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Mensaje Obispos Chilenos: el valor sagrado de la vida humana; comunión y solidaridad, ante la crisis económica; cristianos en la vida pública

Publicamos el Mensaje conclusivo de la 97ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile (CECh), celebrada la semana anterior en el Seminario Mayor “San Fidel”, en Padre Las Casas. imagen1

 

Para que tengan Vida en Cristo

Los obispos de la Conferencia Episcopal de Chile hemos celebrado la 97ª Asamblea Plenaria en el Seminario de San Fidel, Padre Las Casas, con ocasión de la ordenación del nuevo obispo de Villarrica, Mons. Francisco Javier Stegmeier. Nuestra Asamblea se realizó en un clima de intensidad y alegría pascual alentados por la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Reconfortados por su Palabra: “¡Alégrense, no teman; yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos!” (cf. Mt 28, 19-20), hemos reflexionado sobre el mandato de ir a todo el mundo anunciando su Evangelio y fortaleciendo el compromiso de llevar a cabo en cada una de las diócesis la Misión Continental que brotó de la Conferencia de Aparecida.

Animados por el Espíritu del amor de Dios, desde estas tierras de la Araucanía, y en vísperas ya de las celebraciones del Bicentenario de la Independencia, convencidos de que todos los sectores de la sociedad pueden ser iluminados con la luz de la fe, deseamos ofrecer nuestra palabra de pastores que quiere ser un reflejo de la Palabra que Dios nos regala para alcanzar la madurez que como personas y comunidad nacional deseamos lograr.

La alegría misionera de la Pascua

1. Dice San Pablo: “Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe sería vana; y seríamos los más desdichados de todos los hombres” (1 Cor 15, 14). Al inicio del tercer milenio cristiano, la Iglesia continúa celebrando la alegría pascual de la Resurrección de Cristo. Así lo hemos vivido en las comunidades parroquiales, los movimientos apostólicos y las comunidades eclesiales a lo largo de Chile y en el mundo. Es la fe celebrada gozosamente por este acontecimiento del Hijo de Dios que ha marcado la historia en un antes y un después. Al igual que las mujeres, en la mañana de la Resurrección, también la Iglesia ha escuchado el gozoso anuncio: “no tengan miedo” (Mt 28, 10); “¿por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24, 5).

La resurrección y la vida

2. La alegría y la esperanza cristianas no esconden, sin embargo, que el Resucitado conserve las huellas de su pasión: las llagas en sus manos y el costado traspasado por la lanza. Ése es el signo más grande de solidaridad de Dios con la humanidad que se manifiesta en su Hijo Jesucristo. Desde esta convicción de fe es posible iluminar las horas más sombrías del ser humano y de la sociedad. Y es así, porque Cristo ha venido para darnos vida y vida eterna. Es la novedad del Evangelio: Cristo vino al mundo como el Señor de la vida a inaugurar y anunciar el Reino de la vida, para que todos “tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10, 10). A esta vida quiere servir la Iglesia, acompañando a los hijos e hijas de Chile en sus gozos y alegrías, pero también en sus dolores y aflicciones. Así hemos sido animados por el Papa Benedicto durante nuestra visita ad Limina: “suscitar en todos los fieles el gozo de seguir a Cristo, así como una mayor conciencia misionera que permita a toda la comunidad eclesial chilena afrontar con verdadero impulso apostólico los desafíos del momento presente”.

El servicio y promoción de la vida

3. Uno de nuestros principios y convicciones es el valor sagrado de la vida humana desde su fecundación hasta su muerte natural. Nada ni nadie puede usurpar la vocación que el Dios creador y redentor dio a cada vida humana: llegar a participar de su amor, su felicidad y su paz. Para ello nos creó y nos redimió: para hacernos partícipes de la vida eterna, pues “no hay progreso genuino si la vida peligra. No hay desarrollo si éste se alcanza a costa de vidas humanas. No hay futuro para la humanidad si el hombre pretende situarse por encima de la vida” (Documento “En camino al Bicentenario”, ECB, 21).

4. Nos preocupa, por lo mismo, que en el contexto de las elecciones sea planteado un tema de tanta gravedad como el falsamente llamado “aborto terapéutico”. Juan Pablo II en su encíclica Evangelium Vitae declara enfáticamente que “el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente” (EV 62). Queremos reiterarlo: la Iglesia, discípula del Evangelio de la Vida, se opone a toda intervención que busque la eliminación de la vida en gestación, y lo hace también por el testimonio concreto de creyentes e instituciones de Iglesia que acompañan en su drama a mujeres que han sido inducidas a esta práctica deshumanizante. No queremos que esta doble injusticia, contra el ser humano en gestación y contra la mujer herida en su conciencia y en sus sentimientos, se verifique en nuestra legislación. Tratándose de la defensa de la vida, el ideal democrático es solamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana (cf. EV 21-22). Un cristiano debe ser un artesano y testigo de la cultura de la vida y está llamado a defender y privilegiar siempre la vida sin exclusión.

En comunión y solidaridad, ante la crisis económica

5. Desde la fe en Cristo resucitado, Señor de la vida, surge un aspecto esencial para quienes anhelamos vivir las crisis actuales en clave cristiana. Debemos manifestar una preocupación especial por la vida de los pobres. Tampoco escapa a nuestra solicitud la realidad que vive la inmensa mayoría de la clase media de nuestro país. Desde nuestras diócesis conocemos muy bien cómo la crisis está afectando a muchos sectores de sus familias y habitantes. El cierre de fuentes de trabajo, la cesantía que ello significa, el derrumbe emocional de quienes están en esa situación, los tan dolorosos efectos en la vida familiar, la congelación de estudios superiores, la incertidumbre, son sólo algunos dramáticos efectos. Pero la crisis financiera mundial, cuyas nefastas consecuencias percibimos a diario, tiene un origen mucho más grave, que dice relación con el extravío de los valores éticos y la consecuente vida moral. El Papa Benedicto XVI lo dijo con claridad en su encuentro con los sacerdotes de Roma: “Al final, se trata de la avaricia humana como pecado o de la avaricia como idolatría. Nosotros debemos denunciar esa idolatría que se opone al Dios verdadero y que falsifica la imagen de Dios a través de otro dios, el dios dinero”. Queremos invitar a nuestras comunidades a actuar solidariamente, y a los chilenos todos a cuidar responsablemente las fuentes de trabajo. Apelamos a la creatividad y a la responsabilidad social del Estado, de los empresarios y de los mismos trabajadores, para no perder fuentes de trabajo y promover nuevos puestos laborales. Hacemos también un llamado a los docentes de nuestras Universidades y centros de estudios a estudiar en profundidad la actual crisis y a buscar propuestas para una economía que respeten las nociones de equidad, justicia y bien común, y abra camino a los pobres para que vivan conforme a su dignidad humana.

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El Chile del Bicentenario

6. La vida de Cristo también arroja una luz a las próximas conmemoraciones del Bicentenario de Chile que estarán precedidas por las elecciones presidenciales y parlamentarias. Hemos invitado hace ya algún tiempo a establecer mesas de esperanza. Queremos ir al reencuentro del “alma de Chile”. El Bicentenario nos halla en medio de una amplia discusión valórica que abarca los campos de la vida personal y social, y que compromete el futuro de nuestra convivencia, ya que “forman parte de un tránsito cultural de proporciones. Aquí están en juego principios y convicciones fundamentales” (cf. ECB 6). Los cristianos “tenemos el deber de desarrollar el diálogo, ofreciendo el pleno testimonio de la esperanza que está en nosotros. No debemos temer que pueda constituir una ofensa a la dignidad del otro lo que, en cambio, es anuncio gozoso de un don para todos, y que se propone a todos con el mayor respeto a la libertad de cada uno” (Juan Pablo II, Carta Apostólica “Novo millennio ineunte”, 56).

Consideramos que nuestra patria no puede renunciar a los grandes valores sobre los cuales se ha construido: la centralidad de la familia, fundada en el matrimonio; la dignidad de toda vida humana; la solidaridad con los pobres; el derecho y deber de los padres de educar a sus hijos; la libertad religiosa, y otros valores que la Iglesia declara irrenunciables.

La fuerza del creyente empeñado en el servicio público

7. A los cristianos que actúan en política queremos exhortarlos a “ofrecer el testimonio de su fe, sabiendo que los principios evangélicos que profesan serán siempre los que sostengan las decisiones que ellos tomen” (ECB 38). La misma exhortación que nos dirigió el Santo Padre en nuestra Visita ad Limina, la hacemos extensiva a los católicos presentes en las más variadas actividades de la vida: “cultivar una intensa vida interior y de fe profunda” en el “trato íntimo con el Maestro en la oración”. Solamente desde allí podrán madurar las mejores iniciativas para responder a los tiempos presentes, a las necesidades espirituales y materiales de los chilenos con iniciativas generosas y proyectos esperanzadores. De nuestra parte, nos comprometemos a acompañarles en su importante tarea, a la luz de la enseñanza social de la Iglesia.

Otras realidades objetos de nuestra solicitud pastoral

8. Durante la Asamblea Plenaria hemos reflexionado también acerca de otros temas de la realidad nacional: el cuidado del medio ambiente y el aporte que pueden y deben hacer los cristianos. Esperamos más adelante ofrecer un Documento de trabajo que ayude en la sensibilidad y compromiso por el cuidado del mundo creado, en especial de la vida humana y su desarrollo en la familia y la sociedad.

9. Hemos tenido muy presente la situación de las comunidades indígenas, la identidad y cultura de los pueblos originarios, sus tierras y sus derechos, que deben ser salvaguardados en un marco de diálogo y rechazo a la violencia. Su vocación mayoritaria es de auténtica paz.

10. No escapan a nuestra preocupación pastoral los errores y las fragilidades de todos nosotros y tampoco algunas situaciones moralmente inaceptables por parte de sacerdotes y que dejan tanto dolor en sus víctimas, así como en la comunidad nacional. Nos duelen profundamente. Las reprobamos, ya que se apartan claramente de nuestra vocación y misión a la que, gracias a Dios, sirve de modo abnegado la inmensa mayoría de sacerdotes de nuestra Iglesia

11. A la Virgen María, Nuestra Señora del Carmen, le pedimos que nos acompañe en hacer fecundo en nuestra patria el Evangelio de la vida, para llegar a ser una tierra de hermanos.

LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE

Padre Las Casas, 24 de abril de 2009.