“He aquí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres”
La Bula Ecclesiae Consuetudo del papa Benedicto XV, de 13 de mayo de 1920, indica que “es maravillosa la narración de las cosas llevadas a cabo por la sierva de Dios Margarita María Alacoque, a la que se manifestó tantas veces el Señor mismo y con la cual habló varias veces con suma benignidad, para avivar la caridad y devoción al sacratísimo Corazón de Jesucristo, que tanto ama a los hombres, mientras muchísimos de ellos pagaron con ingratitudes su amor”.
De esta Bula y de la autobiografía de la santa, escrita por obediencia a su director P. Rolin, S.I., así como de sus cartas, reproducimos los textos principales que muestran “la manifestación al mundo del Sagrado Corazón, de sus íntimos pensamientos, afectos y designios y de los tesoros de gracias de santificación y salvación que encierra y quiere derramar sobre los hombres; es la petición de parte de Jesús de un especial culto y devoción, que se tenga y se tribute a su Corazón de hombre y a su Corazón de Dios; es un quejarse Jesús amorosa, pero acerbamente de la ingratitud y ceguera de los hombres, que corresponden a su amor con olvido, desvíos, menosprecios e injurias, y no quieren recibir los beneficios y gracias, que Él anhela concederles; pero además es una verdadera profecía de que Él reinará en el mundo a pesar de sus enemigos y esto porque por esta nueva redención destruirá el imperio de Satanás y sobre las ruinas del mismo levantará el imperio de su Amor”. *
Primera manifestación del Corazón de Jesús: 27 de diciembre de 1673
Me hizo reposar por muy largo tiempo sobre su pecho divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor y los secretos inexplicables de su Corazón Sagrado, que hasta entonces me había tenido siempre ocultos. Aquí me los descubrió por vez primera; pero de un modo tan operativo y sensible, que a juzgar por los efectos producidos en mí por esta gracia, no me deja motivo alguno de duda, a pesar de temer siempre engañarme en todo cuanto refiero de mi interior. He aquí cómo me parece haber sucedido esto:
Él me dijo: “Mi divino Corazón está tan apasionado de amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en sí mismo las llamas de su caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te descubro, los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, afín de que sea todo obra mía”.
Discípula predilecta del Sagrado Corazón
Me pidió después el corazón, y yo le supliqué que lo tomase. Lo cogió e introdujo en su Corazón adorable, en el cual me lo mostró como un pequeño átomo, que se consumía en aquel horno encendido. Lo sacó de allí cual si fuera una llama ardiente en forma de corazón, y volvióle a poner en el sitio de donde lo había cogido, diciéndome:
“He ahí, mi muy amada, una preciosa prenda de mi amor, el cual encierra en tu pecho una pequeña centella de sus vivas llamas para que te sirva de corazón, y te consuma hasta el postrer momento. No se extinguirá su ardor, ni podrá encontrar refrigerio a no ser algún tanto en la sangría, cuya sangre marcaré de tal modo con mi cruz, que en vez de alivio te servirá de humillación y sufrimiento. Por esto quiero que la pidas con sencillez, ya para cumplir la regla, ya para darte el consuelo de derramar tu sangre sobre la cruz de las humillaciones. Y por señal de no ser pura imaginación la grande gracia que acabo de concederte, y sí el fundamento de todas las que te he de hacer aún, te quedará para siempre dolor de tu costado, aunque he cerrado Yo mismo la llaga; y si tú no te has dado hasta el presente otro nombre que el de “mi esclava”, Yo te doy desde ahora el de “discípula muy querida” de mi Sagrado Corazón”.
Nuevo descubrimiento de su Corazón (probablemente un primer viernes de mes)
Después se me presentó el Corazón divino como en un trono de llamas, más ardiente que el sol y transparente como un cristal con su adorable llaga. Alrededor de este Sagrado Corazón había una corona de espinas, y encima una cruz, y mi divino Salvador me hizo conocer que estos instrumentos de su Pasión significaban que el Amor inmenso que ha tenido hacia los hombres había sido el origen de todos los sufrimientos y de todas las humillaciones que Él ha querido sufrir por nosotros; y que desde el primer instante de su Encarnación, todos estos tormentos y estos desprecios los había tenido presentes, y que desde ese primer momento estuvo la cruz por decirlo así, plantada en su Corazón; que desde entonces aceptó El, para manifestarnos su amor, todas las humillaciones, la pobreza, los dolores que su sagrada Humanidad debía sufrir durante todo el curso de su vida mortal, y los ultrajes a los cuales el amor debía exponerle hasta el fin de los siglos sobre nuestros altares en el Santísimo y augustísimo Sacramento.
Luego, me hizo conocer que el gran deseo que Él tenía de ser perfectamente amado de los hombres, le había hecho formar el designio de manifestarles su Corazón, abriéndoles todos los tesoros de amor, de misericordia, de gracia, de santificación y de salvación que Él contiene, a fin de que todos los que quisieran rendirle y procurarle todo el amor y toda la honra que les sea posible, fuesen enriquecidos con profusión de estos divinos tesoros, de los cuales, este Sagrado Corazón es la fuente, asegurándome que El tenía un singular placer en ser honrado bajo la figura de este Corazón de carne, cuya imagen quería fuese expuesta al público, a fin, añadió, de conmover con este objeto el corazón insensible de los hombres; prometiéndome que Él derramaría abundantemente en el corazón de todos los que le honrasen, todos los dones de que está lleno; y que, en todas partes donde esta imagen se hallara expuesta para ser singularmente honrada, ella atraería toda clase de bendiciones; que por lo demás, esta devoción era un último esfuerzo de su amor que quería favorecer con ella a los cristianos en estos últimos siglos, proponiéndoles un objeto y un medio al mismo tiempo tan propio para obligarles a amarlo, y a amarlo sólidamente.
Nueva aparición
Una vez, entre otras, estando expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme completamente retirada al interior de mí misma por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias, se me presentó Jesucristo, mi Divino Maestro, todo radiante de gloria, con sus cinco llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían llamas de su sagrada humanidad, especialmente de su adorable pecho, el cual parecía un horno. Abrióse éste y me descubrió su amantísimo y amabilísimo Corazón, que era el vivo foco de donde proceden semejantes llamas.
Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de su puro amor, y el exceso a que le había conducido el amor a los hombres, de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios.
“Esto -me dijo- me es mucho más sensible que cuanto he sufrido en mi pasión: tanto, que si me devolvieran algún amor en retorno, estimaría en poco todo lo que por ellos hice, y querría hacer aún más, si fuese posible; pero no tienen para corresponder a mis desvelos por procurar su bien, sino frialdad y repulsas. Mas tú, al menos, dame el placer de suplir su ingratitud, en cuanto puedas ser capaz de hacerlo”.
Y manifestándole mi impotencia, me respondió: “Toma, ahí tienes con qué suplir todo cuanto te falta”.
Y al mismo tiempo se abrió el Divino Corazón, y salió de El una llama tan ardiente, que creí ser consumida, pues me sentí toda penetrada por ella y no podía ya sufriría, tanto que le rogué tuviera compasión de mi flaqueza.
Peticiones de Jesús: Comunión frecuente, Hora Santa
“Yo seré-me dijo- tu fuerza, nada temas; pero sé atenta a mi voz, y a cuanto te pido para disponerte al cumplimiento de mis designios. Primeramente, me recibirás sacramentado, siempre que te lo permita la obediencia, sean cuales fueren las mortificaciones y humillaciones que vengan sobre ti, las cuales debes aceptar como prendas de mi amor.
Santa Margarita ve el Corazón de Jesús en llamas, a un lado la Virgen María, al otro San Francisco de Sales y San Claudio la Colombiére.
También comulgarás todos los primeros viernes de cada mes, y todas las noches de jueves a viernes te haré partícipe de la tristeza mortal que tuve a bien sentir en el Huerto de los Olivos. Esta tristeza te reducirá, sin poder tú comprenderlo, a una especie de agonía más dura de soportar que la muerte. A fin de acompañarme en la humilde oración que hice entonces a mi Padre en medio de todas mis angustias, te levantarás entre once y doce de la noche para postrarte conmigo, durante una hora, la faz en la tierra, ya para calmar la cólera divina, pidiendo misericordia por los pecadores, ya para dulcificar de algún modo la amargura que sentí en el abandono de mis apóstoles, la cual me obligó a echarles en cara que no habían podido velar una hora conmigo; y durante esta hora harás lo que te enseñare.
Más oye, hija mía, no creas ligeramente a todo espíritu, y no te fíes, porque Satanás rabia por engañarte. He aquí por qué no has de hacer nada sin la aprobación de los que te guían, afín de que, teniendo el permiso de la obediencia, no pueda seducirte, pues no tiene poder alguno sobre los obedientes».
La gran revelación del culto al Sagrado Corazón: junio de 1675
Estando una vez en presencia del Santísimo Sacramento, un día de su octava, recibí de Dios gracias excesivas de su amor, y sintiéndome movida del deseo de corresponder le en algo y rendirle amor por amor, me dijo:
“No puedes darme mayor prueba que la de hacer lo que ya tantas veces te he pedido”.
Entonces, descubriendo su Divino Corazón:
“He aquí este Corazón, que ha amado tanto a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y en reconocimiento no recibo de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sus sacrilegios, y a por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan.
“Por esto te pido que sea dedicado el primer viernes después de la octava del Santísimo Sacramento a una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día y reparando su honor por medio de un respetuoso ofrecimiento, a fin de expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que ha estado expuesto en los altares.
“Te prometo también que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que le rindan este honor y los que procuren que le sea tributado”.
Y respondiendo que no sabía cómo poder cumplir cuanto de mí deseaba hacía tanto tiempo, me ordenó dirigirme a su servidor [Claudio la Colombiére], pues me lo había enviado para el cumplimiento de este designio.
Habiéndolo hecho así, me mandó escribir cuanto le había dicho en orden al Sagrado Corazón de Jesús y otras varias cosas que con él se relacionaban, para la gloria de Dios, el cual hizo que hallase suma consolación en este santo varón, ya porque me enseñó a corresponder a sus designios, ya porque me tranquilizó en medio de los grandes temores de ser engañada, que me hacían gemir sin cesar.
Al sacarle el Señor de este pueblo para emplearle en la conversión de los infieles [viaje a la corte de Inglaterra], recibí el golpe con entera sumisión en la voluntad de aquel Dios que tanta utilidad me había proporcionado por su medio durante el corto tiempo que aquí estuvo. Y solamente una vez que quise reflexionar sobre esto, me dio inmediatamente esta reprensión:
“¿Y qué, no te basto Yo, que soy tu principio y tu fin?”
No me fue menester más para abandonárselo todo, pues estaba segura de que tendría cuidado de proveerme de cuanto había de necesitar.
Práctica de los primeros viernes de cada mes: Mayo de 1688
Esta “Gran Promesa” está en la carta 87 a la Madre Saumaise y en la Bula de canonización.
“Te prometo, en una efusión misericordiosa de mi Corazón, que el omnipotente amor de mi Corazón concederá el beneficio de la penitencia final a los que, por nueve meses seguidos, se acerquen a la sagrada mesa los primeros meses de cada mes: no morirán en mi desgracia ni sin recibir los santos sacramentos; y, en aquellos últimos momentos, mi Corazón les será asilo seguro”.
Promesas del Sagrado Corazón a sus devotos
1. Reinaré a pesar de mis enemigos y de los que a ello se opongan.
2. Daré a mis devotos todas las gracias necesarias a su estado.
3. Pondré paz en sus familias.
4. Les aliviaré en sus trabajos.
5. Bendeciré todas sus empresas.
6. Les consolaré en sus penas.
7. Seré su refugio seguro durante la vida y sobre todo en la muerte.
8. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente, el océano infinito de misericordia.
9. Las almas tibias se harán fervorosas.
10. Las almas fervorosas se elevarán a gran perfección.
11. Bendeciré las casas en que mi imagen sea expuesta y honrada.
12. No dejaré morir eternamente a ningún devoto que se haya consagrado a mi Divino Corazón.
13. Derramaré la unción de mi caridad sobre las Comunidades religiosas que se pongan bajo mi especial protección y seré su salvaguardia en sus caídas.
14. Los que trabajen en la salvación de las almas lo harán con éxito y sabrán el arte de conmover los corazones más empedernidos, si tienen una tierna devoción a mi Corazón divino y trabajan por inspirarla y establecerla en todas partes.
15. Las personas que propaguen esta devoción recibirán por ello grandes recompensas y tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de Él.
16. Prometo, en el exceso de la misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos la gracia de la penitencia final; no morirán en mi desgracia ni sin recibir los Sacramentos y mi Corazón será su seguro refugio en aquella hora.
Fuentes:
** Revista Cristiandad Nº 815
* Padre Ramón Orlandis.