aquellos encargos que las autoridades de la Iglesia no solicitan y que requieren estudios, viajes, etc. todo nuestro tiempo es de Dios y para Dios y el pueblo de Dios; “in manibus Tuis tempora mea”. “Dios ha creado mi corazón sólo para El, me pide que se lo dé porque El lo hará feliz”, escribió San Juan María.
Enseñaba el Papa Juan Pablo en 1982 hablando a los sacerdotes: “Llamados, consagrados, enviados. Esta triple dimensión explica y determina vuestra conducta y vuestro estilo de vida. Estáis «puestos aparte»; «segregados», pero «no separados» (PO, 3). Así os podéis dedicar plenamente a la obra que se os va a confiar: el servicio de vuestros hermanos. Comprended, pues, que la consagración que recibís os absorbe totalmente, os dedica radicalmente, hace de vosotros instrumentos vivos de la acción de Cristo en el mundo, prolongación de su misión para gloría del Padre. A ello responde vuestro don total al Señor. El don total que es compromiso de santidad. Es la tarea interior de «imitar lo que tratáis», como dice la exhortación del Pontifical Romano de las ordenaciones. Es la gracia y el compromiso de la imitación de Cristo, para reproducir en vuestro ministerio y conducta esa imagen grabada por el fuego del Espíritu. Imagen de Cristo sacerdote y víctima, de redentor crucificado” (Hom. en la ordenación de nuevos sacerdotes. Valencia, 8-XI-1982).
Vivir de esta manera, completamente dedicados al particular servicio pastoral al que hemos sido llamados y al oficio específico que nos ha encomendado la Iglesia, es y debe ser nuestra mayor alegría. Quizá la advertencia de San Pablo en la Carta a los Corintios: “os digo hermanos, que el tiempo es corto”(1 Cor 7, 29) puede ayudarnos a examinar nuestro servicio, recordando que debemos vivir “aprovechando bien el tiempo” (Ef, 5, 15-16), porque los años que Dios nos conceda no tiene otro objeto y finalidad que administrar los misterios de Dios (cfr Cor. 4,1)
A la luz de estas breves consideraciones, hagamos todos un examen serio de nuestra dedicación al sacerdocio al que hemos sido llamados. Seamos valientes y audaces para pedir y aceptar las luces que el Espíritu Santo puede mostrarnos respecto de conductas, actitudes, flojeras, uso de nuestro tiempo en cosas secundarias, etc. que restan eficacia a la acción de Dios en medio de nuestro pueblo. Volvamos a una idea de la que les he hablado muchas veces: todos tenemos un trabajo pastoral propio, nuestra parroquia o comunidad sea como párrocos, administradores parroquiales o vicarios, pero todos hemos de asumir otras tareas, las comunes de la diócesis y para eso necesitamos distribuir nuestro tiempo y poner el que pueda quedar a disposición de los superiores, pues hay muchas cosas que hacer y los operarios son siempre pocos. El cura de Ars se entregó con amor y con pasión al pueblo de Dios que le había sido encomendado y el Señor premió su entrega con una vida llena de frutos. Deseemos esa vida para nosotros, sabiendo que si somos fieles el Señor no hará ver muchos frutos, pero en particular la santidad del pueblo de Dios.
Con mi afectuosa bendición y agradecimiento, en nombre de Dios, por el servicio sacerdotal abnegado y difícil que muchas veces realizan en medio del pueblo de Dios.
+ Juan Ignacio