El Sr. Obispo pidió un Acuerdo Nacional, que permita un “Consenso Básico Ético” entre todos los chilenos de cara al Bicentenario.
Intervención de Monseñor Alejandro Goic Karmelic, Obispo de Rancagua y Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, en la Comisión de Salud del Senado de la República
29-VII-2009
Agradezco esta gentil invitación de la Comisión de Salud del Senado.
Hace unas semanas asistí a una invitación similar en la Cámara de Diputados. Me permito entregar al Sr. Presidente de la Comisión de Salud del Senado, la intervención de Mons. Fernando Chomalí y la mía en esa oportunidad. La opinión pública conoce la visión de la Iglesia en el tema que nos convoca. Quiero reiterar lo que en esa ocasión señalé: “Venimos acá con el mayor respeto y también con humildad. No estamos empeñados en imponer nuestros puntos de vista ni tampoco estamos promoviendo subrepticiamente la adopción de políticas públicas hechas a la medida de nuestra fe o de nuestra moral…La misión de la Iglesia es aportar a todos los hombres y mujeres la vida plena ofrecida por Cristo, plenitud de vida digna en lo espiritual y en lo material”.
A veces se nos escucha, otras veces no. Nuestra visión del mundo, de las realidades humanas en todas sus dimensiones, se propone, no se impone.
Nos duele la forma como se ha llevado este debate que toca temas tan trascendentales y que va mucho más allá de un sí o de un no a una píldora. Debate hecho de modo reductivo respecto de un tema que involucra la vida humana, la familia, la educación de las nuevas generaciones, etc. Debate hecho también al calor de una campaña política con todo lo que ello significa.
Nos preocupan las descalificaciones mutuas a priori, de las diferentes posiciones. Observé en el Canal de Televisión de la Cámara de Diputados el debate y la votación entre los parlamentarios y las actitudes de los participantes en las tribunas. Se percibía una división profunda y un apasionamiento exacerbado. Un debate de tanta trascendencia requiere serenidad, sabiduría, respeto. No vamos a ningún sitio cuando oímos decir “ustedes están en contra de las mujeres y de sus derechos” o “ustedes están a favor de la cultura de la muerte”.
El inolvidable Cardenal Raúl Silva Henríquez, en otro contexto y en un duro momento de la Patria, nos dejó entre su legado una homilía el 18 de septiembre de 1974, que tiene un valor histórico. Se tituló: “La Iglesia y la Patria” y se refirió al alma de Chile. Ahí, en medio de un país polarizado y de circunstancias adversas y extremas, nuestro querido pastor señaló: “La iglesia y la Patria: dos magnitudes; dos almas que sólo pueden subsistir y fructificar en la medida en que son fieles, cada una a su tradición. Y destacó en tres primacías cuál es el alma de Chile: “el primado de la libertad sobre todas las formas de opresión; el primado del orden jurídico sobre todas las formas de anarquía y arbitrariedad y el primado de la fe sobre todas las formas de idolatría”.
Y en un inolvidable discurso del año 1991, en el atardecer de su vida, nos habló del “país que sueño o que deseo” y lo expresó sobre la base de cuatro afirmaciones:
• Quiero que en mi país todos vivan con dignidad.
• Quiero un país donde reine la solidaridad.
• Quiero un país donde se pueda vivir el amor.
• Quiero para mi Patria lo más sagrado que yo puedo decir: que vuelva su mirada hacia el Señor.
En 1985, y en un momento histórico que marcó el camino para la visita a Chile de Juan Pablo II en 1987, el sucesor del Cardenal Silva en la Arquidiócesis de Santiago, Mons. Juan Francisco Fresno Larraín, convocó a todos los principales dirigentes políticos del país de todas las tendencias y se logró el llamado Acuerdo Nacional para la Transición a la Democracia, hecho de fundamental trascendencia para la recuperación de la convivencia democrática.
¿No habrá llegado la hora, de que hoy, en un nuevo contexto, consolidada la democracia y de cara al Bicentenario y al futuro de Chile se geste un nuevo Acuerdo Nacional que preserve y perfeccione el alma de Chile?
Me atrevo a proponerlo: un Acuerdo Nacional, que permita un “Consenso Básico Ético” entre todos los chilenos de cara al Bicentenario.
¿Qué podría contener este “Consenso Básico Ético”?
1. El compromiso de todos los actores sociales de construir una sociedad más equitativa. Es necesario y urgente decisiones para lograr una mayor equidad, salarios suficientes y mayor justicia social, en beneficio de la dignidad de la persona humana. En la vida económica “es preciso elegir como criterio último de nuestra actividad entre la lógica del lucro y la lógica del compartir y de la solidaridad.
“Cuando prevalece como motivación central la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos” (Benedicto XVI, Homilía en Catedral de Velletri, 23 de Septiembre de 2007)
2. El compromiso real de todos los actores sociales de mejorar la calidad de la educación, en especial en los sectores más vulnerables; de seguir mejorando las viviendas sociales que permitan, por sus espacios más amplios, una intimidad familiar dignificadora de los padres y de los hijos; una salud digna y accesible a todos los chilenos, más allá de su condición económica.
Estos y otros temas similares podrían, me parece, encontrar acuerdos básicos de todos los actores sociales.
Dentro del “Alma de Chile”, el Cardenal Silva señalaba “quiero para mi Patria lo más sagrado que yo puedo decir: que vuelva su mirada hacia el Señor. El alma de Chile es su raíz cristiana. Los millones de cristianos evangélicos, cristianos ortodoxos y cristianos católicos somos expresión concreta de esa fe y de esas raíces.
En el debate que nos congrega y en otros similares, es en este punto donde surge el gran desacuerdo.
Los creyentes en Cristo, Señor de la historia, estamos convencidos que “una sociedad que excluye conscientemente a Dios y lo relega totalmente a lo privado se autodestruye. Por eso, los cristianos, sencillamente tienen la obligación frente al mundo de dar fe de Dios públicamente y, así, de mantener presentes los valores y verdades, sin los cuales a la larga no puede existir convivencia humana soportable” (Benedicto XVI).
La Iglesia no intenta atribuirse ni reclamar una autoridad que no nos corresponde. Pero no podemos dejar de ejercer nuestro derecho a opinar sobre las realidades políticas, desde el punto de vista moral, para hacer presente a la conciencia de los católicos nuestros puntos de vista y ofrecerlos a quien quiera considerarlos para su propia reflexión y para el bien moral de la sociedad. Queremos vivir en paz con todos. Estamos dispuestos a respetar las opiniones de todos y, por supuesto, también las leyes justas de las autoridades legítimas. Pero no nos excluiremos de participar en el diálogo democrático, ni viviremos bajo la presión de visiones laicistas de la sociedad. Tampoco aceptaremos los intentos de ubicarnos como una categoría de ciudadanos relegados a nuestros templos o a nuestras propias instituciones.
En la reciente encíclica de Benedicto XVI “La Caridad en la Verdad”, a propósito del debate que nos ocupa, ha señalado: “La Iglesia, que se interesa por el verdadero desarrollo del hombre, exhorta a éste a que respete los valores humanos también en el ejercicio de la sexualidad; ésta no puede quedar reducida a un mero hecho hedonista y lúdico, del mismo modo que la educación sexual no se puede limitar a una instrucción técnica, con la única preocupación de proteger a los interesados de eventuales contagios o del “riesgo” de procrear. Esto equivaldría a empobrecer y descuidar el significado profundo de la sexualidad, que debe ser en cambio reconocido y asumido con responsabilidad por la persona y la comunidad” (Nº 44)
En España, en este momento se debate ampliar la ley del aborto. Ese país sufre una gran división por este proyecto de ley. La Ministra de Igualdad española, en relación con la futura ley que incluye la interrupción voluntaria del embarazo (el proyecto habla de 14 semanas), ante la pregunta formulada en una emisora de radio sobre cómo consideraba un feto de 13 semanas, contestó: “Un ser vivo, claro; lo que no podemos hablar es de ser humano, porque eso no tiene ninguna base científica”. Honorables Sres. Senadores: Ni la Ministra de Igualdad de España, ni nosotros estaríamos aquí, si nuestros padres no nos hubieran respetado desde nuestro origen.
El Consenso Básico Ético es posible, al menos en la expresión de voluntades e intenciones, en muchos temas. En cambio, en el origen de la vida, en la sexualidad, el aborto, la eutanasia, la unión de parejas homosexuales, etc. afloran grandes divergencias, muchas de ellas marcadas por miradas ideológicas o por prejuicios. No se resuelven, en modo alguno, con gritos insultantes, con descalificaciones, con ridiculizaciones de los otros.
Se dice que si se aprueba la llamada “píldora del día después”, el que no está de acuerdo puede simplemente no hacer uso de ella. Pero sabemos que ni la formación de la conciencia moral ni tampoco la calidad de la educación están en nuestra sociedad a la altura en gran parte de la población de este tipo de decisiones libres, y que poco a poco también la ley va moldeando las mentalidades. Si a lo que ustedes deben legislar ahora agregan mañana que se llame en los hechos “matrimonio” a algo que por naturaleza humana nunca lo será, se seguirá desarrollando una mentalidad en que todo da lo mismo. Mentalidad de derechos que, sin sus correlativos deberes, ya está comenzando a provocar dolorosas consecuencias de violencia e irresponsabilidad en la vida familiar y social.
El Cardenal Silva en su célebre homilía acerca del alma de Chile habló de la Iglesia como conciencia critica señalando que “esta misión coloca frecuentemente a la Iglesia en una cierta tensión o polaridad con respecto a quienes detentan el poder. No se trata – decía – por cierto, de una oposición, sino de una independencia crítica que le permita a la Iglesia, ejercitando su rol de conciencia, discernir en qué grado se respeta la dignidad del hombre y los derechos que le son consustanciales”.
¿Cómo resolveremos estos desacuerdos fundamentales en Chile? Es una gran pregunta. Su respuesta exige sabiduría, discernimiento, fortaleza. En lo que respecta a nosotros cristianos-católicos trataremos de ser fieles al alma de Chile en la certeza de que “la Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencia del bien”. (Benedicto XVI – Dios es Amor).
El Cardenal Silva nos decía en la homilía ya citada: “una patria no puede echarse a andar indiferentemente por cualquier camino. La patria no se inventa, sólo se redescubre y revitaliza, y siempre en la fidelidad a su patrimonio de origen. Cuando una nación que es patria busca su sendero fuera de su tradición, su apostasía deriva fatalmente en anarquía y disolución. La patria no se inventa ni se trasplanta, porque es fundamentalmente alma, alma colectiva, alma de un pueblo, consenso y comunión de espíritus que no se puede violentar ni torcer, ni tampoco crear por voluntad de unos pocos. De aquí fluye, con imperativa claridad, nuestra más urgente tarea: reencontrar el consenso; más que eso, consolidar la comunión en aquellos valores espirituales que crearon la patria en su origen. La historia demuestra -y seguirá demostrando- que sólo en esta fidelidad es fecunda la esperanza”.
Tengo el convencimiento que si lográramos el “Consenso Básico Ético” y actuáramos en consecuencia procurando resolver aquellos primeros temas que mencioné, los segundos, los más controversiales, si bien probablemente no desaparecerán, sí podrían disminuir o ser enfrentados desde una mejor base de acuerdo social, desde unos caminos hacia la fraternidad mejor pavimentados.
El Senado de la República es un espacio privilegiado para buscar caminos de encuentro sereno, de diálogo ponderado, de soluciones adecuadas que contemplen una mirada más amplia que el puro asunto en debate. Con profundo respeto, y en la certeza de que “la patria es, fundamentalmente, alma de un pueblo”, apelamos a ustedes en esta invitación al consenso, “urgente tarea” en 1974, urgente tarea hoy en la antesala del Bicentenario.
Ruego por cada uno de ustedes, por todos los parlamentarios de la República y por todos los Poderes del Estado, para que Dios les regale esos dones en su trascendente servicio al país.
Muchas gracias.