Un llamado a la unidad, la convivencia y la vigencia de los valores cristianos

La independencia de Chile, iniciada el 18 de septiembre de 1810 y consolidada bajo el liderazgo del libertador Bernardo O’Higgins, no solo supuso la ruptura con el dominio colonial, sino que encendió la llama de una nación que debía construirse sobre la unidad, la concordia y la paz como bienes superiores. Estos principios siguen siendo la base para una convivencia cívica auténtica, fundada en los principios esenciales de una sociedad cristiana. Resaltan entre ellos el reconocimiento de Dios y la vigencia de la caridad, el amor al prójimo inspirado en las enseñanzas de Cristo y en el servicio a los más necesitados, la justicia, que reconoce la dignidad de cada persona mediante leyes que protejan la vida y los derechos esenciales y la solidaridad, es decir la interdependencia humana, bajo la gracia divina, que conlleva la cooperación entre todos los grupos sociales, miembros de la misma casa común. “Cristo es nuestra paz” (Ef 2,14), por eso creemos que los conflictos se resuelven mediante el diálogo y buscando la verdad, que solo de El.

Bernardo O’Higgins, reconocido como el libertador de Chile y Padre de la Patria encabezó la lucha que conquistó para el pueblo chileno la posibilidad de decidir su propio destino. Su visión no se limitó a la mera ruptura política, sino que la entendió como una verdadera independencia que debía traducirse en prosperidad, justicia y paz para toda la comunidad. “La independencia no es un fin, sino el comienzo de la verdadera libertad.”
Este pensamiento revela que la emancipación debía ir acompañada de una construcción ética y social, que reflejara la dignidad humana, fundamentada en la doctrina cristiana.

La enseñanza de la Iglesia ha subrayado que la unidad es la “fuente de la paz y la reconciliación en el mundo”. El Papa Juan Pablo II recordó que la Iglesia es “el instrumento de salvación… que promueve la paz y la reconciliación”. La unidad de una nación se realiza en una legítima diversidad que respeta las diversas culturas y concepciones religiosas, y orienta al bien común.

Una Patria la construimos con el aporte de todos. Por eso el llamado a una participación activa en la vida pública es una obligación moral para todo ciudadano y especialmente para un católico. El Catecismo señala que “es necesario que todos participen… en la promoción del bien común”. La encíclica Evangelii Gaudium, del Papa Francisco, insiste en que la “paz es el signo de la unidad y reconciliación de todas las cosas en Cristo”, y el Papa Juan Pablo II, en un discurso a la comunidad internacional, destacaba que la solidaridad y el respeto a la dignidad humana son pilares de la convivencia civil.

Estas fechas de celebraciones nacionales, tiene que avivar en todos la esperanza de que se puede construir una nación donde haya paz y concordia y todos puedan surgir, sin dejarnos arrastrar por el derrotismo, que en tiempos de dificultad y violencia como los que vivimos, puede hacer zozobrar el ideario original, dejando entrada a un individualismo destructor de una sana convivencia. Los tiempos duros que atravesamos son un llamado a las virtudes sociales y personales, que son las que aprendimos de las anteriores generaciones, que nos hicieron ser una nación fuerte, principal y poderosa.

+Juan Ignacio