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La Enseñanza del Catecismo sobre el Sacrificio Eucarístico

corpus2Muy completa es la doctrina que acerca de la Eucaristía nos presenta el Catecismo de la Iglesia Católica recientemente promulgado por el Papa Juan Pablo II. Son casi cien los párrafos que dedica a este sacramento, desde el párrafo 1322 hasta el 1419. Será bueno señalar los marcos generales en que se encuadra la doctrina acerca de la Eucaristía, antes de abordar el punto específico que queremos señalar.

Recordemos, desde el comienzo, con el Catecismo (n. 1324), que la Eucaristía es la “fuente y cima de toda la vida cristiana”, de tal manera que “los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ellos se ordenan”. “La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (PO 5).

La presentación de esta completa doctrina se articula en torno a siete grandes apartados.
En el primero, LA EUCARISTÍA FUENTE Y CUMBRE DE LA VIDA ECLESIAL, simplemente se nos señala en breves párrafos la singularidad de este sacramento que está por encima de cualquier otro. En el segundo, EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO, se nos explica el sentido de los distintos términos con que nos referimos al mismo, a fin de entrar en la gran riqueza de su contenido. En el tercero, LA EUCARISTÍA EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN, se nos introduce en el tema crucial de la Eucaristía como alimento espiritual, atendiendo al relato explícito de su institución y a las figuras que le preceden en la vida, enseñanza y milagros, del Señor. En el cuarto, LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA DE LA EUCARISTÍA, se nos explica la celebración de la misa, en su desarrollo histórico y en sus partes esenciales. En el quinto, EL SACRIFICIO SACRAMENTAL: ACCIÓN DE GRACIAS. MEMORIAL. PRESENCIA, que es el más extenso y teológico, nos descubre la riqueza esencial de la Eucaristía como sacrificio salvador, al mismo tiempo que como presencia continuada entre nosotros que pide adoración y reparación. Este largo y profundo apartado, por cierto, termina con la adoración, desde la fe, de este admirable sacramento tal como lo expresa el canto del Adorote devote de Santo Tomás. En el sexto, EL BANQUETE PASCUAL, complementa el apartado anterior centrándose en al Eucaristía como alimento de vida espiritual y como unión con Cristo y con los hermanos. En el breve apartado final, el séptimo, LA EUCARISTÍA, “PIGNUS FUTURAE GLORIAR”, nos recuerda que celebramos la Eucaristía “mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo”, en la esperanza de la bienaventuranza de la que la Eucaristía es prenda.

Entremos en una profundización del misterio eucarístico. La Misa -dice el Catecismo (n. 1382)- es a la vez e inseparablemente dos cosas: el memorial sacrificio en que se perpetúa el sacrificio de la cruz y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y Sangre del Señor. Entre las diversas verdades que nos conviene recordar y reactualizar acerca de la Eucaristía destacaremos en este artículo la primera de las dos afirmaciones anteriores: la de la Eucaristía como sacrificio. En efecto, la Eucaristía tiene a Jesucristo en su doble vertiente esencial: le tiene como Redentor, como Salvador de los pecados de los hombres -según el anuncio del ángel a San José al indicarle al indicarle el nombre de “Jesús” que debía imponer al niño nacido virginalmente de María su esposa- y le tiene como Alimento de vida eterna. Nos centraremos, según la intención de este artículo que hemos anunciado, en la primera dimensión.
La razón de elegir esta temática, que nos parece nuclear, se refuerza porque todos los fieles pueden atestiguar que en los últimos años ha desaparecido prácticamente de la predicación y, en general, del lenguaje homilético, el reconocimiento de la Eucaristía como sacrificio. La palabra “sacrificio” ha sido con excesiva reiteración sustituida por expresiones que si bien denotan la misma realidad, no significan con la palabra empleada el mismo contenido.

La Eucaristía, como lo enseña el Catecismo, puede ser nombrada con varios nombres y cada uno de ellos expresa alguno de sus aspectos, pero sólo uno es el verdaderamente esencial. La riqueza de nombres con que nos referimos a la Eucaristía no debe hacernos olvidar la naturaleza propia de este sacramento. Incluso la arraigada palabra Misa con que nos referimos a la celebración de este sacramento no significa más que la “misión” a que son enviados los fieles después de la realización de este misterio.

Son plurales y todos verdaderos los nombres con que nos referimos a este Santísimo Sacramento, al “Sacramento de los sacramentos”. Recordemos algunos, tal como lo enseña el Catecismo, porque a través de cada nombre ponemos de relieve alguna de las riquezas de este “admirable” sacramento, como le llamó Sto. Tomás.

Propiamente la palabra Eucaristía significa “acción de gracias” a Dios, lo que resulta especialmente adecuado porque con él agradamos verdaderamente a Dios en nuestra acción de gracias. Pero evidentemente no expresa todo el misterio de amor y redención que hay en el mismo. Le llamamos también Banquete del Señor porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión. Así mismo le llamamos Fracción del pan para hacer referencia al rito utilizado por Jesús, en cuyo gesto fue reconocido por los discípulos de Emaús, después de la resurrección. Le llamamos muy propiamente Memorial del Señor porque Jesús nos mandó celebrar la Eucaristía “en memoria Mía” y ciertamente nos acercamos con esta expresión al núcleo del misterio eucarístico. Se le llama Asamblea eucarística porque se celebra visiblemente entre los fieles congregados como Iglesia. Y se le denomina Comunión, señalando al carácter efusivo de la Eucaristía, porque con este sacramento nos unimos íntimamente a Cristo, más que con ningún otro. ¿Pero qué palabra expresa más esencialmente la realidad de la Eucaristía?

Para significar lo que la Eucaristía es y realiza como sacramento hemos de recurrir a la palabra sacrificio, porque la Eucaristía actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador. De ahí que la expresión Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor, se ha de entender como una memoria que hace presente el sacrificio salvador de Cristo. La misma palabra sustantiva “sacrificio” puede adjetivarse de diversas maneras, pues es, en efecto, un “sacrificio de alabanza”, un “sacrificio espiritual”, un “sacrificio puro y santo”, etc. Pero esencialmente sacrificio.

Como hemos dicho, el sentido sacrificial es extraordinariamente puesto de relieve por el nuevo catecismo de la Iglesia católica, citando con abundancia la doctrina del Concilio de Trento. En más de veinte párrafos menciona a la Eucaristía con el nombre expreso de sacrificio. En efecto, la riqueza doctrinal, tan completa, no le impide centrar la comprensión de la Eucaristía como santo sacrificio. Al comienzo mismo de la explicación de este sacramento (n. 1323), citando la constitución del último Concilio, podemos leer:

“Nuestro Salvador, en la última cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura” (SC 47).

La misma institución de la Eucaristía manifiesta el sentido sacrificial, pues:

Para dejarles (a los hombres) una prueba de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua. Instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del nuevo testamento (p. 1337).

En el orden esencial, nos reitera varias veces el catecismo en su apartado quinto, que “la Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo” (n. 1362). Y un poco más adelante (n. 1364) reitera: “Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la Cruz, permanece siempre actual” y citando al Concilio Vaticano II enseña: “Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención” (LG 3).

El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta ya en las palabras mismas de su institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre que será derramada por vosotros” (Lúe. 22, 19-20). De ahí concluye el catecismo (n. 1366): La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es memorial y aplica su fruto).

La liturgia católica se centra en la Pascua de Cristo. La Pascua de Cristo es su muerte redentora y su resurrección gloriosa que muestra la eficacia salvadora de su sacrificio. Pues bien, la Eucaristía es la actualización de esta Pascua. Citando al Concilio de Trento, nos recuerda el catecismo esta doctrina en su n. 1366:

(Cristo) nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la Cruz, a fin de realizar para ellos(los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb. 7, 24-27), en la última Cena, “la noche en que fue entregado” (1, Co. 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria que perpe¬tuaría hasta el fin de los siglos (1, Co. 11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados que cometemos cada día (Ce. de Trente: Ds 1740).juan

Así precisa el catecismo, citando al mismo Concilio, la relación entre el sacrificio de la cruz y el sacrificio de la Eucaristía en el párrafo siguiente, n. 1367:

El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio. “Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces sobre la Cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer: En este divino sacrificio que se realiza en la misa, este mismo Cristo, que se ofreció a sí mismo una vez y de manera cruenta sobre el altar de la Cruz, es contenido e inmolado de manera no cruenta” (Ce. de Trento: DS 1743).

Por esta razón el sacrificio eucarístico se ofrece por los hombres, tanto vivos como difuntos. La Iglesia misma, como Cuerpo de Cristo, se asocia al sacrificio de su Cabeza y participa de este sacrificio y así la Iglesia puede rezar por los nombres porque está unida a este sacrificio de Cristo.

Más aún, recordémoslo al poner fin a este artículo, todos los fieles también de modo particular (este es el mensaje y el núcleo de la asociación que se llama Apostolado de la Oración, que se expresa en la conocida fórmula de ofrecimiento a Dios Padre) pueden ofrecerse ellos mismos, unidos a Cristo, por todos los hombres y, en particular, por la oración esencial de la Iglesia, la venida del Reino. Así lo expresa el Catecismo:

En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda, (n. 1368).

De nuevo en el n. 1383, dentro del apartado dedicado al BANQUETE PASCUAL nos recuerda el catecismo el carácter sacrificial de la Eucaristía, en un texto paralelo a aquél con que hemos inciado este análisis del catecismo:

El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos as¬pectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da. La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones.