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La Cautividad

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La cautividad (Hechos 21, 27-28. 31)

 

Cuando los judíos acusaron en falso a Pablo de haber introducido a los gentiles en el templo, el populacho maltrató a Pablo, y, cubierto de cadenas, el tribuno Lisias lo echó a la cárcel de la fortaleza Antonia.

Cuando éste supo que los judíos habían conspirado para matar al prisionero, lo envió bajo fuerte escolta a Cesárea, que era la residencia del procurador Félix.

Pablo no tuvo dificultad para poner en claro las contradicciones de los que lo acusaban pero, al negarse a comprar su libertad, Félix lo mantuvo encadenado durante dos años e incluso lo arrojó a la cárcel para dar gusto a los judíos en espera de la llegada de su sucesor el procurador Festo. El nuevo gobernador quiso enviar al prisionero a Jerusalén para que fuese juzgado en presencia de sus acusadores, pero Pablo, que conocía perfectamente las argucias de sus enemigos, apeló al César. En consecuencia, esta causa podía sólo ser despachada en Roma. Este periodo de cautividad se caracteriza por cinco discursos del Apóstol: El primero fue pronunciado en hebreo en las escaleras de la fortaleza Antonia ante una multitud amenazante; Pablo relató su vocación y su conversión al apostolado, pero fue interrumpido por los gritos hostiles de la gente (Hechos, xxii, 1-22). En el segundo, al día siguiente ante el Sanedrín reunido bajo la presidencia de Lisias, el apóstol enredó hábilmente a los fariseos contra los saduceos con lo que no se pudo llevar adelante ninguna acusación. El tercero fue la respuesta al acusador Tértulo en presencia del gobernador Félix; en ella hizo ver que los hechos habían sido manipulados probando, así, su inocencia. (Hechos xxiv, 10-21). El cuarto discurso es una simple explicación resumida de la fe cristiana ante el gobernador Félix y su mujer Drusila (Hechos, xxiv, 24-25). El quinto, pronunciado ante el gobernador Festo, el rey Agripa y su mujer Berenice, repite de nuevo la historia de la conversión y quedó sin terminar debido a las interrupciones sarcásticas del gobernador y la actitud molesta del rey (Hechos, xxvi).

El viaje del prisionero Pablo de Cesárea a Roma fue descrito por San Lucas con una viveza de colores y una precisión que no dejan nada que desear. Pueden verse los comentarios de Smith, “Voyage and Shipwreck of St. Paul” (1866); Ramsay, “St. Paul the Traveller and Roman Citizen” (London, 1908). El centurión Julio había enviado a Pablo y a otros prisioneros en un navío mercante en el que Lucas y Aristarco pudieron sacar pasaje. Dado que la estación se encontraba avanzada, el viaje fue lento y difícil. Costearon Siria, Cilicia y Panfilia. En Mira de Licia los prisioneros fueron transferidos a un bajel dirigido a Italia, pero unos vientos contrarios persistentes los empujaron hacia un puerto de Chipre llamado Buenpuerto, alcanzado incluso con mucha dificultad y Pablo aconsejó invernar allí, pero su opinión fue rechazada y el barco derivó sin rumbo fijo durante catorce días terminando en las costas de Malta. Durante los tres meses siguientes, la navegación fue considerada demasiado peligrosa, con lo que no se movieron del lugar, mas con los primeros días de la primavera, se apresuraron a reanudar el viaje.

Pablo debió llegar a Roma algún día de marzo. “Quedó dos años completos en una vivienda alquilada . . .

predicando el Reino de Dios y la fe en Jesucristo con toda confianza, sin prohibición” (Hechos, xxviii, 30-31). Y, con estas palabras, concluyen los Hechos de los Apóstoles.

No hay duda de que San Pablo terminó su juicio absuelto; ya que (1) el informe del gobernador Festo, así como el del centurión, fueron favorables; y que (2) los judíos parecen haber abandonado la acusación puesto que sus correligionarios no parecen haber estado informados (Hechos, xxviii, 21); y que (3) el rumbo tomado por el procedimiento judicial le dejó algunos periodos de libertad, de los que habló como cosa cierta (Fil., i, 25; ii, 24; Philem., 22); y que (4) las cartas pastorales (en el supuesto que sean auténticas) implican un periodo de actividad de Pablo subsiguiente a su cautividad. Y se llega a la misma conclusión en la hipótesis según la cual no son auténticas, dado que todas ellas coinciden en que el autor conocía bien la vida del apóstol. Unánimemente se acepta que las “epístolas de la cautividad” se enviaron desde Roma. Algunos autores han intentado probar que San Pablo las escribió durante su detención en Cesárea, pero pocos autores los han seguido. La epístola a los colosenses, a los efesios y a Filemón se enviaron juntas y utilizando el mismo mensajero: Tíchico. Es controvertido si la epístola a los filipenses fue anterior o posterior a estas últimas y la cuestión no ha sido nunca resuelta con argumentos incontrovertibles (ver Epistolas a FILIPENSES, EFESIOS, COLOSENSES, FILEMON.

E. Los últimos años

Dado que este periodo carece de la documentación de los Hechos, está envuelto en la más completa obscuridad; nuestras únicas fuentes son algunas tradiciones dispersas y las citas dispersas de las epístolas. Pablo deseó pasar por España desde mucho tiempo antes (Rom., xv, 24, 28) y no hay pruebas de que cambiase su plan.

Hacia el fin de su cautiverio, cuando anuncia su llegada a Filemón (22) y a los filipenses (ii, 23-24), no parece considerar esta visita como inminente, dado que promete a los filipenses enviarles un mensajero en cuanto conozca la conclusión de su juicio y, por consiguiente, él preparaba otro viaje antes de su vuelta a oriente.

Sin necesidad de citar los testimonios de San Cirilo de Jerusalén, San Epifanio, San Jerónimo, San Crisóstomo y Teodoreto diremos finalmente que el testimonio de San Clemente de Roma, bien conocido, el testimonio del “Canon Muratorio”, y el “Acta Pauli” hacen más que probable el viaje de San Pablo a España. En cualquier caso, no pudo quedarse allá por mucho tiempo, dada su prisa por visitar las iglesias del este. Pudo sin embargo haber vuelto a España a través de la Galia, como algunos padres pensaron, y no a Galacia, a la que Crescencio fue enviado más tarde. (II Tim., iv, 10). Es verosímil que, después, cumpliera su promesa de visitar a su amigo Filemón y que, en tal ocasión, visitara las iglesias del valle de Licaonia, Laodicea, Colosos, y Hierapolis.

A partir de este momento el itinerario se vuelve sumamente incierto aunque los hechos siguientes parecen estar indicados en las epístolas pastorales: Pablo se quedó en Creta el tiempo preciso para fundar nuevas iglesias, cuyo cuidado y organización dejó en manos de su colega Tito (Tit., i, 5). Fue después a Efeso y rogó a Timoteo, que estaba ya allí, que permaneciera allá hasta su vuelta mientras él se dirigía a Macedonia (I Tim., i,3). En esta ocasión visitó, como había prometido, a los filipenses (Fil., ii, 24), y, naturalmente, también pasó a ver a los tesalonicenses. La carta a Tito y la primera epístola a Timoteo deben datar de este periodo; parece que se escribieron al mismo tiempo aproximadamente, poco después de haber dejado Efeso. La cuestión es el saber si se enviaron desde Macedonia o desde Corinto, como parece más probable. El Apóstol instruye a Tito para que se reúna con él en Nicópolis de Epiro donde piensa pasar el verano (Titus, iii, 12). En la primavera siguiente debe haber efectuado su plan de vuelta a Asia (I Tim, iii, 14-15). Aquí ocurrió el obscuro episodio de su arresto, que probablemente tuvo lugar en Tróade; ello explicaría el porqué había dejado a Carpo unas ropas y unos libros que necesitó después (II Tim., iv, 13). De allí fue a Efeso, capital de la provincia de Asia, donde lo abandonaron todos aquellos que él pensaba le habrían sido fieles (II Tim., i, 15). Enviado a Roma para ser juzgado, dejó a Trófimo enfermo en Mileto y a Erasto, otro de sus compañeros, que permanecieron en Corinto por razones nunca aclaradas (II Tim., iv, 20). Cuando Pablo escribió su segunda epístola a Timoteo desde Roma, creía que toda esperanza humana estaba perdida (iv, 6).; en ella pide a su discípulo que venga a verle lo más rápidamente posible, dado que está solo con Lucas. No sabemos si Timoteo fue capaz de ir a Roma antes de la muerte del Apóstol.

Una antigua tradición hace posible establecer los puntos siguientes: (1) Pablo sufrió el martirio cerca de Roma en la plaza llamada Aquae Salviae (hoy Piazza Tre Fontane), un poco al oeste de la Via Ostia, a cerca de tres kilómetros de la espléndida basílica de San Pablo Extra Muros, lugar donde fue enterrado. (2) El martirio tuvo lugar hacia el fin del reinado de Nerón, en el duodécimo año (San Epifanio), en el decimotercero (Eutalio), o en el decimocuarto (San Jerónimo). (3) De acuerdo con la opinión más común, Pablo sufrió el martirio el mismo día del mismo año que Pedro; algunos padres latinos disputan si fue el mismo día pero no del mismo año; el testigo más anciano, San Dionisio el Corintio, dice solamente kata ton auton kairon, lo que puede ser traducido por “al mismo tiempo” o “aproximadamente al mismo tiempo”. (4) Durante tiempo inmemorial, la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo se celebra el 29 de Junio, que es el aniversario, sea de la muerte, sea del traslado de sus reliquias. El Papa iba antiguamente con sus acompañantes a San Pablo Extra Muros después de haber celebrado en San Pedro, aunque la distancia entre las dos basílicas (cerca de ocho quilómetros) hacía dicha ceremonia demasiado agotadora, particularmente en este momento del año. Así surgió la costumbre de transferir al día siguiente (30 de junio) la conmemoración de San Pablo. La fiesta de la conversión de San Pablo (25 de enero) tiene un origen comparativamente reciente. Hay razones de creer que este día fue celebrado para marcar el traslado de las reliquias de San Pablo a Roma, puesto que así aparece en el Martirologio Hieronimiano. Esta fiesta es desconocida en la iglesia griega (Dowden, “The Church Year and Kalendar”, Cambridge, 1910, 69; cf. Duchesne, “Origines du culte chrétien”, Paris, 1898, 265-72; McClure, “Christian Worship”, London, 1903, 277-81).