En el centro la persona y la familia

“Hace pocos meses visité a una niña de doce años embarazada de cinco meses. Pobre criatura, que, a Dios gracias, está acogida en una institución llena de caridad y cariño hacia ella, porque en su casa no la aceptan. No fue necesario preguntar nada, sólo le di mi bendición y bendije al nuevo ser que ya expresaba abiertamente su presencia y la animé a vivir con alegría el momento de la vida que se avecinaba. El Estado, dónde no debe estar, es siempre un tema delicado y –cierto es también– no es fácil saber dónde debe estar y hasta dónde debe estar. En el fondo muchos de estos intentos de mayor injerencia estatal son una expresión de que no se adoptan medidas profundas para fortalecer la familia formada por un hombre y una mujer, que busca estabilidad y el apoyo para desarrollarse”.

La educación ha sido siempre un tema central en la vida de la Iglesia. Por eso el derecho a la libertad de enseñanza y el de los padres a escoger la educación de los hijos está dentro de aquellos que la Iglesia considera intransables o, como ha señalado el Papa hace unas semanas, se trata de principios “no negociables” y por eso también se inquieta cuando sin claros fundamentos ni objetivos comienzan a moverse las aguas y se agitan voces que vuelven a antiguas ideas educativas. Es lo que comienza a ocurrir con las reformas que quiere impulsar el gobierno y particularmente con el cambio que se quiere introducir en la carta fundamental, que camina hacia una mayor injerencia del Estado que es lo mismo que las autoridades de turno, que puede ir en desmedro de la libertad de las personas.

Ya hemos visto a gobiernos enseñando educación sexual en nuestras escuelas y hemos apreciado –lo comprobamos día a día en el trabajo con los jóvenes- los funestos resultados, expresados en el aumento del embarazo juvenil, en la promiscuidad sexual de muchos jóvenes. Hace pocos meses visité a una niña de doce años embarazada de cinco meses. Pobre criatura, que, a Dios gracias, está acogida en una institución llena de caridad y cariño hacia ella, porque en su casa no la aceptan. No fue necesario preguntar nada, sólo le di mi bendición y bendije a la criatura que ya expresaba abiertamente su presencia y la animé a vivir con alegría el momento de la vida que se avecinaba. El Estado, dónde no debe estar, es siempre un tema delicado y – cierto es también– no es fácil saber dónde debe estar y hasta dónde debe estar. En el fondo muchos de estos intentos de mayor injerencia estatal son una expresión de que no se adoptan medidas profundas para fortalecer la familia formada por un hombre y una mujer, que busca estabilidad y el apoyo para desarrollarse.

Juan Pablo II escribió que “la función del Estado en este campo –el educacional– es subsidiaria. El Estado tiene la obligación de garantizar a todos la educación y la obligación de respetar y defender la libertad de enseñanza. Debe denunciarse el monopolio del Estado como una forma de totalitarismo que vulnera los derechos fundamentales que debe defender, especialmente el derecho de los padres de familia a la educación religiosa de los hijos. La familia es el primer espacio educativo de la persona”.

En Valencia, el Papa Benedicto ha resumido así la actitud de los gobiernos ante la familia: “Invito, pues, a los gobernantes y legisladores a reflexionar sobre el bien evidente que los hogares en paz y en armonía aseguran al hombre, a la familia, centro neurálgico de la sociedad, como recuerda la Santa Sede en la Carta de los Derechos de la Familia. El objeto de las leyes es el bien integral del hombre, la respuesta a sus necesidades y aspiraciones. Esto es una ayuda notable a la sociedad, de la cual no se puede privar y para los pueblos es una salvaguarda y una purificación. Además, la familia es una escuela de humanización del hombre, para que crezca hasta hacerse verdaderamente hombre. En este sentido, la experiencia de ser amados por los padres lleva a los hijos a tener conciencia de su dignidad de hijos”.

Todos queremos educación para nuestros jóvenes, buena educación de la que nadie injustamente se vea privado. Pero es necesario entender que ello pasa por el fortalecimiento de la familia. En estos días hemos visto las casas que en algunos lugares se construyen para nuestras familias, donde en unos pocos metros cuadrados se pretende que se produzca la humanización de nuestros niños y jóvenes. Y lo que ocurre es lo contrario, como también lo comprobamos cada día al ver las nuevas villas y poblaciones que se entregan a los mas pobres. Habrá razones, pero no hay razón que justifique algo así.

También el reciente conflicto estudiantil nos ha mostrado el estado lamentable de muchos de nuestros establecimientos educacionales, donde es imposible que se produzca un verdadero proceso de enseñanza-aprendizaje, que es lo propio de la escuela. Esperamos ansiosos a los sabios, que vengan los sabios, pero es bueno volver a repetir que en el centro de todo proceso de progreso social está la persona, y ella sólo llega a ser tal cuando puede vivir y desarrollarse en la familia y es obligación de todos fortalecerla, particularmente desde los ámbitos estatales, desde donde deben salir políticas y leyes que las ayuden a lograr ser las verdaderas educadoras de los hijos de Chile. Cambiemos estructuras inadecuadas, bien, pero no olvidemos que el cambio se prueba en su bondad cuando permite a cada uno de nosotros ser más virtuosos, caritativos, justos y bondadosos y eso no sale de las leyes, nace del corazón.

(*) Obispo de San Bernardo