CIUDAD DEL VATICANO, 12 MAY 2009 (VIS).-A las 11,40 (hora local) el Santo Padre se dirigió en automóvil del centro Hechal Shlomo al Cenáculo para rezar el Regina Coeli con los Ordinarios de Tierra Santa.
El Cenáculo es el lugar de la institución del sacerdocio ordenado y de los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia. La palabra latina “Coenaculum” indica el lugar donde se cena, pero en general designaba el piso superior que servía de hospedaje, y donde hoy se encuentra la capilla. La tradición cristiana sobre la autenticidad del Cenáculo es muy antigua y se remonta a finales del siglo III.
En el piso inferior hay un cenotafio llamado “La Tumba de David”, meta de peregrinaciones judías nacionales, aunque la referencia a la sepultura de David no tiene ningún fundamento histórico o arqueológico. También hay una antigua capilla dedicada al recuerdo del Lavatorio de los pies. Hoy el edificio es propiedad del Estado de Israel. Es uno de los lugares administrados por la “Custodia de la Tierra Santa”, confiada desde el siglo XIV a la Orden Franciscana.
La Provincia de Tierra Santa se consideraba la más importante de todas las provincias franciscanas ya que de ella formaba parte la tierra en la que Jesucristo nació, vivió, predicó la Buena Nueva, murió y resucitó de entre los muertos. De hecho, según la orden franciscana, San Francisco visitó Tierra Santa y esta provincia entre 1219 y 1220.
En 1333 Roberto d’Anjou, rey de Nápoles, y su mujer la reina Sancha, negociaron con el sultán de Egipto, a través del fraile Ruggero Garini, la compra del Cenáculo y los derechos para celebrar ceremonias religiosas en el Santo Sepulcro. El fraile Garini, con ayuda financiera de la reina, construyó entonces un monasterio cerca del Cenáculo. El rey y la reina se aseguraron también por parte de las autoridades musulmanas, el derecho de propiedad legal de algunos santuarios para los franciscanos y el derecho de uso en otros.
En 1342 el papa Clemente VI, en dos bulas papales, elogió la obra de los reyes de Nápoles y estableció los principios por los que se regía la provincia eclesiástica de la Custodia de Tierra Santa.
Los primeros estatutos de los franciscanos relativos a Tierra Santa se remontan a 1377 y en ellos se declara que un máximo de 20 frailes se ocupasen de los Santos Lugares del Cenáculo, del Santo Sepulcro y de Belén. En 1517 a la Custodia de Tierra Santa se le concedió autonomía plena y la Santa Sede le confirió el status de una provincia con privilegios especiales y derechos particulares. Desde 1558 la Custodia tuvo su sede en el convento del Santísimo Salvador.
Mientras el término Custodia de Tierra Santa se refiere a la provincia eclesiástica, el Custodio de Tierra Santa es el provincial de los frailes que viven en Oriente Medio. Tiene jurisdicción sobre los territorios de Israel, Palestina, Jordania, Líbano, Egipto (parcialmente), Chipre y Rodas. Dada la importancia de su papel, el custodio es designado directamente por la Santa Sede, después de la consulta con los frailes de la custodia. El custodio actual es el padre Pierbattista Pizzaballa.
“Representáis -dijo el Papa a los presentes- a las comunidades católicas de Tierra Santa que, en su fe y devoción, son como velas encendidas que iluminan los santos lugares cristianos, que fueron en un tiempo honrados por la presencia de Jesús, nuestro Dios viviente”.
“En el Cenáculo el misterio de la gracia y salvación de la que somos destinatarios y también heraldos y ministros, puede expresarse solamente en términos de amor. Ya que Él nos amó en primer lugar y sigue amándonos, tenemos que responder con amor”.
“Este amor que transforma, que es gracia y verdad, nos lleva como individuos y como comunidad a superar la tentación de encerrarnos en nosotros mismos en el egoísmo, la indolencia o el aislamiento, en el prejuicio o el miedo y a entregarnos con generosidad al Señor y a los demás. Nos lleva como comunidad cristiana a ser fieles a nuestra misión con franqueza y valor”.
“La invitación a la comunión de mente y de corazón (…) asume un relieve particular en Tierra Santa. Las diversas Iglesias cristianas que se encuentran aquí representan un patrimonio espiritual rico y variado y son signo de las múltiples formas de interacción entre el Evangelio y las diversas culturas. Nos recuerdan también que la misión de la Iglesia es predicar el amor universal de Dios y de reunir (…) a todos los que están llamados por Él, de forma que, con sus tradiciones y sus talentos formen la única familia de Dios”.
“En la medida en que el don del amor se acepta y crece en la Iglesia, la presencia cristiana en Tierra Santa y en las regiones cercanas estará viva. Esa presencia es de importancia vital para el bien de la sociedad en conjunto. Las palabras claras de Jesús sobre los lazos íntimos entre el amor de Dios y el del prójimo, sobre la misericordia y la compasión, la mansedumbre, la paz y el perdón son levadura capaz de transformar los corazones y plasmar las acciones. Los cristianos de Oriente Medio, junto con otras personas de buena voluntad, están contribuyendo como ciudadanos leales y responsables, a pesar de las dificultades y las restricciones a la promoción y consolidación de un clima de paz en la diversidad”.
El Papa se dirigió después a los obispos y les aseguró que contaban con su “apoyo y aliento a la hora de hacer todo lo que esté en vuestro poder para ayudar a nuestros hermanos y hermanas cristianos a permanecer y a afirmarse aquí, en la tierra de sus antepasados y a ser mensajeros y promotores de paz”.
“Por mi parte -concluyó- renuevo el llamamiento a nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo para que sostengan y recuerden en sus oraciones a las comunidades cristianas de Tierra Santa y Oriente Medio”.
Después de rezar el Regina Coeli, Benedicto XVI se desplazó a la Concatedral latina de Jerusalén donde saludó a las 300 personas allí reunidas, entre las cuales varias religiosas contemplativas. Después de venerar el Santísimo y escuchar las breves palabras del Patriarca Latino de Jerusalén, el Papa agradeció a las religiosas sus oraciones por el ministerio universal del pontífice y les pidió “con las palabras del Salmista: rezad por la paz en Jerusalén, rezad continuamente por el fin del conflicto que ha acarreado tantos sufrimientos a los pueblos de esta región”.
Finalizada la ceremonia el Santo Padre almorzó con los Ordinarios de Tierra Santa y los abades en el Patriarcado Latino de Jerusalén.