Moral y píldora del día después

“Quienes profesan un respeto profundo a todos los seres humanos sin excepción, estiman que jamás uno de ellos puede ser expuesto al riesgo próximo de ser destruido, aunque ese riesgo no esté cuantificado. Basta con que la píldora sea de hecho capaz de privar de la oportunidad de vivir al embrión humano para que la acción de tomarla sea condenable. Quienes no profesan aquel respeto prefieren negar el problema ético valiéndose de ciertos cambios del lenguaje”.

Los sabios discuten acerca de si la llamada píldora del día después puede tener efecto antinplantatorio o abortivo. Seguirán discutiendo. Pero nadie se atreve a negar que en algún caso aquello pueda ocurrir. El juicio acerca de una acción respecto de la cual hay alguna duda acerca de su bondad ha sido largamente desarrollado por la enseñanza de la moral fundada en el cristianismo. En caso de duda práctica acerca de si un acto es bueno o malo, no se puede éste realizar. San Pablo en la Carta a los Romanos dice que “el que dudando, come, se condena, porque no obra según la fe; y todo lo que no viene de la fe es pecado” (Rom. 14,23). Un autor tan conocido con el padre G. Lagrange, al comentar estas palabras dice: “aquí la vacilación esta en la conciencia. Y sin embargo, se actúa sin haber resuelto la cuestión de si la acción es lícita o culpable; uno es por tanto culpable por correr concientemente el riesgo de ofender a Dios”. Por esta razón lo moralistas están de acuerdo que en estos casos ante de realizar una acción dudosa es necesario buscar seriamente aclarar la duda antes de actuar.

Si sucede que no se puede salir de esa duda positiva porque incluso quienes tiene competencia científica para asegurarlo no pueden hacerlo dada la complejidad de los mecanismo con que actúan los elementos químicos usados, entonces se trata de un caso en que la duda obliga a abstenerse de usarla, porque existe el riego cierto de que con su uso se pueda poner fin a una vida humana ya en desarrollo. Se trata de una duda práctica, es decir, se refiere al modo concreto de actuar y no a controversias doctrinales, pues estamos ante el caso de una mujer que duda acerca de si el fármaco inhibirá en ella el proceso de fecundación antes que este se produzca o lo hará después, es decir, cuando ya la vida nueva se haya formado y pese a los intentos de dilucidar esa duda no hay elementos suficientes para hacerlo. Se aplica en este caso, entonces, un principio clásico, que señala que cuando están en juego cuestiones graves -y aquí lo están, pues se trata de una posible vida humana- se ha de elegir la actuación más segura, o dicho de otra manera, se ha de actuar de manera que se tenga la máxima seguridad de hacerlo correctamente, actuación que en este caso lleva a negarse a usar el fármaco.

En efecto, una situación así obliga a actuar en la duda, con menos datos de los necesarios, lo cual crea conflictos. Quienes profesan un respeto profundo a todos los seres humanos sin excepción, estiman que jamás uno de ellos puede ser expuesto al riesgo próximo de ser destruido, aunque ese riesgo no esté cuantificado. Basta con que la píldora sea de hecho capaz de privar de la oportunidad de vivir al embrión humano para que la acción de tomarla sea condenable. Quienes no profesan aquel respeto prefieren negar el problema ético valiéndose de ciertos cambios del lenguaje. Para ellos, mudar el nombre de las acciones transmuta su moralidad. Afirma un editorial del New England Journal of Medicine: “…aun cuando la contracepción de emergencia actuara exclusivamente impidiendo la implantación del zigoto, no sería abortiva”. Pero no se nos dice qué es. Quebrar la vida de un ser humano, por minúscula que sea la víctima, es algo que merece ser llamado de alguna manera. Impedir la implantación del embrión humano es un hecho de notable importancia ética que no se puede volatilizar por el fácil expediente de dejarlo sin nombre. Su sustancia moral no desaparece aunque se recurra a la redefinición de gestación y concepción que hace años pactaron algunos organismos mundiales de salud y las multinacionales del control de la natalidad. A este cambio semántico que no modifica la esencia del problema vienen resistiendo año tras año, con una tenacidad sensata, muchos hombres y mujeres de buena voluntad, las sucesivas ediciones de los diccionarios generales y médicos, y los libros de embriología humana. (Gonzalo Herranz).

También es necesario que quienes sean llevados al límite de tener que usar esta píldora en razón de una política que intentando vanamente salvar la libertad de la persona concreta, impone una forma de ver las cosas con el apoyo del poder de Estado, sean informados de que pueden hacerse cómplices del más fiero de todos los delitos: matar al que ya ha comenzado el recorrido de una vida en sus inicios, vida que es don de Dios para los hombres.

                    

+ Mons. Juan Ignacio González, Obispo de San Bernardo