El Escapulario del Carmen, signo de la consagración a María

Conferencia dictada por el doctor Ignacio Segarra Bañeres en el Instituto Filosófico de Balmesiana, el 16 de mayo del 2001.

Creo que es de justicia que en primer lugar agradezca a los dirigentes del Instituto Filosófico de Balmesiana su invitación a pronunciar esta conferencia. Al recibir la invitación impresa y ver que en ella se hace constar que hoy es la fiesta de san Simón Stock, me pareció que también debía felicitarles por el acierto en la elección de la fecha. Pero el señor Enrique Martínez, secretario de este Instituto, me ha manifestado que no hubo tal elección, sino que la fecha se eligió sin tener en cuenta, y ni siquiera sin saber, que hoy era la memoria litúrgica del santo que la Virgen se escogió para la entrega de su escapulario. Por ello, no es a la organización a quien felicito sino a algún Ángel que está detrás de todo ello.

Dos vivencias personales

Permitidme que empiece mi conferencia con un par de vivencias personales.

En agosto de 1999 estaba yo en Londres y el día 15, solemnidad de la Asunción de la Virgen, fui con un par de amigos a Aylesford, el santuario mariano-carmelitano donde la Virgen se apareció a san Simón Stock. Este monasterio-santuario fue lugar de devoción y de peregrinaciones durante siglos. Enrique VIII, el rey impío, lo mandó destrozar, como hizo con todos los demás lugares de devoción a la Virgen y a los santos. Si visitáis la catedral primada de Canterbury, detrás del altar mayor hay siempre ardiendo una llama. Una inscripción puesta allí por los anglicanos recuerda que en aquel lugar estuvo el sepulcro de santo Tomás Becket, que Enrique VIII mando destruir, quemó las reliquias del cuerpo del mártir y aventó las cenizas.

Así que el santuario de Aylesford estuvo durante muchos años en manos de los anglicanos. El 1965 la Orden del Carmen recuperó aquel venerable lugar. El Papa Pablo VI envió un mensaje con motivo de la fiesta de la rededicación y en él decía: «Allí aquellos religiosos y sus sucesores vivieron el espíritu contemplativo de Elías y dieron culto a la Santísima Virgen María, a quien ellos estaban especialmente consagrados» Y añadía: «Los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo tienen que seguir siendo un vivo testimonio del espíritu mariano de su Orden, y fomentar, entre otras devociones, la del Escapulario, tan excelsamente encomiado y recomendado por nuestros predecesores».

Allí en Aylesford reposan también las reliquias de san Simón Stock. Este santo pasó los últimos años de su vida en Burdeos (Francia) y allí fue enterrado. Pero con motivo del 700 aniversario de la Visión y Promesa del Santo Escapulario, el padre general del Carmelo, Killian Lynch, consiguió trasladar aquellas reliquias a Inglaterra.

Otra vivencia personal viene de los años de mi infancia. Mi familia tenía a su cuidado el altar de la Virgen del Carmen, que es el primero entrando a la derecha en la iglesia de Santa María de Albesa, junto al baptisterio. Todos los años mi madre me pedía que le ayudara a limpiar el altar y embellecerlo con flores para la fiesta del 16 de julio. Ese día por las tarde venía un padre carmelita para imponer el Escapulario, después del rezo del Santo Rosario -ahora lo podemos imponer todos los sacerdotes- y eran siempre muchos los niños a los cuales les era impuesto.

He mencionado la celebración del 700 aniversario de la visión y promesa del Escapulario, celebrado, por tanto, hace cincuenta años a la cual se le dio el nombre de Año Santo del Escapulario. Tanto los Carmelitas Descalzos, o de la Antigua Observancia, como los Calzados, se pusieron de acuerdo para celebrar solemnes actos cultuales y culturales en todo el mundo. Uno de estos actos fue un Congreso Internacional celebrado en Roma.

El Papa entonces reinante, Pío XII, envió un mensaje a la Orden del Carmen. Este escrito fue aclamado como el documento más precioso, publicado en todos los tiempos, sobre el objeto de devoción mariana que es el Escapulario. Por eso los autores que escriben sobre el Escapulario llaman a ese documento -Neminem profecía latet, nadie ignora ciertamente-, del 11 de febrero de 1950: «La Carta Magna del Escapulario». El Papa Pacelli, cordial-mente declaraba: « No sólo por nuestro constante amor a la Gran Madre de Dios, sino por haber pertenecido desde nuestra infancia a la Cofradía del mismo Escapulario, aprobamos con sumo placer esas piadosas iniciativas, deseando para ellas abundantísimos favores de Dios».

Pues bien, el 25 de marzo del 2001, el Pontífice actual ha enviado también un Mensaje a la Orden del Carmen con motivo de la dedicación que ésta ha hecho del año 2001, el primer año del nuevo Milenio, como Año Mariano. Juan Pablo II, con una cordialidad no menos entrañable que la de Pío XII, les ha escrito al Prior General de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María, Joseph Chalmers, y al Prepósito General de los Hermanos Descalzos de la misma Orden, Camilo Maccise: «También yo llevo sobre mi corazón, desde hace mucho tiempo, el Escapulario del Carmen. Por el amor que siento hacia nuestra Madre celestial común, cuya protección experimento continuamente, deseo que este año mariano ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fíeles que la veneran filialmente a acrecentar su amor y a irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la Misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia». Estos nobles deseos del Santo Padre, estoy seguro que son los deseos mismos de los organizadores de este acto, los de todos los que habéis venido para participar en él, y los míos personales».

Del documento de Pío XII que hemos mencionado hace un momento son estas palabras: «que todos reconozcan, por fin, en [el Escapulario] su consagración al Corazón Sacratísimo de la Virgen Inmaculada, por Nos recientemente recomendada». Y el Papa actual, en su Mensaje, ha recogido precisamente estas palabras de la Carta Magna de Pío XII, al decir: «La intensa vida mariana, que se manifiesta en una oración confiada, en una alabanza entusiasta y en una imitación diligente, lleva a comprender que la forma más auténtica de devoción a la Virgen Santísima, expresada mediante el humilde signo del Escapulario, es la consagración a su Corazón Inmaculado». «El Escapulario del Carmen, signo, por tanto, de la consagración a María»; ése es precisamente el título de esta charla.

Un poco de historia

La nota histórica que introduce la fiesta de la Virgen del Carmen el 16 de julio en el libro de la Liturgia de las Horas, hace esta presentación de la Orden del Carmelo: «Las Sagradas Escrituras celebran la belleza del [monte] Carmelo, donde Elías profeta defendía la pureza de la fe de Israel en el Dios vivo. En el siglo XII se reunieron algunos eremitas en el mismo Monte, dando origen a una Orden de vida contemplativa, bajo el Patrocinio de Santa María, Madre de Dios».

Efectivamente, a finales del siglo XIII un puñado de cruzados se reorganizan en el Monte Carmelo y en los inicios del siglo XIII reciben la Regla de San Alberto de Jerusalén. Por una Guía de Peregrinos, escrita entre 1220-29, sabemos: «Más allá de la abadía de Santa Margarita, a la misma parte occidental de la Montaña, hay un lugar muy bello y delicioso, en donde habitan los ermitaños latinos que se llaman Hermanos del Carmelo. En él han construido una pequeña iglesia a Nuestra Señora». Éste es, pues, el origen de la Orden y de la devoción a la Virgen del Carmen.

Muchos son los historiadores que han estudiado el tema del origen histórico del Escapulario. No todos, sin embargo, llegaron a las mismas conclusiones. El más serio y profundo ha sido, sin duda, el célebre teólogo padre Bartolomé F. Ma. Xiberta, carmelita y consultor del Concilio Vaticano II, que falleció en 1967 en Terrassa y cuyo proceso de canonización está en curso en la archidiócesis de Barcelona.

El padre Xiberta encontró documentos que nos acercan hasta medio siglo de la fecha de 1251, la fecha tradicionalmente asignada a la aparición de la Santísima Virgen a san Simón Stock y, por tanto, de la promesa del santo Escapulario. El que es uno de los más famosos mariólogos de nuestro tiempo, el padre Gabriel M. Roschini, autor de la obra en dos tomos La Madre de Dios según la fe y la teología, ha dicho de las investigaciones del padre Xiberta: «Es una monografía en verdad impresionante, digna de grandes y sinceros elogios. No puede pedirse un trabajo más orgánico, más ordenado, más completo, más al día que éste, sobre el interesantísimo tema».

En resumen, los datos sobre san Simón Stock y el Escapulario son éstos: Simón Stock, inglés, sexto Padre General de la Orden, suplicaba todos los días a la gloriosa Virgen María que diera alguna muestra de protección a la Orden. Eran unos momentos delicados para ésta, pues, expulsados de Palestina, se estaban expansionando en diversos países de Europa. Además, la transformación jurídica de la Orden, de eremítica a mendicante -al lado de los franciscanos y dominicos- no era aceptada por muchos. La oración favorita que san Simón compuso y recitaba era la Flos Carmeli: «Flor del Carmelo / Vid florida / esplendor del cielo / Virgen fecunda y singular / Oh Madre dulce / de varón no conocida / a los Carmelitas da privilegios, / estrella del mar».

«Se le apareció la Bienaventurada Virgen María-dice textualmente la antigua narración del siglo XIV- acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: “Éste será privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él, no padecerá el fuego eterno; es decir, el que con el muriere, se salvará”».
Desde mediados del siglo XIII hasta fines del siglo XV la naciente devoción al Escapulario -una parte del hábito, una tira ancha de paño con un agujero en el centro para pasar por él la cabeza- se vivió en el seno de la Orden. Pero pronto los carmelitas «agregan a su orden», compartiendo con ellos su espiritualidad y privilegios, a los laicos que recibían el Escapulario y que, por el hecho de la imposición, entraban a formar parte de la Cofradía seglar del Carmen. Así, la familia carmelitana, ya casi nada más de nacer, estuvo formada por religiosos varones y religiosas más o menos ligadas a la orden -hoy existen dos ramas de monjas contemplativas: las calzadas y las descalzas y más de setenta congregaciones femeninas, agregadas a las dos ramas masculinas. Hay, además, los seglares carmelitas, que son los Terciarios carmelitas y los mencionados cofrades.

Durante la falsa reforma protestante, especialmente durante todo el siglo XVI, de tal manera creció y se propagó la devoción al Escapulario que se pudo decir que fue la devoción más excelente del catolicismo que, en unión con el Rosario, se opuso al espíritu antimariano, individualista y anti eclesiástico del protestantismo. Lógicamente este espíritu, que negaba la intercesión y mediación de la Virgen, cuando penetró en el seno de la Iglesia a través de los jansenistas, motivó una viva controversia contra el Escapulario. Pero también, indirectamente, sirvió para motivar a los teólogos fieles a la doctrina tradicional a que estudiasen a fondo el privilegio del Escapulario y su doctrina fundamental. Los enemigos que lo atacaban decían que el uso del Escapulario favorecía una fe facilona, milagrera y aún supersticiosa.

En nuestros días, el capítulo octavo de la Constitución Dogmática de la Iglesia, Lumen gentium, del Concilio Vaticano II, que es todo un tratado de Mariología, dice en el n. 67: «Estímense las prácticas y ejercicios de devoción a Ella, que han sido recomendados a lo largo de los siglos por el Magisterio». No dice más, no específica cuáles sean estas prácticas. Pero en el Congreso Mariológico mundial, el primero que se celebró después del Concilio Vaticano II, en Santo Domingo en 1965, el Papa Pablo VI precisó que «entre estas devociones recomendadas, se han de contar el Rosario mariano y el uso devoto del Escapulario del Carmen».

Pienso que el cielo mismo fue quien preparó estas orientaciones del Magisterio y así, en las dos grandes apariciones de la Virgen se han mezclado por cierto estas dos grandes devociones: el Rosario y el Escapulario del Carmen. En Lourdes, Bernadeta vio a la Santísima Virgen «más hermosa que nunca» el día de la Virgen del Carmen, y, en la última aparición de Fátima, los pastorcillos vieron a la Virgen llevando el Escapulario.

Hoy el Escapulario es una devoción universal y, por eso, Juan Pablo II ha podido decir a los Superiores generales carmelitas: «El rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido con el tiempo, mediante la difusión del santo escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia». Por eso, por mucho que los Carmelitas insistan acerca del Escapulario como algo propio suyo, que lo es, no deben olvidar que ya es patrimonio de todo el Pueblo de Dios.

El Escapulario, signo de la consagración interior a María

¿Qué es exactamente el Escapulario? En sentido material es una de las piezas del hábito religioso. Pero, en sentido formal, es un signo externo de devoción mariana, sobre todo de dedicación o consagración que uno hace de sí mismo a María y de la esperanza en su protección maternal. Este signo externo es el pequeño escapulario de paño de lana, marrón o negro, por todos conocido; un hábito o vestido que se halla reducido a su mínima expresión.

Concretamente, la imposición y el uso del Escapulario es un sacramental. Es decir, un signo sagrado según el modelo de los sacramentos, por medio del cual se significan afectos, sobre todo espirituales, que se obtienen por la intercesión de la Iglesia y según las disposiciones interiores. Lo propio de un signo, algo sensible, es significar una realidad invisible. Lo invisible del Escapulario es la devoción a la Madre de Dios. Ésta, como toda devoción, para que sea auténtica, debe conformarse a la definición de Santo Tomás: «Una sincera voluntad para seguir todo lo que conduce a la gloria de Dios y a su agrado». Sincera voluntad, disposición pronta… La devoción reside, por tanto, en la voluntad. Lo externo: palabras, gestos, ejercicios devotos, medallas, imágenes, hábitos, etc., valen en tanto en cuanto son manifestación externa de una voluntad sincera de servir a Dios, en este caso por María y en María.

Por eso, la devoción a la Virgen que exhibimos por el Escapulario debe ser:
a) Interior, un sentido de amor y confianza en Ella como madre nuestra. Debe ser como un aldabonazo de fe que nos recuerde que somos hijos de Dios.
b)Tierna: como la actitud del niño pequeño hacia su madre. ¡Ojalá que cuando nos entreguemos al sueño, o cuando nos quitamos o ponemos el Escapulario lo besemos con ternura!
c)Constante: no es una devoción para ciertos días sólo, sino permanente. La permanencia del signo o símbolo, que se lleva alrededor del cuello de noche y de día, enseña la constancia en la vida mariana y en el abandono en su protección. Es como la alianza que llevan puesta siempre los esposos. No sólo son las alianzas una señal, sino que estimulan constantemente la fidelidad y ayudan a vencer las tentaciones que se presenten contra ella en la vida ordinaria.
d)Desinteresada: los hombres, cuando nos aferramos a los bienes materiales con facilidad descuidamos los eternos. Abandonados a la protección de la Virgen, los devotos del Escapulario no confían más que en la protección de Dios, que se hace sentir especialmente cuando uno se acerca a Él por el camino más corto y seguro: María.

San Luis Grignion de Monfort, en su Tratado sobre la verdadera devoción a la Virgen, nos explica como toda consagración auténtica se dirige siempre a Dios. La consagración a María no es más que un medio, un camino, una forma de pedirle a Ella que nos ofrezca a su Hijo ya que, viniendo esta ofrenda a través de su Madre, Él la acogerá con mayor complacencia.

¡Bien! El uso del Escapulario decimos que debe ser desinteresado. Pero ¿no parece que para muchos, pecadores habituales, el Escapulario es una especie de objeto mágico que ofrece barata la salvación? Sí, podría ser así… pero, de hecho, aún esos pecadores dan a María un cierto culto que es bueno: invocan a la Virgen, vencen el respeto humano ante un mundo paganizado, y lo hacen, no con presunción para permanecer impunes en el pecado, sino como tabla de salvación: conscientes de su debilidad e impotencia, pero confiando en el poder intercesor de Santa María. Ella, no cabe duda, se servirá de esto para irlos atrayendo hacia su Hijo. No en vano el Señor le dijo un día a Santa Catalina de Siena: «Mi Madre es manjar dulcísimo con el que traigo a los pecadores».

¡Llevemos el Escapulario! ¡Difundámoslo entre la gente, sabiendo explicar que su imposición y su uso piadoso -el que libra de la condenación eterna- requiere una disposición, aunque sea mínima, de abandonarse a la protección maternal de la Madre de Dios, la que Cristo nos dio por Madre nuestra desde el árbol de la Cruz.

El uso de la medalla-escapulario

San Pío X, que predicó muchas veces sobre el Escapulario del Carmen, el 16 de diciembre del 1910, a petición de un obispo misionero en África, y para que se extendiera más y más la devoción al Escapulario, vestido de María, concedió que se pudiera cambiar por la medalla-escapulario -una medalla que tenga, por un lado, el Sagrado Corazón de Jesús, y, por el otro lado, una representación de la Virgen; no tiene porque ser la del Carmen- con los mismos privilegios que el Escapulario de lana. Pero el Pontífice añadió: «Deseo vehementemente que los fieles continúen llevando el Escapulario de paño».

Un famoso predicador paúl, en una audiencia con el Papa Sarto, recibió esta confidencia del Papa Santo: «Yo lo llevo siempre -y desabrochándose le mostró el escapulario de paño-. No te lo quites nunca. Yo concedí la medalla-escapulario para los negritos de África sin pensar nunca que se extendiera a Europa y América».

Bien, el Papa es el Papa, pero el Espíritu Santo, que dirige la piedad del Pueblo de Dios, corre más que los papas y que toda la Iglesia institucional. Y lo cierto es que el uso de la medalla se ha hecho casi general. Yo pienso que esto responde a una manifestación creciente de la Misericordia divina, que cada vez es más condescendiente con sus hijos, los hombres. Por tanto, no tengáis ningún escrúpulo en usar la medalla… si bien es bueno, que si lo preferís, llevéis el escapulario de paño.

Es verdad que el símbolo de ser un hábito es más claro en el escapulario de paño y, por eso, el acto de la imposición debe hacerse siempre con un escapulario de lana marrón o negra. Sin embargo, la medalla no deja de tener su simbolismo y de ser también el signo de la consagración a María. En la Roma pagana, los esclavos llevaban una cadena metálica al cuello. En ella constaba el nombre del dueño de dicho esclavo. El que lleva el Escapulario -medalla o paño-, está proclamando ser siervo de María, de estar a su servicio, de ser totus tuus, todo tuyo.