HOMILIA EN LA MISA CRISMAL 2007

HOMILIA EN LA MISA CRISMAL 2007

Miércoles 4 de abril de 2007

Queridos hermanos y hermanas, queridos sacerdotes y diáconos que forman el presbiterio de nuestra Diócesis de San Bernardo

1. Acompañados por muchos de los fieles que en cada uno de las parroquias y trabajos pastorales trabajan día a día en el anuncio de la Palabra de Dios y en la evangelización misionera de nuestra Diócesis, se reúne hoy, alrededor de su Obispo, todo el clero que forma parte del presbiterio diocesano.

Es el momento solemne de la Misa Crismal, en la cual se consagra el santo crisma – con que se unge a los recién bautizados, son sellados los confirmados y se ungen las manos de los nuevos presbíteros, la cabeza de los Obispos y los altares en la dedicación de las Iglesias- se bendicen los óleos y se expresa de una manera particular la comunión con el que hace cabeza en la Iglesia diocesana y entre nosotros, ministros del Señor, llamados a desarrollar la misión pastoral de la Iglesia en esta porción del Pueblo de Dios que camina en San Bernardo.

2. Quisiera en esta solemne ocasión resaltar algunos aspectos centrales de nuestra vida como Iglesia particular, que dicen relación con el presbiterio, siguiendo las recientes enseñanzas de nuestro Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis.

Como todos sabemos, existe una relación única entre el Sacramento del Orden que hemos recibido y la Santísima eucaristía. Dice el Santo Padre, “La relación intrínseca entre Eucaristía y sacramento del Orden se desprende de las mismas palabras de Jesús en el Cenáculo: « haced esto en conmemoración mía » (Lc 22,19). En efecto, la víspera de su muerte, Jesús instituyó la Eucaristía y fundó al mismo tiempo el sacerdocio de la nueva Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar: mediador entre Dios Padre y el pueblo (cf. Hb 5,5-10), víctima de expiación (cf. 1 Jn 2,2; 4,10) que se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir « esto es mi cuerpo » y « éste es el cáliz de mi sangre » si no es en el nombre y en la persona de Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza” (cf. Hb 8-9). Esta vinculación se hace presente y “visible precisamente en la Misa presidida por el Obispo o el presbítero en la persona de Cristo como cabeza” .

La celebración de la Santa Misa, hermanos, es el principal oficio y la primera necesidad que todo sacerdote tiene para con él mismo y para con la Iglesia y la mas alta forma de servir a la comunidad de su hermanos en la fe. El paso de tiempo en el servicio del altar y la madurez en la vocación recibida, debe hacernos saborear cada vez con mayor gusto este don del sacerdocio que está directamente relacionado con la celebración de la Eucaristía. Por eso el Papa Juan Pablo II, cuya visita apostólica a Chile estamos en estos días recordando, no mas pisar el suelo patrio, nos dijo: “la respuesta que corresponde a este don (del sacerdocio) no puede ser otra que la entrega total: un acto de amor sin reservas. La aceptación voluntaria de la llamada divina al sacerdocio fue, sin duda, un acto de amor que ha hecho de cada uno de nosotros un enamorado. La perseverancia y la fidelidad a la vocación recibida consiste, no sólo en impedir que ese amor se debilite o se apague (cf. Ap. 2, 4), sino principalmente en avivarlo, en hacer que crezca más cada día. Cristo inmolado en la Cruz nos da la medida de esa entrega, ya que nos habla de amor obediente al Padre para la salvación de todos (cf. Flp. 2, 6 ss.).

3. “El sacerdote, tratando de identificarse totalmente con Cristo, sacerdote eterno, debe manifestar en el altar y en la vida este amor y esta obediencia. Como he dicho en otra ocasión – sigue diciendo el Papa Juan Pablo – “un sacerdote vale lo que vale su vida eucarística, sobre todo su Misa. Misa sin amor, sacerdote estéril, Misa fervorosa, sacerdote conquistador de almas. Devoción eucarística descuidada y no amada, sacerdocio desfalleciente y en peligro” (Al clero italiano, 16 febrero 1984). Hemos de considerar también que nuestro ministerio va dirigido a rescatar a los hombres del “poder de las tinieblas” y trasladarlos al “Reino del Hijo de su amor”, mediante “la redención, el perdón de los pecados” (Col. 1, 1314)” .

El concilio Vaticano II nos enseña que: “como ministros sagrados, sobre todo en el Sacrificio de la Misa, los presbíteros ocupan el lugar de Cristo, que se sacrificó a sí mismo para santificar a los hombres, y, por ende, son invitados a imitar lo que administran; ya que celebran el misterio de la muerte del Señor, procuren mortificar sus miembros de vicios y concupiscencias. En el misterio del Sacrificio Eucarístico, en que los sacerdotes desempeñan su función principal, se realiza continuamente la obra de nuestra redención y, por tanto, se recomienda encarecidamente su celebración diaria, la cual, aun cuando no puedan estar presentes los fieles, es acción de Cristo y de la Iglesia. Así, mientras los presbíteros se unen con la acción de Cristo Sacerdote, se ofrecen todos los días enteramente a Dios, y mientras se nutren del Cuerpo de Cristo participan cordialmente de la caridad de quien se da a los fieles como manjar. De igual forma se unen con la intención y con la caridad de Cristo en la administración de los Sacramentos, cosa que realizan especialmente cuando en la administración del Sacramento de la Penitencia se muestran enteramente dispuestos, siempre que, los fieles lo piden razonablemente. En el rezo del Oficio divino prestan su voz a la Iglesia, que persevera en la oración, en nombre de todo el género humano, juntamente con Cristo que «vive siempre para interceder por nosotros» (Heb. , 7,25)”.

Queridos hermanos sacerdotes, este primer punto es crucial para la eficacia que Cristo quiere dar a nuestra vida como sacerdotes. Por eso es hoy un día al renovar nuestras promesas sacerdotales es necesario examinar nuestra conciencia y descubrir aquellos puntos precisos y preciosos en que debemos mejorar nuestro propio servicio al altar, razón esencial de nuestra ordenación.

“Conviene recordar, con machacona insistencia, que todos los sacerdotes, seamos pecadores o sean santos, cuando celebramos la Santa Misa no somos nosotros. Somos Cristo, que renueva en el Altar su divino Sacrificio del Calvario. La obra de nuestra Redención se cumple de continuo en el misterio del Sacrificio Eucarístico, en el que los sacerdotes ejercen su principal ministerio”.
Es necesario que cada uno muestre un amor tan delicado por la Santa Misa, que al celebrarla con dignidad –con elegancia humana y sobrenatural: con limpieza en los ornamentos y en los objetos destinados al culto, con devoción y sin prisas, lo fieles descubran claramente la acción de Cristo sobre el altar, de manera que cada uno de nosotros puede decir que sólo el Señor se ha lucido en la celebración de la Santa Misa, mientras nosotros, como el Bautista, procuramos desaparecer.

HOMILIA EN LA MISA CRISMAL 2007

En un momento mas renovaremos nuestras promesas sacerdotales, tal como hicimos el día de nuestra ordenación. La Iglesia, por medio del Obispo les hace preguntas cuya respuesta en el interior de cada uno deben ser fuertes y decididas.

Delante de toda la asamblea de los fieles el Señor pregunta a cada uno

¿Quieres unirte más fuertemente a Cristo y configurarte con él, re¬nunciando a ti mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptaste gozoso el día de vuestra ordenación para el servicio de la Iglesia? Todos responderemos que si, pero es necesario que cada uno de nosotros continúe en su interior prolongando esa respuesta en la oración personal para que ella se arraigue en nuestra vida y se traduzca en una conversión verdadera y profunda.

¿Deseas permanecer como fiel dispensador de los misterios de Dios en la celebración eucarística y en las demás acciones litúrgicas, y desempeñar fielmente el ministerio de la predicación como segui¬dor de Cristo, cabeza y pastor, sin pretender los bienes temporales, sino movidos únicamente por el celo de las almas?

Una vez mas el pueblo de Dios escuchara que si, pero en nuestro corazón sacerdotal, hemos de examinar con largueza nuestras disposiciones para celebrar la Santa Eucaristía, la limpieza del alma que es necesaria para ello, la preparación próxima y remota que la Iglesia nos recomienda antes de renovar este Augusto sacrificio y la acción de gracias que debe preceder a tan gran don. Es necesario meditar en nuestras predicaciones, cuando en nombre de Cristo y unidos al Obispo, ejercitamos el deber de enseñar y quienes reciben esa palabra son movidos por el Espíritu Santo a la conversión. Recientemente nos ha pedido el Santo Padre un esfuerzo por “mejorar la calidad de la homilía (que) está en relación con la importancia de la Palabra de Dios. En efecto, ésta «es parte de la acción litúrgica»; tiene como finalidad favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles. Por eso los ministros ordenados han de «preparar la homilía con esmero, basándose en un conocimiento adecuado de la Sagrada Escritura». Han de evitarse homilías genéricas o abstractas. En particular, pido a los ministros un esfuerzo para que la homilía ponga la Palabra de Dios proclamada en estrecha relación con la celebración sacramental y con la vida de la comunidad, de modo que la Palabra de Dios sea realmente sustento y vigor de la Iglesia. Se ha de tener presente, por tanto, la finalidad catequética y exhortativa de la homilía. Es conveniente que, partiendo del leccionario trienal, se prediquen a los fieles homilías temáticas que, a lo largo del año litúrgico, traten los grandes temas de la fe cristiana, según lo que el Magisterio propone en los cuatro « pilares » del Catecismo de la Iglesia Católica y en su reciente Compendio: la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana” .

Ubi thesauros cor, allí donde esta vuestro tesoro allí debe estar nuestro corazón y nuestra vida, no dice el Señor. Por eso la Iglesia nos exige con claridad movernos “únicamente por el celo de las almas”. Todos los porqué de nuestra vida, se pueden resumir en tres palabras: por amor a Cristo”. Queridos hermanos, cuando en muchos ambientes se cuestiona el sacerdocio, mostremos humildemente con nuestra vida lo que es la esencia de nuestro ministerio: somos pobres hombres, escogidos de entre los hombres para proclamar los misterios de Dios y nuestra vida puede sintetizarse en una vocación, seguir completamente a Cristo y en un misión, anunciar sólo a Cristo. “pues todo sacerdote tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es instituido para las cosas que miran a Dios, para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados” (Heb 5, 11) Recordemos la fuertes palabras de San Gregorio: “Cuando desempeñes las funciones sacerdotales, actúa de la mejor manera posible, y líbranos del peso de nuestros pecados al tocar la Víctima relacionada con la resurrección 1…]. No dejes de orar y abogar en favor nuestro, cuando traigas al Verbo con tu palabra, cuando con sección incruenta cortes el Cuerpo y la Sangre del Señor, usando como espada tu voz” .

5. ¿Que pensaría de nuestra vocación y nuestra vida quien desde afuera nos viera celebrar los sagrados misterios de la fe, predicar la palabra de Dios? Dirían acaso, hoy me he encontrado con Jesús, he descubierto su paso por mi vida. ¿Qué sentirán esos hombres y mujeres que se acercan al sacerdote buscando el bálsamo de la comprensión, de la acogida, del cariño sobrenatural con el que sufre? ¿Encontraran en nosotros el rostro amable y cercano de Jesús, que atrae a todos y a nadie excluye del anuncio de la buena nueva?

Y nuestros jóvenes, necesitados hoy más que nunca de la cercanía de la Iglesia, ¿encuentran en cada uno de nosotros la amabilidad, la enseñanza y la compresión, que los hagan descubrir el rostro y la vida de Jesús?

Dice el Papa San Pío X que “es tal la condición del sacerdote que no puede ser bueno o malo sólo para sí, pues el modelo de su vida influye poderosamente en el pueblo. El que cuenta con un buen sacerdote, ¡qué bien tan grande y precioso tiene! .

Es posible que algunas veces al pensar en el don recibido sintamos temor frente a la necesidad de ser fieles en tiempos de tantas calamidades morales. Es el momento de la fe, de la esperanza y de la fortaleza, que nos hacer recordar la exclamación de paulina: “Todo lo puedo en aquel que me conforta. (Flp 4, 13) y tener mas presente que nunca que nadie esta sólo, pues para nuestra debilidad esta la fortaleza de Dios y el auxilio y cercanía de nuestro hermanos del presbiterio.

Vivamos con alegría y esfuerzo la comunión entre todos nosotros, entre lo que sin mérito algunos de nuestra parte hemos sido llamados al servicio sacerdotal. Vivamos apoyados unos a otros, encontrando así fortalezas para nuestras debilidad, porque como señala la escritura, el hermanos ayudado por su hermanos es como una ciudad amurallada.

6. Están aquí, junto con nosotros, los fieles de las diversas comunidades de la diócesis, hermanos y hermanas que junto a nosotros anuncian al Señor en medio de nuestro mundo. A ellos también hoy les pido que amemos a nuestros sacerdotes, los acompañemos y sean muy generosos en dedicar tiempo a los encargos que les soliciten, particularmente estar disponibles para formar los Consejos Pastorales y Económicos de cada una de las parroquias, que es una exigencia para un efectivo trabajo pastoral y para que los laicos, que son parte esencial de la Iglesia, contribuyan efectivamente al apostolado de cada una de las parroquias.

Queridos hermanos y hermanas, amar a nuestros sacerdotes es queremos como son, acogerlos como hermanos cuando estén en alguna necesidad, ser muy honestos y trasparentes con ellos para hacerles presente – como a un hermano mayor – aquellas cosas que pensamos que no realizan como se debe y aceptar sus orientaciones con alegria y humildad porque viene de Dios y jamás decir nada que pueda desdecir su condición de ministros de Dios, pues como dijo el Señor a Santa Catalina de Siena, “no queráis tocarme a mis Cristos”.

Recordemos la enseñanza del Concilio sobre esta materia: “En cuanto a los fieles mismos, dense cuenta de que están obligados a sus presbíteros, y ámenlos con filial cariño, como a sus pastores y padres; igualmente, participando de sus solicitudes, ayuden en lo posible, por la oración y de obra, a sus presbíteros, a fin de que éstos puedan superar mejor sus dificultades y cumplir más fructuosamente sus deberes .

Así, unido el Obispo afectiva y efectivamente al romano Pontífice, nuestro amado Papa Benedicto XVI, los sacerdotes en plena y cordial comunión con su Obispo, al que deben ver como el hermano mayor y Pastor que por mandato de Dios y con su ayuda guía a la Iglesia y a los laicos férreamente unido a sus sacerdotes, podremos hacer un trabajo pastoral profundo, que permita no sólo confirmar en la fe a muchos hermanos sino que recatar a tantos que hoy están lejos de Dios, no lo conocen o han emprendido el camino errado de las otras confesiones que no son la verdadera y única Iglesia que fundo Nuestro Señor.

Que María, madre de los sacerdotes y Madre del Pueblo de Dios no lleve de su mano en el servicio a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.

Asi sea.