Queridos hermanos y hermanas, en la Solemnidad del Cuerpo de la Sangre del Señor, la Iglesia diocesana de San Bernardo, como en muchas otras partes del mundo, quiere manifestar públicamente al Señor Jesús presente en la Hostia Santa, su amor y veneración mediante esta piadosa y festiva Procesión, que expresa la alegría de saber que los hombre y mujeres de este mundo nunca hemos estado solos, el Señor vive y mora con nosotros mediante su presencia verdadera, real y sustancial en la Hostia.
“En la víspera de su Pasión, durante la Cena pascual, el Señor tomó el pan en sus manos –como hemos escuchado hace poco en el Evangelio– y, tras pronunciar la bendición, lo rompió y lo dio a sus discípulos diciendo: «Tomad, este es mi cuerpo». Después tomó el cáliz, dio gracias, se lo dio y todos bebieron de él. Y dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos» (Marcos 14, 22-24). Toda la historia de Dios con los hombres se resume en estas palabras. No sólo recuerdan e interpretan el pasado, sino que anticipan también el futuro, la venida del Reino de Dios en el mundo. Jesús no sólo pronuncia palabras. Lo que Él dice es un acontecimiento, el acontecimiento central de la historia del mundo y de nuestra vida personal” (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi. Basílica de San Juan De Letrán 2006)
Al rendir culto a la Santísima eucaristía en forma publica, quisiera que meditáramos también en la intima conexión entre este adorable alimento del católico, que contiene al mismo Señor Jesús, y nuestra obligación de servir a los demás. Como ha resaltado el Papa Benedicto en su primera encíclica, no se puede separan en la vida de la Iglesia el anuncio de la palabra, de la celebración de los sacramentos y del servicio a la caridad con los que mas sufren en su cuerpo o en su alma. Una Iglesia diocesana que quiere verdaderamente ser servidora del Señor y de los hombres y mujeres de nuestra época, debe vivir de la Eucaristía y sus hijos alimentarse con este sagrado convite. Solo así, al ir poco a poco transformando su vida con la de Cristo en la Eucaristía, la gracia ira transformando nuestra débil naturaleza en un instrumento al servicio de la gran obra de la redención, pues nuestra vida debe tener siempre esta dimensión misionera, apostólica, que tomando fuerza del mismo Señor que nos alimenta con su cuerpo, sale al mundo a anunciar a nuestro hermanos al Señor. Son muchos los hombres y mujeres que esperan nuestra presencia, nuestra palabra y nuestro alimento, pero solo podremos llevarles a Jesús y mostrarles su suave presencia y su llamada, si nosotros luchamos verdaderamente por ser el mismo Cristo.
Por esta razón queridos hermanos, es necesario continuar trabajando para que muchos mas hermanos lo conozcan, para que muchos lo amen y este testimonio publico nuestro en el día de hoy, es una muestra clara de que, pese a nuestras limitaciones, pecados y miserias, queremos ser fieles a su llamada.
La Iglesia vive para servir al Señor y a los hombres y mujeres de nuestro mundo y hace todo lo que puede para que la cercanía con el Señor sea el estilo de vida de toda una sociedad, de la familia y de cada persona. Por eso mira con preocupación todas las trabas que nosotros mismos vamos poniendo a los hombres para conocer a Cristo, entre ellas una que es motivo de de particular análisis, es el sistemático desprecio de la santidad del día del Señor, el Domingo, y la dificultades que se ponen para que ese día los cristianos puedan celebrar al Señor, compartir con sus hermanos y con sus familia. Esta es la razón por la cual pensamos que es necesario repensar muchos aspectos de nuestro desarrollo que hacen imposible que los hombres y mujeres, las familias y los hijos, puedan asistir a la Misa Dominical, que es un mandamiento que nos dejó el Señor. Den este día, pido a todos los responsable de la organización de nuestra sociedad que hagamos esfuerzos serios para cambiar un estilo de trabajo que hace imposible que muchos católicos cumplan con el deber de santificar el día del Señor, pues se ven obligados a trabajar y disponer de ese tiempo para actividades económicas. Una sociedad que empieza a dejar de lado este deber, es una sociedad que ya ha comenzado el camino del olvido de Dios, y de ese caminar no se pueden seguir sino penas y sufrimientos, lejanía y conflictos.
En la fiesta del Corpus Christi contemplamos sobre todo el signo del pan. Nos recuerda también la peregrinación de Israel durante los cuarenta años en el desierto. La Hostia es nuestro maná con el que el Señor nos alimenta, es verdaderamente el pan del cielo, con el que Él verdaderamente se entrega a sí mismo. En la procesión, seguimos este signo y de este modo le seguimos a Él mismo. Y le pedimos: ¡guíanos por los caminos de nuestra historia! ¡Vuelve a mostrar a la Iglesia y a sus pastores siempre de nuevo el camino justo! ¡Mira a la humanad que sufre, que vaga insegura entre tantos interrogantes; mira el hambre física y psíquica que le atormenta! ¡Da a los hombres el pan para el cuerpo y para el alma! ¡Dales trabajo! ¡Dales luz! ¡Dales a ti mismo! ¡Purifícanos y santifícanos a todos nosotros! Haznos comprender que sólo a través de la participación en tu Pasión, a través del «sí» a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que tú nos impones, nuestra vida puede madurar y alcanzar su auténtico cumplimiento. Reúnenos desde todos los confines de la tierra. ¡Une a tu Iglesia, une a la humanidad lacerada! ¡Danos tu salvación! ¡Amén!( Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi. Basílica de San Juan De Letrán 2006)
Juan Ignacio González Errazuriz
Obispo de San Bernardo