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San Pío de Pietrelcina: guió a las almas y alivió el dolor

pioBenedicto XVI llamó la atención frente a “los riesgos del activismo y la secularización, que están siempre presentes”.

El Santo Padre partió a las 8,30 del día domingo , del aeropuerto romano de Ciampino -y no en helicóptero debido a las inclemencias del tiempo- y aterrizó en la base militar de Amendola (Foggia). Desde allí se trasladó en automóvil a San Giovanni Rotondo, en el sur de Italia, donde fue acogido por las autoridades políticas, civiles y eclesiásticas.
A continuación se dirigió al Santuario de Santa Maria de las Gracias, donde le esperaba el Ministro General de los Frailes Menores Capuchinos, Fray Mauro Jöhri, con otros religiosos de la misma orden. Tras la adoración al Santísimo Sacramento, el Papa visitó la celda del convento en la que murió Padre Pío de Pietrelcina y bajó a la cripta del santuario para venerar los restos mortales del santo.

A las 10,30, Benedicto XVI celebró la Santa Misa en el exterior de la Iglesia de San Pío de Pietrelcina.
Hablando de San Pío, el Papa dijo que “prolongó la obra de Cristo: anunciar el Evangelio, perdonar los pecados y curar a los enfermos en el cuerpo y en el espíritu”.

“Las “tempestades” más grandes que le amenazaban eran los asaltos del diablo, de los cuales se defendió con la “armadura de Dios”, con “el escudo de la fe” y “la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios”. Al permanecer unido a Jesús, siempre tuvo en cuenta la profundidad del drama humano, y por eso se ofreció y ofreció sus numerosos sufrimientos, y supo consumirse en el cuidado y alivio de los enfermos, signo privilegiado de la misericordia de Dios. (…) Guiar a las almas y aliviar el sufrimiento: así se puede resumir la misión de san Pío de Pietrelcina”.

Tras poner de relieve que la herencia que ha dejado a sus hijos espirituales es la santidad, el Santo Padre subrayó que “su primera preocupación, su ansia sacerdotal y paterna era siempre que las personas regresaran a Dios, que pudieran experimentar su misericordia y, una vez renovadas interiormente, redescubriesen la belleza y la alegría de ser cristianos, de vivir en comunión con Jesús, de pertenecer a su Iglesia y practicar el Evangelio”.

“Ante todo la oración. (…) Sus jornadas eran un rosario vivido, es decir, una continua meditación y asimilación de los misterios de Cristo en unión espiritual con la Virgen María. Se explica así la singular presencia en él de dones sobrenaturales y de sentido práctico humano. Y todo tenía su cumbre en la celebración de la santa misa. (…). De la oración, como de una fuente siempre viva, brotaba la caridad. El amor que llevaba en el corazón y transmitía a los demás estaba lleno de ternura, siempre atento a las situaciones reales de las personas y de las familias. Sostenía que especialmente los enfermos y los que sufrían eran los predilectos del Corazón de Cristo, y gracias a ello surgió el proyecto de una gran obra dedicada al “alivio del sufrimiento”. No se puede entender ni interpretar adecuadamente esta institución si se la separa de su fuente inspiradora, que es la caridad evangélica, animada a su vez por la oración”.
Benedicto XVI llamó la atención frente a “los riesgos del activismo y la secularización, que están siempre presentes”. “Muchos de vosotros, religiosos, religiosas y laicos -dijo-, estáis tan absorbidos por miles de tareas que conlleva el servicio a los peregrinos o a los enfermos del hospital que corréis el riesgo de descuidar lo que es verdaderamente necesario: escuchar a Cristo para cumplir la voluntad de Dios. Cuando os deis cuenta de que corréis este riesgo, mirad a padre Pío, su ejemplo, sus sufrimientos; e invocad su intercesión, para que os alcance del Señor la luz y la fuerza que necesitáis para continuar su misma misión empapada de amor por Dios y de caridad fraterna”.