Homilía de Monseñor Juan Ignacio González en el Te Deum 2006

Homilía de Monseñor Juan Ignacio González en el Te Deum 2006

“En segundo lugar, el bien común exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es el resumen de todos los deberes sociales. Ciertamente corresponde a la autoridad decidir, en nombre del bien común, entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura, información adecuada, derecho de fundar una familia, etc.” (cf GS 26, 2). 1908 (CEC 1908)
Homilía de Monseñor Juan Ignacio González en el Te Deum 2006
“El bien común implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo. Supone, por tanto, que la autoridad asegura, por medios honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros. El bien común fundamenta el derecho a la legítima defensa individual y colectiva” (CEC 1909)
Así, entonces “si toda comunidad humana posee un bien común que la configura en cuanto tal, la realización más completa de este bien común se verifica en la comunidad política. Corresponde al Estado defender y promover el bien común de la sociedad civil, de los ciudadanos y de las instituciones intermedias.(CEC 1910) Digamos, también que el bien común está siempre orientado hacia el progreso de las personas: ‘El orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas… y no al contrario’, enseñó el Concilio Vaticano II (GS 26, 3). Este orden tiene por base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado por el amor. (CEC 1912)

La subsidiariedad, como fundamento de un orden social justo

5.Junto a esta finalidad intrínseca de toda comunidad política, la Iglesia ha desarrollado otro concepto que forma parte del corazón de su doctrina social y que hoy quiero aquí señalar, pues es un principio que resguarda el bien supremo de la libertad y la legitima autonomía que corresponde a las personas y a las instituciones. En efecto, como enseña el Catecismo de la Iglesia, todo proceso de “socialización presenta también peligros. Una intervención demasiado fuerte del Estado puede amenazar la libertad y las iniciativas personales. La doctrina de la Iglesia ha elaborado el principio llamado de subsidiariedad. Según éste, ‘una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común” (CA 48; Pío XI, enc. “Quadragesimo anno”).(CEC 1883)

Así, entonces, el principio de subsidiariedad se opone a toda forma de colectivismo. Traza los límites de la intervención del Estado. Intenta armonizar las relaciones entre individuos y sociedad. Tiende a instaurar un verdadero orden internacional. (CEC 1885)

6.Siguiendo el ya antiguo pensamiento de los filósofos griegos, la Iglesia siempre ha considerado que “La sociedad es indispensable para la realización de la vocación humana. Pero para que ese camino de servicio pueda alcanzar su objetivo, es preciso que sea respetada la justa jerarquía de los valores que subordina las dimensiones ‘materiales e instintivas’ del ser del hombre ‘a las interiores y espirituales’(CA 36): (CEC 1886) La sociedad humana… tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo.

Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo. (PT 36). “Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cf LG 36).(CEC 1888) Asimismo, no se puede olvidar que en esta tierra el ser humano requiere del auxilio de Dios para poder obrar el bien, es decir, “sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían ‘acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava’ (CA 25). Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: ‘Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará’” (Lc 17, 33) (CEC1889)
La Iglesia sabe muy bien, porque ha recorrido toda la historia humana que “La inversión de los medios y de los fines (cf CA 41), lo que lleva a dar valor de fin último a lo que sólo es medio para alcanzarlo, o a considerar las personas como puros medios para un fin, engendra estructuras injustas que ‘hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana, conforme a los mandamientos del Legislador Divino’(Pío XII, discurso 1 junio 1941). (CEC1887)

El camino errado de una cultura individualista

Homilía de Monseñor Juan Ignacio González en el Te Deum 20067. Pero, queridos hermanas y hermanos reunidos hoy en este día tan solemne, pese a la claridad de las anteriores enseñanzas, que son propias de la naturaleza humana, es preciso advertir que nuestro mundo camina por vías muy diversas. Al bien común, que según hemos explicado, supone la realidad de que todo estamos hechos para los demás, nos debemos a los demás y debemos servir a los demás, hemos opuesto una forma de vida cada día mas individualista, centrada en el propio provecho y en el olvido del prójimo, desconociendo el supremo mandamientos de la ética cristiana en la cual hemos nacido y nos hemos desarrollado. Amparados por visiones ideológicas cuyo fracaso humano esta preanunciado, estamos construyendo una sociedad donde el valor mas importantes el es reclamo de los propios derechos.

También nuestra patria recorre este lúgubre camino y muchas de las expresiones que hoy encontramos en el cuerpo social son una manifestación de una sociedad centrada sólo en el hombre. Paulatinamente hemos ido vaciando los conceptos más esenciales de un orden social cristiano por los de un racionalismo que excluye primero a Dios, y luego al prójimo. Mal camino, del cual no se siguen sino malos frutos.

Hemos establecido la democracia – que es un instrumento legítimo para lograr el orden social justo, como el bien supremo y fin esencial de la vida humana. Junto con el Papa Benedicto es necesario señalar que: “La democracia solo tiene éxito cuando se basa en la verdad y en una comprensión correcta de la persona humana”. Hemos llegado a expresar que cualquier determinación que la autoridad adopte si esta fundada en la democracia hace de por si legitimas esas opciones y así, en muchas naciones se ha establecido legalmente el crimen del aborto, se han trastocado los valores esenciales de la familia introduciendo el cáncer del divorcio, como lo llamó el recordado Papa Juan Pablo II en su visita apostólica a Chile, hemos promovido un uso de la sexualidad que no tiene en cuenta la verdad del amor y la vocación del hombre y de la mujer a la unión conyugal y- duro es decirlo – hemos desterrado hasta el uso mismo de la palabra matrimonio – la más antigua y venerada de todas las sociedad humanas – de nuestro lenguaje publico, jurídico, legal y social.

Al mismo tiempo, promovido por la misma autoridad, tal como ha quedado expresado pristinamente en las recientes Normas nacionales sobre políticas de fertilidad, hemos acuñado como eje de las políticas sociales en relación a estos temas el concepto de “derecho sexuales y reproductivos”, concepto extraído de convenciones internacionales completamente ajenas a nuestra realidad y a nuestra herencia de nación fundada en los valores de la ética cristiana, que busca asegurar un ejercicio de la sexualidad desligado completamente de aquellos aspectos que le son connaturales como es el matrimonio y la familia. El punto culminante de este proceder – que la Iglesia ha juzgado con palabras duras, pero precisas, ha sido el intento de permitir a personas muy jóvenes usar libremente fármacos que – por lo menos en algunos casos – pueden tener efecto abortivo, sin siquiera el consentimiento de su padres, medida que Dios mediante, en algunas de nuestras comunas y gracias a la sensatez de nuestras autoridades, no se ha aplicado, porque implican la destrucción del futuro mismo de la nación.

Por el contrario, con mucha alegría señalo hoy que en la comuna de San Bernardo, hemos dado un paso fundamental en un aspecto esencial de la formación de nuestros jóvenes, como es la educación en la afectividad, al adoptar la corporación de educación la determinación de apoyar en los establecimientos educacionales el programa que por más de diez años ha promovido nuestro hospital Parroquia, con resultados óptimos reconocidos en las revista especializadas y por las autoridades educacionales, que ha permitido y permitirá a miles de nuestros jóvenes aprender a vivir una afectividad fundada en los verdaderos valores de la verdad y el amor. Creo que esto es una expresión de que hemos de trabajar mancomunadamente para servir a este Chile que amamos y cuyos jóvenes son el futuro. Pido a Dios que otras autoridades comunales se decidan por este camino.

Necesidad de repensar las decisiones adoptadas

8.Hermanos y hermanas, autoridades, más allá de las disputas que estas controversias sobre temas medulares han provocado y lejos de toda descalificación personal a quienes de buena fe piensan que el camino para disminuir los problemas sociales – especialmente de nuestros jóvenes –pasa por políticas que la Iglesia – experta en humanidad ha rechazado – la hora presente es la de volver a meditar en los fundamentos éticos y sociales del Chile que todos amamos y al cual todos hemos de contribuir. La Iglesia ha reconocido que en el curso de su larga historia hubo hombres que cometieron errores, no vivieron conforme a los mandatos del Señor Jesús y es propio de cualquier persona de bien saber que erramos, nos equivocamos y es necesario rectificar. Esta es una de las grandezas del ser humano.

Por eso duele comprobar que en este episodio delicado y que se refiere a elementos esenciales de la dignidad de la persona humana, y al respeto del ser humano desde el momento mismo de su concepción, no haya existido esa capacidad de rectificar, pese a los llamados de las más altas autoridades espirituales de la nación, cuya mirada está solo y únicamente puesta en el bien de la persona, de nuestros hermanos y particularmente de los más pobres. Es un mal signo y es el que fundamenta los calificativos que con dolor la Iglesia ha debido usar. Desde esta cátedra, con humildad, llamamos a las autoridades superiores a meditar las medidas adoptadas. Aun es tiempo de rectificar, como lo reclaman muchas personas y sobretodo los padres de familia.

Homilía de Monseñor Juan Ignacio González en el Te Deum 2006

Con insistencia se ha señalado en estos días que es necesario distinguir entre los ámbitos de las políticas de salud y la moral, dejando a las respectivas autoridades cada uno de ellos. Pero ya los griegos sabían que todo acto humano, del tipo que sea, tiene siempre una calificación de moralidad, es decir, se puede calificar de bueno o malo, según conduzca al hombre a su fin verdadero. Por eso, la distinción señalada es una falacia y confunde, porque por su esencia y particularmente, todos los actos de la autoridad llevan consigo una calificación moral y pueden ser juzgados por si mismo. Como hemos señalado en nuestra reciente declaración. “Los pastores levantamos hoy nuestra voz en favor de la dignidad de la vida, porque lo sentimos un imperativo moral irrenunciable. Lo hicimos en una época cuando se perseguía y se amenazaba la vida de los adversarios políticos, invocando equivocadamente fundamentos acerca del bienestar social. Lo hacemos hoy, cuando se margina a la familia, se facilita el quiebre de las relaciones intrafamiliares y a veces se cierra la puerta a los niños concebidos y por nacer. (¿Hacia donde camina Chile? )

Siguiendo nuestro camino al Bicentenario

9.Con sinceridad de corazón en un día solemne, volvamos nuestra mirada a Dios nuestro Señor, recorramos el camino de comprobar que las enseñanzas que nos ha dado por su hijo Jesucristo son el camino verdadero del hombre, que tiene en Aquel que dio su vida por nosotros el supremo ejemplo del amor y de la entrega por los demás. Aceptemos en nuestra vida personal su suave y exigente mandato y desterremos de nuestra vida la soberbia que nos hace creernos poseedores de la verdad, porque sólo quien acepta a Jesús, lo conoce y lo ama, llega a conocer, aceptar y amar la Verdad.

Miremos con orgullo a los padres fundadores de la nación, aquellos que con su sangre regaron el suelo que pisamos y que sobre estas tierras del Maipo, nuestra tierra, asentaron la independencia de Chile. ¿Qué diría hoy de nosotros O’Higgins, Carrera o un hombre tan cercano a nuestra vida como Domingo Eyzaguirre, que desde la plaza asiste hoy a este Te Deum? Fueron todos hombres de fe, vivieron sus vidas como un servicio a Dios y a Chile y nos legaron esta Patria fecunda y amada, tierra de todos, nación de hermanos, donde todos tenemos un lugar y hay un lugar para cada uno.

Que Maria, la Madre del Señor y Reina de esta Patria Chilena, acompañe con su guía a Chile. Termino estas palabras repitiendo una antigua oración de la Iglesia, en que se ruega por las autoridades que dirigen las naciones y tiene como autor a san Clemente Romano: ‘Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberanía que tú les has entregado. Eres tú, Señor, rey celestial de los siglos, quien da a los hijos de los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige, Señor, su consejo según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos, para que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has dado, te encuentren propicio’” (S. Clemente Romano, Cor. 61, 1-2).

Asi sea.

Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo