Fiesta de la Sagrada Familia
Domingo 31 de diciembre de 1995
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia, que este año coincide con el último día del año. La liturgia de hoy refiere la invitación que el ángel dirigió dos veces a José: «Levántate, toma contigo al niño ya su madre y huye a Egipto (…) porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2, 13); y, después de la muerte de Herodes: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel» (Mt 2, 20).
En este relato se pueden distinguir dos momentos decisivos para la Sagrada Familia: primero, en Belén, cuando el rey Herodes, quiere matar al Niño, porque ve en él un adversario para el trono; y, en Egipto, cuando pasado el peligro, la Sagrada Familia puede volver del destierro a Nazaret.
Observamos, ante todo, la paternal solicitud de Dios —la divina solicitud del Padre por el Hijo encarnado— y, casi como un reflejo, la solicitud humana de José. Junto a él, percibimos la presencia silenciosa y trepidante de María, que en su corazón medita en la solicitud de Dios y en la obediencia diligente de José. A esa solicitud de Dios solemos llamarla divina Providencia; mientras que la solicitud humana se podría definir providencia humana. En virtud de esa providencia, el padre o la madre se esmeran para evitar todo tipo de mal y garantizar todo el bien posible a los hijos y a la familia.
2. La solicitud de los padres y de las madres debería suscitar en los hijos y en las familias viva gratitud, un sentimiento que constituye también un mandamiento: «Honra», dice también a los padres: «Trata de merecer esa honra». Es preciso recordar constantemente la dimensión de la vida familiar, establecida por el cuarto mandamiento del Decálogo. La familia que, por su naturaleza y vocación, es ambiente de vida y amor, a menudo se halla sujeta a dolorosas amenazas de todo tipo. Con la familia y en la familia, se encuentra amenazada también la vida de la persona y también de la sociedad.
3. Amadísimos hermanos y hermanas, contemplemos a la Sagrada Familia de Nazaret, ejemplo para todas las familias cristianas y humanas. Ella irradia el auténtico amor-caridad, creando no sólo un elocuente modelo para todas las familias, sino también ofreciendo una garantía de que ese amor puede realizarse en todo el núcleo familiar. En la Sagrada Familia se han de inspirar los novios al prepararse para el matrimonio; y la deben contemplar los esposos al construir su comunidad doméstica. Quiera Dios que en toda casa crezca la fe y reinen el amor, la concordia, la solidaridad, el respeto recíproco y la apertura a la vida.
Que María, Reina de la familia, título con el que podríamos de ahora en adelante invocarla en las letanías lauretanas, ayude a las familias de los creyentes a responder cada vez más fielmente a su vocación a fin de que lleguen a ser auténticas iglesias domésticas.